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martes, 16 de agosto de 2016

Los credos de la patristica y la iglesia primitiva

EL CREDO DE LOS APÓSTOLES

Creo en Dios Padre, Todopoderoso Creador del Cielo y la Tierra.

Creo en Jesucristo, Su Unigénito Hijo, nuestro Señor quien fue concebido por el Espíritu Santo, nacido de la virgen María; sufrió bajo Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió al infierno; al tercer día resucitó de entre los muertos; ascendió al cielo, y se sentó a la derecha de Dios Padre Todopoderoso. Desde allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.

Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia Universal, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección del cuerpo, y la vida eterna. AMEN 

EL CREDO NICENO

Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creador de Cielo y Tierra, de todo lo visible e invisible. Creemos en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho. Que por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo: por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen y se hizo hombre. Por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato: padeció y fue sepultado. Resucitó al tercer día, según las Escrituras, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin. Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe en una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creemos en la Iglesia, que es una, santa, universal y apostólica. Reconocemos un solo bautismo para el perdón de los pecados. Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. AMEN

EL CREDO DE CALCEDONIA 

Nosotros, entonces, siguiendo a los santos Padres, todos de común
consentimiento, enseñamos a los hombres a confesar a Uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en Deidad y también perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre, de cuerpo y alma racional; cosustancial (coesencial) con el Padre de acuerdo a la Deidad, y cosustancial con nosotros de acuerdo a la Humanidad; en todas las cosas como nosotros, sin pecado; engendrado del Padre antes de todas las edades, de acuerdo a la Deidad; y en estos postreros días, para nosotros, y por nuestra salvación, nacido de la virgen María, de acuerdo a la Humanidad; uno y el mismo, Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, para ser reconocido en dos naturalezas, inconfundibles, incambiables, indivisibles, inseparables; por ningún medio de distinción de naturalezas desaparece por la unión, más bien es preservada la propiedad de cada naturaleza y concurrentes en una Persona y una Sustancia, no partida ni dividida en dos personas, sino uno y el mismo Hijo, y Unigénito, Dios, la Palabra, el Señor Jesucristo; como los profetas desde el principio lo han declarado con respecto a Él, y como el Señor Jesucristo mismo nos lo ha enseñado, y el Credo de los Santos Padres que nos ha sido dado. AMEN 

EL CREDO DE SAN ATANASIO

Todo el que quiera salvarse, debe ante todo mantener la Fe Universal. El que no guardare ésta Fe íntegra y pura, sin duda perecerá eternamente. Y la Fe Universal es ésta: que adoramos a un solo Dios en Trinidad, y Trinidad en Unidad, sin confundir las Personas, ni dividir la Sustancia. Porque es una la Persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo; mas la Divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu es toda una, igual la Gloria, coeterna la Majestad. Así como es el Padre, así el Hijo, así el Espíritu Santo. Increado es el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo. Incomprensible es el Padre, incomprensible el Hijo, incomprensible el Espíritu Santo. Eterno es el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno; como también no son tres incomprensibles, ni tres increados, sino un solo increado y un solo incomprensible. Asimismo, el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios. Y sin embargo, no son tres Dioses, sino un solo Dios. Así también, Señor es el Padre, Señor es el Hijo, Señor es el Espíritu Santo. Y sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor. Porque así como la verdad cristiana nos obliga a reconocer que cada una de las Personas de por sí es Dios y Señor, así la religión Cristiana nos prohibe decir que hay tres Dioses o tres Señores. El Padre por nadie es hecho, ni creado, ni engendrado. El Hijo es sólo del Padre, no hecho, ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo, no hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente. Hay, pues, un Padre, no tres Padres; un Hijo, no tres Hijos; un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos. Y en ésta Trinidad nadie es primero ni postrero, ni nadie mayor ni menor; sino que todas las tres Personas son coeternas juntamente y coiguales.

De manera que en todo, como queda dicho, se ha de adorar la Unidad en Trinidad, y la Trinidad en Unidad. Por tanto, el que quiera salvarse debe pensar así de la Trinidad. Además, es necesario para la salvación eterna que también crea correctamente en la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Porque la Fe verdadera, que creemos y confesamos, es que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y Hombre; Dios, de la Sustancia del Padre, engrendado antes de todos los siglos; y Hombre, de la Sustancia de su Madre, nacido en el mundo; perfecto Dios y perfecto Hombre, subsistente de alma racional y de carne Humana; igual al Padre, según su Divinidad; inferior al Padre, según su Humanidad. Quien, aunque sea Dios y Hombre, sin embargo, no es dos, sino un solo Cristo;
uno, no por conversión de la Divinidad en carne, sino por la asunción de la Humanidad en Dios; uno totalmente, no por confusión de Sustancia, sino por unidad de Persona. Pues como el alma racional y la carne es un solo hombre, así Dios y Hombre es un solo Cristo; El que padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, resucitó al tercer día de entre los muertos. Subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, Dios Todopoderoso, de donde ha de venir a juzgar a vivos y muertos. A cuya venida todos los hombres resucitarán con sus cuerpos y darán cuenta de sus propias obras. Y los que hubieren obrado bien irán a la vida eterna; y los que hubieren obrado mal, al fuego eterno. Esta es la Fe Universal, y quien no lo crea fielmente no puede salvarse. AMEN 

lunes, 3 de noviembre de 2014

Origen del dia de Accion de Gracias: Christian Answers

Thanksgiving Feast.
Muchas personas piensan del día de acción de gracias como una maravillosa celebración, que les permite tener un largo fin de semana disfrutando de una suculenta cena. O tal vez, piensan que el día de acción de gracias es simplemente el principio de las celebraciones navideñas. ¿Cuál es el verdadero significado del día de acción de gracias? Catherine Millard escribe:
Podemos rastrear ésta histórica tradición cristiana de Los Estados Unidos, desde el año 1623. En noviembre de 1623, después de recolectar la cosecha, el gobernador de la colonia de peregrinos "Plymonth Plantation" en Plymonth, Massachusetts, declaró:
"Todos ustedes, peregrinos, con sus esposas e hijos, congréguense en la casa comunal, en la colina… para escuchar al pastor, y dar gracias a Dios todo poderoso por todas sus bendiciones."
Prayer. Copyrighted illustration. Courtesy of Films for Christ.
Este es el origen de nuestra celebración anual del día de acción de gracias. En los años siguientes, el congreso de los Estados Unidos proclamó en varias ocasiones el día de acción de gracias al todo poderoso. Finalmente, el 1° de noviembre de 1777 fue oficialmente declarado como día feriado:
"para solemne acción de gracias y adoración que con un corazón y en unidad de voz, las buenas personas expresen sus sentimientos de agradecimiento, y se consagren al servicio del su divino benefactor,…y que sus humildes súplicas plazcan a Dios, por medio de los méritos de Jesucristo, quien es misericordioso para perdonar, borrando y olvidando su pecados… Que plazca a Dios que las escuelas y seminarios de educación, tan necesarios para cultivar principios de verdadera libertad, virtud bajo su mano protectora, y prosperar la religión para la promoción y engrandecimiento de ese reino el cual consiste de paz, justicia y gozo en el Espíritu Santo…"
George Washington, first President of the United States
De nuevo, el 1º de enero de 1795, el primer presidente, George Washington, escribió su famosa proclamación de acción de gracias, en la cual él dice que es…
"nuestro deber como personas con reverente devoción y agradecimiento, reconocer nuestras obligaciones al Dios todopoderoso, e implorarle que nos siga prosperando y confirmado las muchas bendiciones que de El experimentamos…"
El jueves, 19 de febrero de 1795, George Washington apartó así ése día como el día nacional de acción de gracias.
Statue of Abraham Lincoln, Lincoln Memorial, Washington, D.C. Photo courtesy of Wallbuilders.
Muchos años después, el 3 de octubre de 1863, Abraham Lincoln, proclamó por carta del congreso, un día nacional de acción de gracias. “El último jueves de noviembre, como un día de acción de gracias y adoración a nuestro padre benefactor, quien mora en los cielos” en esta proclamación de acción de gracias, el 16º presidente dice que es…
“anunciado en las Sagradas Escrituras y confirmado a través de la historia, que aquellas naciones que tiene al Señor como su Dios, son bendecidas. Pero nosotros nos hemos olvidado de Dios. Nos hemos olvidado de la mano que nos preserva en paz, nos multiplica, enriquece y fortalece. Vanamente nos hemos imaginado, por medio del engaño de nuestros corazones, que todas éstas bendiciones fueron producidas por alguna sabiduría superior y por nuestra virtuosidad. Me ha parecido, apropiado que Dios sea solemne, reverente y agradecidamente reconocido como en un corazón y una voz, por todos los americanos…”
Prayer. Illustration copyrighted. Courtesy of Films for Christ.
Por eso es que cada año en el día de acción de gracias, los americanos dan acción de gracias a Dios todopoderoso por todas sus bendiciones y misericordias durante el año.

viernes, 16 de mayo de 2014

La Didaché o LA DOCTRINA DE LOS DOCE APÓSTOLES: Enseñanza del Señor transmitida a las naciones por los Doce Apóstoles con introduccion



Didaché (en griego Διδαχή,1 que significa enseñanza o doctrina) es el nombre más común con el que hoy se denomina2 a una obra de la literatura cristiana primitiva que la tradición textual ha transmitido precedida de dos enunciados a modo de formas de identificación, uno corto:
Enseñanza de los doce apóstoles.
Διδαχή τών δώδεκα ἀποστόλων.3 4
y otro largo:
Enseñanza del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles.
Διδαχή τού κυρίου διά τών δώδεκα αποστόλων τοΐς ἔθνεσιν.5
Johannes Quasten
y que pudo ser compuesta en la segunda mitad del siglo I,6 acaso antes de la destrucción del Templo de Jerusalén (70 d. C.),7 por uno o varios autores, los «didaquistas»,8 9 a partir de materiales literarios judíos y cristianos preexistentes.10

Desde que fuera encontrada en 1873 y publicada en 1883, la Didaché ha sido fuente inagotable de estudios y objeto de diversas controversias.11 La principal de ellas atañe a la fecha de su composición. De ser cierta la datación más temprana que se ha propuesto, la Didaché podría ser la regla u ordenanza religiosa utilizada por algunas comunidades cristianas, más bien judeocristianas, unas pocas décadas después de la muerte de Jesús de Nazaret. Según esta interpretación, la Didachéproveería12 el retrato de unos cristianos primitivos, arcaicos en su liturgia y su eclesiología, que vivieron un tiempo de transición donde la forma de judeocristianismo que ellos profesaban fue desplazada por el cristianismo gentil o paganocristianismo iniciado en Antioquía. Si, por el contrario, esa datación se retrasase uno o dos siglos, como también se ha propuesto, la Didaché no sería más que un fraude tardío, urdido con fines particularistas13 para dar una imagen tendenciosa14 de la Iglesia primitiva. De cualquier modo, la posibilidad de que sea más antigua15 que algunos libros del Nuevo Testamento ha hecho de ella un texto fundamental para comprender la evolución literaria y teológica del cristianismo de la primera centuria.

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LA DOCTRINA DE LOS DOCE APÓSTOLES(Didaché)

Enseñanza del Señor transmitida a las naciones por los Doce Apóstoles

PRIMERA PARTE

El Catecismo o los «Dos caminos»

I. Existen dos caminos, entre los cuales, hay gran diferencia; el que conduce a la vida y el que lleva a la muerte. He aquí el camino de la vida: en primer lugar, Amarás a Dios que te ha creado; y en segundo lugar, amarás a tu prójimo como a ti mismo; es decir, que no harás a otro, lo que no quisieras que se hiciera contigo. He aquí la doctrina contenida en estas palabras: Bendecid a los que os maldicen, rogad por vuestros enemigos, ayunad para los que os persiguen. Si amáis a los que os aman, ¿qué gratitud mereceréis? Lo mismo hacen los paganos. Al contrario, amad a los que os odian, y no tendréis ya enemigos. Absteneos de los deseos carnales y mundanos. Si alguien te abofeteare en la mejilla derecha, vuélvele también la otra, y entonces serás perfecto. Si alguien te pidiere que le acompañes una milla, ve con él dos. Si alguien quisiere tomar tu capa, déjale también la túnica. Si alguno se apropia de algo que te pertenezca, no se lo vuelvas a pedir, porque no puedes hacerlo. Debes dar a cualquiera que te pida, y no reclamar nada, puesto que el Padre quiere que los bienes recibidos de su propia gracia, sean distribuidos entre todos. Dichoso aquel que da conforme al mandamiento; el tal, será sin falta. Desdichado del que reciba. Si alguno recibe algo estando en la necesidad, no se hace acreedor a reproche ninguno; pero aquel que acepta alguna cosa sin necesitarlo, dará cuenta de lo que ha recibido y del uso que ha hecho de la limosna. Encarcelado, sufrirá interrogatorio por sus actos, y no será liberado hasta que haya pasado el último maravedi. Es con este motivo, que ha sido dicho: «¡Antes de dar limosna, déjala sudar en las manos, hasta que sepas a quien la das!»
II. He aquí el segundo precepto de la Doctrina: No matarás; no cometerás adulterio; no prostituirás a los niños, ni los inducirás al vicio; no robarás; no te entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir. No desearás los bienes de tu prójimo, ni perjurarás, ni dirás falso testimonio; no serás maldiciente, ni rencoroso; no usarás de doblez ni en tus palabras, ni en tus pensamientos, puesto que la falsía es un lazo de muerte. Que tus palabras, no sean ni vanas, ni mentirosas. No seas raptor, ni hipócrita, ni malicioso, ni dado al orgullo, ni a la concupiscencia. No prestes atención a lo que se diga de tu prójimo. No aborrezcas a nadie; reprende a unos, ora por los otros, y a los demás, guiales con más solicitud que a tu propia alma.
III. Hijo mío: aléjate del mal y de toda apariencia de mal. No te dejes arrastrar por la ira, porque la ira conduce al asesinato. Ni tengas celos, ni seas pendenciero, ni irascible; porque todas estas pasiones engendran los homicidios. Hijo mío, no te dejes inducir por la concupicencia, porque lleva a la fornicación. Evita las palabras deshonestas y las miradas provocativas, puesto que de ambos proceden los adulterios. Hijo mío, no consultes a los agoreros, puesto que conducen a la idolatría. Hijo mío, no seas mentiroso, porque la mentira lleva al robo; ni seas avaro, ni ames la vanagloria, porque todas estas pasiones incitan al robo. Hijo mío, no murmures, porque la murmuración lleva a la blasfemia; ni seas altanero ni malévolo, porque de ambos pecados nacen las blasfemias. Sé humilde, porque los humildes heredarán la tierra. Sé magnánimo y misericordioso, sin malicia, pacífico y bueno, poniendo en práctica las enseñanzas que has recibido. No te enorgullezcas, ni dejes que la presunción se apodere de tu alma. No te acompañes con los orgullosos, sinó con los justos y los humildes. Acepta con gratitud las pruebas que sobrevinieren, recordando que nada nos sucede sin la voluntad de Dios.
IV. Hijo mío, acuérdate de día y de noche, del que te anuncia la palabra de Dios; hónrale como al Señor, puesto que donde se anuncia la palabra, allí está el Señor. Busca constantemente la compañía de los santos, para que seas reconfortado con sus consejos. Evita fomentar las disenciones, y procura la paz entre los adversarios. Juzga con justicia, y cuando reprendas a tus hermanos a causa de sus faltas, no hagas diferencias entre personas. No tengas respecto de si Dios cumplirá o no sus promesas. Ni tiendas la mano para recibir, ni la tengas cerrada cuando se trate de dar. Si posees algunos bienes como fruto de tu trabajo, no pagarás el rescate de tus pecados.No estés indeciso cuando se trate de dar, ni regañes al dar algo, porque conoces al dispensador de la recompensa. No vuelvas la espalda al indigente; reparte lo que tienes con tu hermano, y no digas que lo tuyo te pertenece, poque si las cosas inmortales os son comunes, ¿con cuánta mayor razón deberá serlo lo perecedero? No dejes de la mano la educación de tu hijo o de tu hija: desde su infancia enséñales el temor de Dios. A tu esclavo, ni a tu criada mandes con aspereza, puesto que confían en el mismo Dios, para que no pierdan el temor del Señor, que está por encima del amo y del esclavo, porque en su llamamiento no hace diferencia en las personas, sinó viene sobre aquellos que el Espíritu ha preparado. En cuanto a vosotros, esclavos, someteos a vuestros amos con temor y humildad, como si fueran la imagen de Dios. Aborrecerás toda clase de hipocresía y todo lo que desagrade al Señor. No descuides los preceptos del Señor, y guarda cuanto has recibido, sin añadir ni quitar. Confesarás tus faltas a la iglesia y te guardarás de ir a la oración con mala conciencia. Tal es el camino de la vida.
V. He aquí el camino que conduce a la muerte: ante todo has de saber que es un camino malo, que está lleno de maldiciones. Su término es el asesinato, los adulterios, la codicia, la fornicación, el robo, la idolatría, la práctica de la magia y de la brujería. El rapto, el falso testimonio, la hipocresía, la doblez, el fraude; la arrogancia, la maldad, la desvergüenza; la concupiscencia, el lenguaje obsceno, la envidia, la presunción, el orgullo, la fanfarronería. Esta es la senda en la que andan los que persiguen a los buenos; los enemigos de la verdad, los amadores de la mentira, los que desconocen la recompensa de la justicia; los que no se apegan al bien, ni al justo juicio; los que se desvelan por hacer el mal y no el bien; los vanidosos, aquellos que están muy alejados de la suavidad y de la paciencia; que buscan retribución a sus actos, que no tienen piedad del pobre, ni compasión del que está trabajando y cargado, quie ni siquiera tienen conocimiento de su Creador. Los asesinos de niños, los corruptores de la obra de Dios, que desvían al pobre, oprimen al afligido; que son los defensores del rico y los jueces inicuos del pobre; en una palabra, son hombres capaces de toda maldad. Hijos míos, alejaos de los tales.
VI. Ten cuidado que nadie pueda alejarte del camino de la doctrina, porque tales enseñanzas no serían agradables a Dios. Si pudieses llevar todo el yugo del Señor, serás perfecto; sinó has lo que pudieres. Debes abstenerte, sobre todo, de carnes sacrificadas a los ídolos, que es el culto ofrecido a dioses muertos.

SEGUNDA PARTE

De la Liturgia y de la Disciplina

VII. En cuanto al bautismo, he aquí como hay que administrarle: Después de haber enseñado los anteriores preceptos, bautizad en el agua viva, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Si no pudiere ser en el agua viva, puedes utilizar otra; si no pudieres hacerlo con agua fría, puedes servirte de agua caliente; si no tuvieres a mano ni una ni otra, echa tres veces agua sobre la cabeza, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Antes del bautismo, debe procurarse que el que lo administra, el que va a ser bautizado, y otras personas, si pudiere ser, ayunen. Al neófito, le harás ayudar uno o dos días antes.
VIII. Es preciso que vuestros ayunos no sean parecidos a los de los hipócritas,puesto que ellos ayunan el segundo y quinto día de cada semana. En cambio vosotros ayunaréis el día cuatro y la víspera del sábado. No hagáis tampoco oración como los hipócritas, sinó como el Señor lo ha mandado en su Evangelio. Vosotros oraréis así:
«Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy nuestro pan cotidiano; perdónanos nuestra deuda como nosotros perdonamos a nuestros deudores, no nos induzcas en tentación, sinó libranos del mal, porque tuyo es el poder y la gloria por todos los siglos.»
Orad así tres veces al día.
IX. En lo concerniente a la eucaristía, dad gracias de esta manera. Al tomar la copa, decid:
«Te damos gracias, oh Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo, que nos ha dado a conocer por Jesús, tu servidor. A tí sea la gloria por los siglos de los siglos.»
Y después del partimiento del pan, decid:
«¡Padre nuestro! Te damos gracias por la vida y por el conocimiento que nos has revelado por tu siervo, Jesús. ¡A Tí sea la gloria por los siglos de los siglos! De la misma manera que este pan que partimos, estaba esparcido por las altas colinas, y ha sido juntado, te suplicamos, que de todas las extremidades de la tierra, reunas a ti Iglesia en tu reino, porque te pertenece la gloria y el poder (que ejerces) por Jesucristo, en los siglos de los siglos.»
Que nadie coma ni bebe de esta eucaristía, sin haber sido antes bautizado en el nombre del Señor; puesto que el mismo dice sobre el particular: «No déis lo santo a los perros.»
X. Cuando estéis saciados (de la ágapa), dad gracias de la menera siguiente:
«¡Padre santo! Te damos gracias por Tu santo nombre que nos has hecho habitar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has revelado por Jesucristo, tu servidor. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Dueño Todopoderoso! que a causa de Tu nombre has creado todo cuanto existe, y que dejas gozar a los hombres del alimento y la bebida, para que te den gracias por ello. A nosotros, por medio de tu servidor, nos has hecho la gracia de un alimento y de una bebida espirituales y de la vida eterna. Ante todo, te damos gracias por tu poder. A Ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Señor! Acuérdate de tu iglesia, para librarla de todo mal y para completarla en tu amor. ¡Reúnela de los cuatro vientos del cielo, porque ha sido santificada para el reino que le has preparado; porque a Ti solo pertenece el poder y la gloria por los siglos de los siglos!»
¡Ya que este mundo pasa, te pedimos que tu gracia venga sobre nosotros! ¡Hosanna al hijo de David! El que sea santificado, que se acerque, sinó que haga penitencia. Maran atha ¡Amén! Permitid que los profetas den las gracias libremente.
XI. Si alguien viniese de fuera para enseñaros todo esto, recibidle. Pero si resultare ser un doctor extraviado, que os dé otras enseñanzas para destruir vuestra fe, no le oigáis. Si por el contrario, se propusiese haceros regresar en la senda de la justicia y del conocimiento del Señor, recibidle como recibiríais al Señor. Ved ahí como según los preceptos del Evangelio debéis portaros con los apóstoles y profetas. Recibid en nombre del Señor alos apóstoles que os visitaren, en tanto permanecieren un día o dos entre vosotros: el que se quedare durante tres días, es un falso profeta. Al salir el apóstol, debéis proveerle de pan para que pueda ir a la ciudad donde se dirija: si pide dinero, es un falso profeta. Al profeta que hablare por el espíritu, no le juzgaréis, ni examinaréis; porque todo pecado será perdonado, menos éste. Todos los que hablan por el espíritu; no son profetas, solo lo son, los que siguen el ejemplo del Señor. Por su conducta, podéis distinguir al verdadero y al falso profeta. El profeta, que hablando por el espíritu, ordenare la mesa y comiere de ella, es un falso profeta. El profeta que enseñare la verdad, pero no hiciere lo que enseña, es un falso profeta. El profeta que fuere probado ser verdadero, y ejercita su cuerpo para el misterio terrestre de la Iglesia, y que no obligare a otros a practicar su ascetismo, no le juzguéis, porque Dios es su juez: lo mismo hicieron los antiguos profetas. Si alguien, hablando por el espíritu, os pidiere dinero u otra cosa, no le hagáis caso; pero si aconseja se dé a los pobres, no le juzguéis.
XII. A todo el que fuere a vosotros en nombre del Señor, recibidle, y probadle después para conocerle, puesto que debéis tener suficiente criterio para conocer a los que son de la derecha y los que pertenecen a la izquierda. Si el que viniere a vosotros, fuere un pobre viajero, socorredle cuanto podáis; pero no debe quedarse en vuestra casa más de dos o tres días. Si quisiere permanecer entre vosotros como artista, que trabaje para comer; si no tuviese oficio ninguno, procurad según vuestra prudencia a que no quede entre vosotros ningún cristiano ocioso. Si no quisiere hacer esto, es un negociante del cristianismo, del cual os alejaréis.
XIII. El verdadero profeta, que quisiere fijar su residencia entre vosotros, es digno del sustento; porque un doctor verdadero, es también un artista, y por tanto digno de su alimento. Tomarás tus primicias de la era y el lagar, de los bueyes y de las cabras y se las darás a los profetas, porque ellos son vuestros grandes sacerdotes. Al preparar una hornada de pan, toma las primicias, y dalas según el precepto. Lo mismo harás al empezar una vasija de vino o de aceite, cuyas primicias destinarás a los profetas. En lo concerniente a tu dinero, tus bienes y tus vestidos, señala tú mismo las primucias y haz según el precepto.
XIV. Cuando os reuniéreis en el domingo del Señor, partid el pan, y para que el sacrificio sea puro, dad gracias después de haber confesado vuestros pecados. El que de entre vosotros estuviere enemistado con su amigo, que se aleje de la asamblea hasta que se haya reconciliado con él, a fin de no profanar vuestro sacrificio. He aquí las propias palabras del Señor: «En todo tiempo y lugar me traeréis una víctima pura, porque soy el gran Rey, dice el Señor, y entre los pueblos paganos, mi nombre es admirable.»
XV. Para el cargo de obispos y diáconos del Señor, eligiréis a hombres humildes, desinteresados, veraces y probados, porque también hacen el oficio de profetas y doctores. No les menospreciéis, puesto que son vuestros dignatarios, juntamente con vuestros profetas y doctores. Amonestaos unos a otros, según los preceptos del Evangelio, en paz y no con ira. Que nadie hable al que pecare contra su prójimo, y no se le tenga ninguna consideración entre vosotros, hasta que se arrepienta. Haced vuestras oraciones, vuestras limosnas y todo cuanto hiciéreis, según los preceptos dados en el Evangelio de nuestro Señor.

XVI. Velad por vuestra vida; procurando que estén ceñidos vuestros lomos y vuestras lámparas encendidas, y estad dispuestos, porque no sabéis la hora en que vendrá el Señor. Reuníos a menudo para buscar lo que convenga a vuestras almas, porque de nada os servirá el tiempo que habéis profesado la fe, si no fuéreis hallados perfectos el último día. Porque en los últimos tiempos abundarán los falsos profetas y los corruptores, y las ovejas se transformarán en lobos, y el amor se cambiará en odio. Habiendo aumentado la iniquidad, crecerá el odio de unos contra otros, se perseguirán mutuamente y se entregarán unos a otros. Entonces es cuando el Seductor del mundo hará su aparición y titulándose el Hijo de Dios, hará señales y prodigios; la tierra le será entregada y cometerá tales maldades como no han sido vistas desde el principio. Los humanos serán sometidos a la prueba del fuego; muchos perecerán escandalizados; pero los que perseverarán en la fe, serán salvos de esta maldición. Entonces aparecerán las señales de la verdad. Primeramente será desplegada la señal en el cielo, después la de la trompeta, y en tercer lugar la resurrección de los muertos, según se ha dicho: «El Señor vendrá con todos sus santos» ¡Entonces el mundo verá al Señor viniendo en las nubes del cielo! 
 

Fuente: Historia de la Iglesia Primitiva, por E. Backhouse y C. Tylor. Editorial CLIE www.clie.es

martes, 30 de marzo de 2010

El Informe al César - Documento Historico

http://xppuertorico.blogspot.com/2010/03/el-informe-al-cesar-documento-historico.html

Introducción


Mientras el Yacovsky cursaba sus estudios postgraduados en Heidelberg, Alemania, unos amigos doctores de la Biblia le contaron que habían encontrado algunos manuscritos en la Mezquita de Santa Sofía en Estambul, Turquía y en el Vaticano en Roma. Los doctores agregaron que dos sacerdotes habían sido asesinados por haber permitido el acceso a esos documentos sin permiso de las autoridades pertinentes. Jacob procedió a pedir permiso a la persona que lo podía dar, a un familiar cercano al Presidente de Turquía. Se le permitió la entrada al Top Kapi Saray a través del Dr. Kemal Zig, director del museo.


Allí yacían 54 volúmenes que medían 2.5 pies de ancho, 4 pies de largo y 2.5 pies de espesor. Cada volumen debía ser levantado entre dos hombres debido a su peso. Dos grupos de guardias, uno fuera y otro dentro, protegían estos volúmenes muy importantes, entre los cuales se contenía el manuscrito en latín del informe de Poncio Pilatos, en el cual se relataba el juicio y la crucifixión de Jesucristo.


El reporte fue traducido primeramente al inglés y también al español, utilizando diccionarios internacionales disponibles y el contexto histórico, al igual que la riqueza literaria del español. Dice así.




Reporte de Pilatos

A: Tiberio César, Emperador de Roma


Noble Soberano, Saludos:


Los eventos de los últimos días han sido de tal magnitud que te daré los detalles de lleno, así como ocurrieron. Ya que no debo sorprenderme si, en el transcurso del tiempo, estos puedan cambiar el destino de nuestra nación, al parecer que todos los dioses han dejado de ser funcionales.

Estoy casi listo a declarar, “Maldito el día que sucedí a Velario en el gobierno de Judea,” ya que desde entonces, mi vida ha sido una de continua intranquilidad y aflicción.

A mi llegada a Jerusalén, tomé posesión del Pretorio y ordené que una espléndida fiesta fuese preparada, a la cual invité al Tetrarca de Galilea con el sumo sacerdote y sus oficiales. A la hora citada, ninguno de los invitados apareció. Este suceso lo consideré como un insulto a mi dignidad y al gobierno completo, al cual represento.

Unos días después, el sumo sacerdote me honró con una visita. Su conducta era un tanto obscura y engañosa. Pretendió que su religión le prohibía a él y a sus oficiales el sentarse a la mesa de los romanos y comer y ofrecer libación con ellos. Pero esto era sólo un parecer de santurrón, ya que su propio rostro engañaba su hipocresía, a pesar de que pensé adecuado el aceptar su excusa. En aquel momento me convencí de que los conquistados se habían declarado ellos mismos enemigos de los conquistadores, y le advertiría a los romanos a estar atentos a los sumos sacerdotes de esta nación. Ellos engañarían a su propia madre para ganar terreno y así poder obtener ganancia y lujos.

Me parece que de las ciudades conquistadas Jerusalén es la más difícil de gobernar. Su gente es tan turbulenta que temo constantemente una insurrección. No tengo soldados suficientes para contener tal oposición. Tengo sólo un centurión y cien hombres a mi cargo. Envié por refuerzos al Prefecto de Siria quien me informó que no tenía suficientes tropas ni siquiera para defender su propia provincia, muestra de la insaciable sed de conquistar y extender nuestro imperio más allá de los medios para defenderlo.

Temo que iré hasta el mismo costo del derrocamiento de nuestro gobierno. Vivo escondido de las masas, ya que temo que esos sacerdotes puedan influenciar las masas o a los rebeldes para ello. A pesar de esto, me esforcé en ser asertivo, lo más que pude, para conocer la mente y situación de su gente.

Entre los varios rumores que a mis oídos llegaron, hubo uno en particular que atrajo mi atención. Un hombre joven, se dijo, que apareció en Galilea predicando con noble efusión y unción, una nueva ley en el nombre de Dios quien lo envió.

Al principio estuve temeroso que su designio fuese el de agitar a los romanos, pero mis temores se disiparon prontamente. Jesús de Nazaret habló más como amigo de los romanos que de los judíos.

Un día, al pasar por el lugar de Siloé donde se reunía gran congregación de personas, observé en medio del grupo un joven recostado de un árbol, el cual se dirigía, con mucha calma, a la multitud. Me dijeron que este era Jesús. Lo hubiera sospechado fácilmente. Era notable la diferencia entre él y la multitud que lo escuchaba. Su barba y cabello dorado le daba a su apariencia una de aspecto celestial. ¡Jamás había visto hombre más hermoso! Parecía como de 30 años de edad. ¡Nunca había yo visto tan calmado y dulce semblante! Qué contraste había entre él y su audiencia, la cual tenía barba y pelo negro con tez morena y tostada. Aún era él rubio y de ojos azules y la mayoría de los demás eran de pelos oscuros y ojos marrones.

Renuente a interrumpirle con mi presencia, continué mi caminar pero le indiqué a mi secretario que se añadiera al grupo y escuchara.

El nombre de mi secretario es Manlio, nieto del jefe de los conspiradores los cuales acamparon en Etruria esperando a Catalino. Manlio ha sido habitante de Judea por mucho tiempo y conoce a fondo el lenguaje hebreo. Él es fiel a mí y merece mi confianza.

Al entrar al Pretorio, encontré a Manlio, el cual me narró las palabras pronunciadas por Jesús en Siloé. Nunca había leído en los escritos de los filósofos algo que se pudiera comparar a los principios y premisas de gran autoridad de Jesús.

Uno de los judíos rebeldes, numerosos en Jerusalén, le preguntó a Jesús si era lícito dar el tributo a César. Él respondió, “Dad al César las cosas que pertenecen a César y a Dios las cosas que son de Dios.”

Fue por cuenta de la sabiduría de sus dichos que permití gran libertad al Nazareno, porque en mi poder estaba arrestarlo y exiliarlo al Ponto. Pero esto hubiese sido contrario a la justicia, la cual siempre ha caracterizado al Gobierno Romano en sus relaciones con los hombres.

Este hombre no era ni sedicioso ni rebelde; le extendí mi protección, aunque quizá él lo ignoraba. El no supo que lo protegí y le asigné de tres a cinco soldados las 24 horas del día. Él tuvo la libertad de obrar, hablar, reunirse y dirigirse a las gentes, al igual que escoger sus discípulos sin restricciones de ningún mandato pretoriano.

Si sucediera esto, que los dioses impidan la profecía; si sucediera esto, digo yo, que la religión de nuestros ancestros fuese suplantada por la religión de Jesús, será por esta noble tolerancia que Roma deba a su muerte prematura, mientras que yo, miserable, he sido el instrumento de lo que los judíos llaman Providencia y nosotros Destino.

La libertad sin límites dada a Jesús provocó a los judíos. ¡No les gustó en nada! No los pobres, pero sí los ricos y poderosos; ellos lo odiaban. Es verdad; Jesús era severo con y para los últimos. Y esto tenía una razón política, en mi opinión, por no haber restringido la libertad del Nazareno. “¡Escribas y fariseos,” él les decía, “ustedes son una raza de víboras! Se parecen a sepulcros blanqueados; parecen estar bien delante de los hombres pero tienen muerte dentro de ustedes.”

En otras ocasiones él miraba con desprecio las limosnas de los ricos y orgullosos, diciéndoles que las migajas de los pobres eran más valiosas en los ojos de Dios.

Diariamente se hacían querellas en el Pretorio en contra de la insolencia de Jesús. Nunca dejaron de perseguirlo. Aún me indicaron que algo malo le acontecería; que no sería la primera vez que Jerusalén hubiese apedreado a aquellos que se llamaban profetas.

Apelo al César, de cualquier modo. Mi conducta fue aprobada por el Senado y fue prometido un refuerzo luego de terminar la guerra del Partenón.

Siendo incapaz de suprimir la insurrección, resolví adoptar medidas que prometían restaurar la tranquilidad de la ciudad sin exponer al Pretorio, meramente haciendo una concesión.

Le escribí a Jesús pidiendo una entrevista con él en el Pretorio. El vino. Sabes que en mis venas corre una sangre española mezclada con romana, tan incapaz de tener miedo como de tener sentimientos de flaqueza. Cuando el Nazareno entró, me encontraba caminando en el balcón del patio interior y mis pies parecían sujetarse al piso de mármol con una mano de hierro. Y temblé en todas mis extremidades como lo hace un acusado culpable, a pesar de que el Nazareno estaba tan en calma como la inocencia misma.

Al acercarse a mí, se detuvo y con una señal pareció decirme, “Estoy aquí,” a pesar de que no profirió palabra alguna.

Por un tiempo lo contemplé con admiración, con asombro, su tipo extraordinario de hombre; un tipo no conocido de nuestros numerosos pintores quienes le han dado forma y figura a todos los dioses y héroes. No había nada de él que fuera repugnante en su carácter, y aún así me sentí tembloroso y atemorizado de acercarme a él. “Jesús,” le dije finalmente y luego mi lengua se turbó. “Jesús de Nazaret, por los últimos tres años te he dado amplia libertad y expresión; y no me arrepiento. Tus palabras son aquellas de un hombre sabio y prudente. No sé si quizás hallas leído a Sócrates o Platón, pero esto sí sé, que existe en tus discursos una simplicidad majestuosa que sobrepasa por mucho a esos filósofos. El emperador está informado y yo, su humilde representante en este país, estoy contento de haberte permitido la libertad de la cual eres tan merecedor. No obstante, no te esconderé que tus discursos han levantado contra ti enemigos poderosos y empedernidos. Ni tampoco es sorpresa. Sócrates tuvo sus enemigos y fue víctima de sus odios. Los tuyos están obviamente irritados contigo por tus discursos, los cuales son severos en contra de su conducta y están en mi contra y de la libertad que te he permitido. Ellos aún me acusan de estar indirectamente de acuerdo contigo con el propósito de quitarle a los hebreos el poco poder civil con el cual los romanos les han dejado. Mi pedido es, y no digo mi orden, que seas más prudente y moderado en tus discursos en el futuro y más considerado de aquellos; no sea que toques el orgullo de tus enemigos y se levante contra ti el populacho estúpido, obligándome a utilizar el instrumento de la ley.”

El Nazareno respondió en calma: “Príncipe de la tierra, tus palabras no provienen de verdadera sabiduría. Di a las aguas de las cascadas que paren en medio del desfiladero de la montaña; ¡arrancarían los árboles en el valle! Los torrentes te responderían que obedecen a las leyes de la naturaleza y al Creador. Ciertamente, te digo, antes que ésta Rosa de Sarón florezca, la sangre del Justo será derramada.”

Así que predijo su propia muerte. “Tu sangre no será derramada,” dije yo con profunda emoción. “Tú eres más preciado, en mi opinión, por tu sabiduría, que todos los turbulentos y orgullosos fariseos quienes abusan de la libertad dada por los romanos. Ellos conspiran contra César y convierten la belleza en miedo, enseñando a los indoctos que César es un tirano y que busca su ruina. ¡Insolentes miserables! Ellos no se percatan que el lobo del Tiber se viste a veces con las pieles de las ovejas para llevar a cabo sus designios malvados. Yo te protegeré de ellos. Mi Pretorio será para ti un asilo sagrado de día y de noche.”

Jesús sacudió su cabeza sin advertencia y dijo con voz solemne, “Cuando el día haya venido, no habrá asilo para el hijo del hombre, ni en la tierra ni debajo de la tierra. El asilo de los justos es allá,” señalando a los cielos. “Lo que está escrito en los libros de los profetas debe cumplirse.”

“Joven,” le contesté suavemente, “me obligarás a convertir mi pedido en una orden. La seguridad de la provincia, la cual ha sido delegada a mi cuidado, lo requiere. Debes observar moderación en tus discursos. No infrinjas mi orden. Sabes las consecuencias que puedes acarrear. Adiós.”

“Príncipe de la tierra,” Jesús respondió otra vez, “yo no vengo a traer guerra al mundo sino la paz, el amor y la caridad. Me gustaría traer paz, amor y la caridad. Nací el día en que Augusto César trajo paz al mundo romano. Las persecuciones no procedieron de mí. Lo acepto de los demás y estaré en obediencia a la voluntad de mi Padre, el cual me ha mostrado el camino. Así que, refrena tu mundana prudencia. No está en tu poder arrestar la víctima al pie del tabernáculo de expiación.” Y diciendo así, desapareció como una sombra luminosa detrás de las cortinas del balcón, para mi alivio, porque sentí una carga pesada en mí de la cual no me podía librar mientras estuve en su presencia.

A Herodes, al cual recuperaron en Galilea, los enemigos de Jesús se dirigieron sin mucho poder para descargar venganza sobre el Nazareno. De Herodes haber consultado sus propias inclinaciones, hubiese ordenado la muerte de Jesús inmediatamente. Pero al estar muy orgulloso de su dignidad real, no consintió en cometer un acto que hubiese rebajado su influencia con el Senado, o, al igual que yo, temía a Jesús. Nunca será provechoso para un oficial romano el estar atemorizado por un judío.

Antes de esto, Herodes me citó en el Pretorio, y al levantarse para irse, luego de una conversación insignificante, me preguntó sobre mi opinión acerca del Nazareno. Le contesté que Jesús me parecía uno de esos grandes filósofos que las grandes naciones algunas veces producen; que sus doctrinas no eran, bajo ningún concepto, sacrílegas, y que la intención de Roma era retenerle esa libertad de expresión, la cual era justificada por sus acciones. Herodes sonrió maliciosamente, saludándome con un respeto irónico al marcharse.

La gran fiesta de los judíos se acercaba, y mi intención era la de aprovechar y sacar partido a las fiestas populares, las cuales se manifiestan en la solemnidad de la Pascua. La ciudad estaba inundada de un populacho tumultuoso, el cual daba voces para la muerte del Nazareno.

Mis emisarios me informaron que los tesoros del templo se empleaban para sobornar la gente; ¡sobornando la gente con los tesoros del templo! El peligro asechaba.

Un centurión romano fue insultado. Le escribí al Prefecto de Siria para la aprobación de cien soldados de a pie y por cualquier cantidad de efectivos de caballería que pudiese enviarme. Él declinó. Me vi solo con un manojo de soldados veteranos en medio de una ciudad rebelde; muy débil para suprimir una revuelta y sin tener otra alternativa que tolerarlo.

Ellos se apoderaron de Jesús y lo capturaron. La turba sediciosa no tenía nada que temer del Pretorio, creyendo, como sus líderes les habían indicado, que yo me había hecho de la vista gorda a sus actos sediciosos. Ellos vociferaban, “¡Crucifícale, crucifícale!”

Tres partidos poderosos se combinaron a una en esos momentos contra Jesús. Primero, los herodianos. Los saduceos, quienes su conducta sediciosa parecía provenir de doble motivación, odiaban al Nazareno y estaban impacientes por el yugo romano. Ellos nunca me perdonaron por haber entrado a la ciudad santa con banderas y estandartes portando la imagen del emperador romano. A pesar de que en esta ocasión cometí un error fatal, aún así aquél sacrilegio no parecía menos atroz en sus ojos.

Además, otra ofensa les irritaba su ser. Propuse utilizar parte del tesoro del templo para construir edificios para uso público. Mi propuesta fue despreciada.

Los fariseos eran los enemigos confesados de Jesús. A ellos no les interesaba el gobierno. Ellos llevaron agriamente los regaños severos los cuales les propinó Jesús dondequiera que iba, por espacio de tres años. Tímidos y temerosos de actuar por su propia cuenta, se acogieron a las disputas de los herodianos y los saduceos.

Además de estos tres partidos, he contendido contra el populacho libertino y descuidado el cual siempre tuvo la disposición de unirse en sedición contra el profeta, resultando en desorden y confusión.

Jesús fue arrastrado ante el sumo sacerdote y condenado a muerte. Entonces el sumo sacerdote Caifás ejecutó su gran acto de sumisión: envió a su prisionero a mí para confirmar su condenación y asegurar su ejecución. Le respondí que Jesús era galileo y que el asunto correspondía a la jurisdicción de Herodes y ordené que le enviaran allá.

El villano Tetrarca profesó humildad y protestó su diferencia de opinión a la del teniente de César. Encomendó el destino del hombre a mis manos.

De pronto mi palacio asumió el aspecto de una ciudadela sitiada. Jerusalén estaba inundada con multitudes de las montañas de Nazaret. Toda Judea pareció desbordarse en la ciudad.

Tomé una esposa de entre los galos, la cual pretendía prever el futuro. Acongojada y tirándose frente a mí, me dijo, “Cuidado, cuidado; no toques a ese hombre porque es santo. Anoche lo vi en una visión; él caminaba sobre las aguas. Él volaba en las alas del viento. Él le habló a la tempestad y a los peces del lago y todos le obedecieron. He aquí los torrentes del Monte Cedrón están llenos de sangre. Las estatuas de César están llenas de demonios. Las calderas del tiempo cedieron y el sol se oscureció tristemente con el aspecto de nave y tumba. ¡O, Pilatos, el mal te espera si no escuchas las súplicas de tu esposa! ¡Espántese el camino del Senado Romano y espántense los ceños del César!”

Ya para ese momento el mármol de las escaleras gemía bajo el peso de la multitud. El Nazareno fue traído a mí de nuevo. Procedí por los pasillos de la Justicia, seguí la guardia, y pregunté a la gente, en tono severo, qué demandaban. Ellos demandaban la muerte del Nazareno; ese fue su pedido.

“¿Por qué crimen?,” pregunté.

“él ha blasfemado, él ha profetizado la ruina del templo. El se llama a sí mismo el Hijo de Dios, el Mesías, y el Rey de los Judíos.”

“La justicia romana,” dije, “no castiga esas ofensas con muerte.”

“¡Crucifícale!; ¡crucifícale!,” gritaban los rebeldes implacables. El grito de la turba airada sacudió el palacio desde su fundamento.

Pero había uno que parecía estar en calma en medio de tan vasta multitud. Era el Nazareno.

Luego de muchos intentos infructíferos para protegerlo de la furia de sus perseguidores sin misericordia, adopté una medida, la cual por el momento me pareció la única que podía salvar su vida. Propuse, como era su costumbre, dejar en libertad un prisionero en estas ocasiones; dejar ir a Jesús y liberarlo para que fuese el “chivo expiatorio” como ellos le llamaban. Pero ellos dijeron: “Jesús debe ser crucificado.”

Luego les hablé de la inconsistencia de su curso de acción, que era incompatible con sus leyes, mostrándole que ningún juez de justicia criminal pasaría sentencia en un criminal a menos que el criminal ayunara un día completo. Y esperaba refuerzos. Y que la sentencia debería tener la aprobación del Sanedrín y la firma del presidente de la corte. Que ningún criminal podía ser ejecutado el mismo día que fue sentenciado o cuando la sentencia se fijó. Además, el día siguiente, en el día de su ejecución, era requerido del Sanedrín que revisara el proceso legal completo. De acuerdo a su ley, un hombre se colocaba a la puerta de la corte con una bandera. Otro, a una corta distancia a caballo, el cual anunciaba a gran voz el nombre del criminal, su crimen, los nombres de los testigos y si alguien podía testificar en su favor. El prisionero, en su camino a la ejecución, tenía el derecho a tornarse tres veces para alegar algo nuevo en su favor.

Insistí en esos argumentos, esperando que ellos se pudieran doblar en sujeción, pero todos gritaron, “¡Crucifícale!; ¡crucifícale!”

Entonces ordené que azotaran a Jesús, esperando que esto los satisficiera, pero solo logré que su ira creciera aún más. Entonces envié a que me trajesen una vasija con agua y lavé mis manos en presencia de las multitudes tumultuosas, testificando así que, en mi juicio, Jesús de Nazaret no había hecho nada para merecer muerte. Pero en vano. Era por su vida que bramaban esos miserables. ¡Los judíos querían a Jesús muerto!

No presté ningún soldado para crucificarlo, ¡ni uno solo! Ellos tenían que crucificarlo, y los judíos lo crucificaron.

Muchas veces en nuestras conmociones civiles he presenciado la ira furiosa de la multitud, pero nada se puede comparar con lo que presencié en esta ocasión. Bien se hubiese dicho que los fantasmas de las regiones eternas estaban todos reunidos en Jerusalén.

La multitud no parecía caminar, sino que parecía levantarse de la tierra en un remolino que se enrollaba en vivas ondas desde patio del Pretorio, aún hasta el Monte de Sión, con gritos aullantes, chillidos y voces fuertes de una manera que jamás había oído antes, ni en las sediciones de los panteístas ni en los tumultos del Foro.

Por grados, el día se fue oscureciendo como el crepúsculo invernal, tal como sucedió durante la muerte del gran Julio César. Fue parecido a las Idas de Marte. Yo, el gobernador continuo de la provincia rebelde, estaba apoyado en contra de una de las columnas del balcón, contemplando la mala penumbra de estos tártaros arrastrando al inocente Jesús a la ejecución.

A mi alrededor todo estaba desierto. Jerusalén había vomitado sus habitantes a través de la puerta del funeral que lleva a Getsemaní. Un aire de desolación y tristeza me envolvió. Mis guardias se unieron a la caballería y el centurión, bajo la aparente destitución de poder, se dispuso a mantener el orden.

Me dejaron solo. Mi roto corazón me amonestó que lo que sucedía, el momento, pertenecía más a un acontecer histórico de los dioses y no a algo humano.

Un fuerte clamor se escuchaba procedente del Gólgota, el cual se elevó en el viento, pareciendo anunciar agonía tal cual jamás habían escuchado oídos mortales. Nubes oscuras bajaron sobre el pináculo del Templo y, acomodándose sobre la ciudad, la cubrieron con un velo. Espantosas fueron las señales que vio el hombre, pero en los cielos y en la tierra un dinámico abandono reportó haber explicado que, o el autor de la naturaleza está sufriendo, o que el universo se está cayendo en pedazos.

Esta es mi explicación personal, Poncio Pilatos, de los hechos ocurridos en Jerusalén en el momento en que Jesús fue arrestado y crucificado.

Mientras estos sucesos repulsivos sucedían, hubo un terremoto espantoso en las regiones bajas, el cual llenó a todos de miedo y asustó a los judíos supersticiosos casi al punto de la muerte.

Se dice que Belasasar, un judío anciano y educado de Antioquía, fue encontrado muerto luego de la excitación. Si murió de rebato o pena, no se sabe. El era un amigo fuerte del Nazareno.

Cerca de la primera hora de la noche, me cubrí con mi manto y caminé hacia la puerta del Gólgota. El sacrificio fue consumado. La multitud volvía a casa, aún agitada, es la verdad; pero apenada, apesadumbrada y desesperada. Lo que habían visto los había llenado de terror y remordimiento.

Vi además pasar a mi pequeño cohorte romano sollozando, y el portaestandarte había cubierto su águila en muestra de pena.

Escuché a algunos de los soldados judíos, quienes crucificaron a Jesús, gemir con palabras extrañas, las cuales no pude entender. Otros contaban milagros como aquellos que muy a menudo aturdían a los romanos por la voluntad de los dioses.

A veces, algunos grupos de hombres y mujeres paraban en el camino, mirando hacia atrás al Monte Calvario. Permanecían inmóviles en la esperanza de que un nuevo prodigio sucediese. Y me sentí alegre de no haber prestado ni un soldado del Pretorio para participar en la crucifixión de Jesús.

Volví al Pretorio, pensativo. Al subir los escalones de las escaleras, las cuales todavía llevaban la sangre del Nazareno, pude notar a un hombre anciano en postura suplicante, y detrás de él algunos romanos en lágrimas. El anciano se echó sobre mis pies y lloró muy amargamente. Es doloroso ver un anciano llorar y mi corazón estaba sobrecargado de pena; nosotros, aunque extranjeros, lloramos juntos. En verdad pareció que las lágrimas fuesen superficiales, pero ¡nunca, en tan vasto concurso de gentes, había presenciado tan repentino cambio de sentimientos!

Aquellos que lo traicionaron y lo vendieron, aquellos que testificaron en su contra, aquellos que gritaron, “¡Crucifícale, tenemos su sangre!,” todos se escabulleron como perros de mala raza, cobardes, y se lavaron sus dientes con vinagre.

Como he sido informado que Jesús enseñó acerca de la resurrección y la separación después de la muerte, de ese hecho, estoy seguro, se comenzó a hablar en esta vasta multitud.

“Padre,” dije yo luego de controlar mis emociones, “¿quién eres y cuál es tu petición?”

“Yo soy José de Arimatea,” replicó él, “y he venido a implorarte de rodillas, el permiso para enterrar a Jesús de Nazaret.”

“Tu oración es concedida,” le dije. Al mismo tiempo, ordené a Manlio a tomar algunos soldados consigo para supervisar la sepultura, para que no fuese profanada o perturbada por ningún judío.

Unos días después, el sepulcro se encontró vacío. Los discípulos proclamaron a través de toda la nación que Jesús había resucitado de entre los muertos como había dicho antes. Esto creó más conmoción que la crucifixión. Y a la verdad no puedo asegurar, pero he investigado acerca de lo sucedido. Puedes examinar tú mismo y ver si estoy en falta, como lo ha dejado ver Herodes.

José enterró a Jesús en su propia tumba. Ya sea que contemplaba su resurrección o que luego le cavaría otra tumba en la piedra, no puedo decir.

El día después de su sepultura, uno de los sacerdotes vino al Pretorio y dijo que temía que los discípulos de Jesús intentaran robar su cuerpo y lo escondieran, de manera que pareciera que resucitó de los muertos como había dicho, de lo cual estaban plenamente convencidos sus discípulos.

Lo envié al capitán de la guardia real, Malco, para decirle que tomase el lugar de los soldados judíos y para asignar a tantos como fuese necesario alrededor del sepulcro. Así pues, si algo sucediese, ellos podrían culparse ellos mismos y no a los romanos.

Cuando sobrevino la gran conmoción acerca del sepulcro vacío, sentí una preocupación aún más profunda que antes.

Envié a buscar a Malco, quien me dijo que había colocado su teniente, Ben Ischam, con cien soldados alrededor del sepulcro. Me dijo que Ischam y los soldados estaban bastante alarmados de lo que había ocurrido allí esa mañana.

Envié a buscar a Ischam, quien me relató, en lo que puedo recordar, las siguientes circunstancias: Dijo que como al comienzo de la cuarta vigilia, vieron una luz delicada y hermosa sobre el sepulcro. Primero pensó que las mujeres habían venido a embalsamar el cuerpo de Jesús, como era su costumbre, pero que no pudo ver cómo habían podido pasar a través de los guardas.

Mientras esos pensamientos pasaban por su mente, he aquí todo el lugar se iluminó y apareció una multitud de los muertos que salían de las tumbas con sus ropas sepulcrales. Todos parecían gritar y estar llenos de éxtasis, mientras que a todo su derredor se escuchaba la música más bella que jamás hubiese escuchado. Eran ángeles que aparecieron, y todo el aire parecía estar lleno de voces alabando a Dios.

Luego la tierra pareció dar vueltas y desmayaron. El piso se sentía tan suave que parecía que estuviesen andando en agua. Se sintió enfermo y desmayó al no poder mantenerse de pie. él reclamó que la tierra le pareció nadar de entre sus pies y sus sentidos lo abandonaron, de tal manera que no supo lo que ocurrió.

Le pregunté cuál era su condición al venir en sí. Me contestó diciendo, “Estuve tirado con mi rostro en tierra.”

Le pregunté si quizá pudo haberse equivocado en cuanto al resplandor. “¿No fue acaso que rayaba el alba en el este?”

Me dijo que al principio había pensado en eso, pero que al tiro de una piedra estaba extremadamente oscuro. Entonces recordó que era muy temprano como para rayar el alba.

Le pregunté si su mareo se debió a que despertó de repente, lo cual a veces causa ese efecto.

Me dijo que no estaba dormido y que no había dormido en toda la noche; la pena por dormir en servicio era pagada por muerte para un soldado romano. Me dijo que había dejado a algunos soldados dormir en aquel momento y que otros estaban despiertos. En esos momentos, algunos dormían.

Le pregunté cuánto había durado la escena. Me dijo que no sabía, pero pensó que había durado alrededor de una hora. Me dijo que el resplandor se había ido al llegar la luz del día.

Le pregunté si había ido al sepulcro de algún otro cuando volvió en si.

Me dijo: “No, porque tuve miedo. Sólo que tan pronto vino el reemplazo, todos nos fuimos a nuestros dormitorios.”

Le pregunté si había sido cuestionado por alguno de los sacerdotes, y dijo que sí. Ellos le preguntaron y querían que dijese que hubo un terremoto. Y ellos querían que dijese que estaban durmiendo. Le ofrecieron dinero, el cual no tomó, para decir que sus discípulos habían venido y robado el cuerpo de Jesús. Pero él no vio los discípulos, así que no tomó el dinero. él no sabía que el cuerpo de Jesús no estaba en la tumba hasta que alguien se lo dejó saber más adelante.

Le pregunté acerca de su opinión personal de esos sacerdotes con quienes él había conversado. Me dijo que algunos de ellos, mientras conversaban, pensaron que Jesús no era hombre, que Jesús no era el hijo de María; que él no era el mismo que fue dicho haber nacido de una virgen en Belén.

Además dijeron que algunas de esas personas que estuvieron en el sepulcro con sus ropas fúnebres habían estado en la tierra antes de Abraham y Lot y otros habían estado muchas veces con los profetas e muchos lugares. Esa fue su discusión.

Me parece que, si la teoría judía es verdadera, esas conclusiones son correctas, porque concuerdan con la vida de este hombre según como fue conocido y testificado tanto por amigos como enemigos. Porque los elementos estaban en sus manos como el barro en manos del alfarero. Él pudo convertir agua en vino, pudo cambiar muerte en vida, enfermedades en salud. Pudo calmar los mares; pudo enmudecer las tempestades. Pudo llamar a peces con monedas de plata en sus bocas. ¿Qué más evidencia quieres que muestre?

Ahora digo, si él pudo hacer todo esto lo cual hizo y mucho más que los judíos todos testifican, y fue haciendo todo esto lo que creó enemistad en su contra, entonces no se le cargó con ofensas criminales, ni con violaciones de ley, ni de haber hecho mal a alguno. Todos esos hechos son conocidos por miles, además de sus amigos y enemigos. Estoy casi listo a decir, como dijo Manlio en la cruz, “¡Verdaderamente este era el hijo de Dios!,” una expresión oportuna de un soldado romano.

Ahora, noble soberano, estos son los hechos más cercanos a la realidad a los cuales puedo llegar. He pasado por mucho dolor para hacer este testimonio tan verdadero como para que puedas juzgar mi conducta del todo, ya que he escuchado a Antipas decir muchas cosas duras de mí acerca de este asunto.

Con mi promesa de fe y buena voluntad a mi noble soberano, tu siervo más obediente.



Poncio Pilatos

Gobernador de Judea



© 1978, Sar Sholem of Jerusalem. Libro original en inglés.

© 1998, Ronnie Rodríguez, para la traducción en español y cualquier análisis o comentario no directamente relacionado con la traducción. Texto traducido y adaptado del libro en inglés.


Referencias Bibliográficas


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