Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. Apocalipsis 5:5
A finales del año 2008 oraba en las mañanas caminando en la Finca de Restauración propiedad de nuestro ministerio. Mi clamor al Señor era por una revelación mayor sobre la motivación que yo debía hacer a la Iglesia de Costa Rica y de las Naciones para adorar al Altísimo por tres meses consecutivos. En una de las mañanas me levanté de madrugada y oré por muchos minutos; caminé casi por hora y media y regresé a la casa rayando el alba. Como era muy temprano me acosté para descansar por unos minutos. En medio de ese tiempo de reposo tuve una vivencia espiritual extraordinaria. No sé si fue en el espíritu o en la carne, pero fui transportado a una enorme montaña. El monte era imponente y muy hermoso.
El camino de ascenso a la cúspide estaba lleno de rocas doradas y rodeado de un intenso verdor y flores multicolores; el lugar era impresionantemente bello. Yo llevaba dos niños de mis manos hacia la cima; a la derecha iba Pablo, mi hijo mayor, él parecía como si tuviera nueve o diez años, y a mi izquierda iba un niño de la misma edad, que me era totalmente desconocido y que aun hoy lo sigue siendo; no sé quien era.
Rápidamente llegamos a la cumbre y se podía ver fácilmente el otro lado, íbamos de sur a norte. La cima de la montaña era de aproximadamente doscientos metros de longitud. A la derecha y a la izquierda habían edificios entre las rocas y curiosamente también habían grutas y cuevas. Cada edificio, gruta y cueva estaba rotulado arriba de su entrada. Todos los edificios que miraba al pasar, a uno y otro lado, estaban muy destruidos; si acaso se podían mantener en pie en medio de la bella montaña. Al inicio del recorrido en la cumbre del monte, de sur a norte, pude divisar al fondo, en el Norte, una Gloria impresionante que brillaba en el cielo.
Era hacia allá que yo caminaba con los dos niños de la mano. Nubes tapizadas de colores naranja y oro mostraban un paisaje bellísimo; era como si el mismo Trono de Dios hubiese bajado de lo Alto y se hubiese establecido entre las nubes al final de la montaña. Aleluya. Puse mi mirada en esa Gloria, y fijé mi meta en llegar hasta allí con los dos niños. Curiosamente, el niño desconocido de la izquierda, constantemente se me quería escapar de la mano para meterse a una cueva o aun edificio semi destruido; yo tenía que sujetarle fuerte para que no escapara. Por impedir que este niño se fuera a la derecha o a la izquierda, fue que pude ver el nombre de aquellas cavernas y edificios. Unos estaban rotulados así: Religión, Comunismo, Filosofía, Política y Humanismo. Habían diversos edificios y muchos nombres: Deportes, Música, Socialismo, Teatro, Ciencia, etc.
Mientras avanzábamos hacia el norte, donde estaba la Gloria del Señor, el niño desconocido se me escapó de mi mano y se metió en una cueva profunda cuyo nombre era Humanismo. Yo intenté seguirlo para sacarlo de ahí, pero el Espíritu Santo me lo impidió, ordenándome que avanzara derecho, hacia el frente donde estaba la Gloria. El continuar la jornada, de repente, saliendo de entre las rocas, un león dorado enorme me saltó adelante en el camino, ubicándose frente a nosotros y con toda la intención de no dejarnos pasar hacia nuestro destino final. Su actitud no era pacífica, más bien era violenta, muy agresiva. Abrió su enorme hocico y rugió con fuerza. Súbitamente, el Espíritu me hizo recordar parte de la Escritura:
“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”…
1 Pedro 5:8
En ese instante fue consciente que tenía frente a mí al mismo satanás. Las fuerzas me flaqueaban, mi voz no podía salir de mi garganta, su presencia maligna era más fuerte que lo que yo podía resistir. Clamé al Padre en lo más profundo de mi espíritu y de pronto, llenando todos los cielos, apareció desde las rojizas nubes de Gloria, un águila enorme que me miraba fijamente con ternura. El león se dio vuelta y miró a los cielos, se asustó y retrocedió temeroso. Yo seguí clamando con mi hijo sujetado por mi mano derecha. En ese instante ya no era Pablo, ahora era Ronny, mi segundo hijo. Muchas águilas de menor tamaño empezaron a aparecer en el cielo llenando los aires. El león retrocedía angustiado. En ese momento clave yo aproveché para escapar del enemigo. Tome al niño de la mano y lo introduje rápidamente en una cueva cuyo nombre sobre la entrada era “Adoración”. El león rugiente, satanás, no podía entrar a donde nosotros habíamos entrado y menos podía tocarnos. Aleluya. Atravesamos la cueva y al salir al otro lado nos sucedió algo inesperado; al lado de la salida, había una oveja indefensa y atada a un tronco de árbol. Temblaba llena de miedo ante una bruja que le quería cortar la cabeza. Al ver aquel cuadro, tomé a mi hijo, que ahora era Pablo y le dije: “vamos a socorrer a esa ovejita”. La bruja de la historia no era ni más ni menos que Jezabel, la profetiza falsa y bruja de Babilonia e Israel. Al vernos, la oveja me habló y con la voz del niño desconocido, que se me había escapado de la mano izquierda y que se había introducido en la cueva del Humanismo, me dijo desesperadamente: “ayúdame, ayúdame”. Corrimos a socorrer a la oveja y sorprendimos a la bruja con nuestra rapidez y fuerza; de un solo golpe la derribé y cayó al piso destruida. La oveja se convirtió en el niño otra vez y al prepararnos a marchar por el camino hacia la Gloria apareció de entre las rocas otra vez satanás, desde luego, como un león rugiente y enorme. Tomé a mi hijo de la mano derecha y al niño desconocido con la izquierda. Sentí profunda paz, no tenía temor ni preocupación; bajo este dominio propio obrando por el Espíritu Santo le dije a mi hijo Pablo; “vamos a enfrentar al león”. Ni siquiera había acabado de decir aquella oración cuando a nuestra derecha, en lo alto de la montaña y saliendo de entre las piedras doradas, apareció un león más grande aun. Este león gigantesco era hermosísimo, sus ojos eran como llama de fuego. Su color era blanco brillante como la plata bruñida. De inmediato saltó vigoroso sobre satanás, el león amarillo; éste al ver al león plateado grito lleno de pánico: “el León de Judá”. No había terminado de pronunciar el Nombre cuando el León de Judá le cayó encima haciéndole pedazos. Nosotros miramos impactados la escena. El camino hacia la Gloria quedó despejado, el León de Judá permaneció a nuestro lado y caminó con nosotros hacia nuestro destino. Rumbo a la Gloria, a los lados del Norte… terminó la impresionante experiencia. La Presencia del Señor llenaba mi cuarto al despertar literalmente Su Gloria Manifiesta estaba allí. Me quedé quieto y en profundo silencio esperando Su voz a mi espíritu y una explicación de lo vivido y de las imágenes e impresiones recibidas. Jehová no tardó en hablarme.
Detallo seguidamente lo que el Espíritu de Dios dijo a mi corazón:
“Hijo, la montaña que subiste representa el esfuerzo que será necesario realizar para subir a otro nivel ministerial; ese monte representa el precio a pagar por ti y por muchos para subir hacia otro nivel de unción y revelación. Montañas son metas, batallas, luchas, pruebas, decisiones por tomar. Hijo mío, los niños que llevabas de la mano representan a mis ministros y líderes fuertes. El de la mano derecha que a veces era tu hijo Pablo y otras veces tu hijo Ronny, representa a tus hijos naturales y a tus hijos ministeriales que se dejarán guiar por ti, por tu unción y manto apostólico y profético. Ellos alcanzarán por su fidelidad a mí y por su lealtad a ti, la Gloria misma, ellos no caerán en trampas del mundo ni a derecha ni a izquierda. Ellos serán dóciles y caminarán hacia donde tú les lleves bajo tu cobertura y cayado de padre ministerial. El niño también representa a los hijos ministeriales de otros apóstoles que bajo la misma visión apostólica de los últimos días les llevarán hacia mi Presencia en adoración plena.
El niño desconocido, el de la izquierda, representa a todos aquellos ministros y líderes que no son hijos de tu ministerio, pero que siendo pueblo de Dios, han oído del mover apostólico y profético, pero caen en la tentación de seguir doctrinas humanas, filosofías, religión o humanismo. Su afán por tener conocimiento natural los alejará de ti y de mis apóstoles y les hará caer presas del humanismo y quedarán listos para ser transformados como ovejas para el matadero. Jezabel y el espíritu de hechicería y manipulación los podrá degollar si no hay arrepentimiento en ellos. La única salida y ayuda para estas ovejas de matadero o líderes humanistas está en volverse a mis apóstoles y profetas y a sus coberturas.
El león amarillo, es desde luego satanás que tratará por todos los medios de impedir que tú y mis adoradores (muchos son tus hijos) lleguen al final de su destino, el cual es la Gloria, un “Mayor Peso de Gloria”.
El atacará y tratará de amedrentar a mis hijos adoradores. No le tengas temor, está derrotado, sólo preocúpate por buscar la salida a su provocación, ésta se llama Adoración. Adórame siempre, enseña a tus hijos y a tus discípulos a adorarme en espíritu y en verdad. La cueva “Adoración” es una figura que usé para mostrarte que mientras mis siervos me adoren el enemigo no podrá tocarles.
El león plateado, no es blanco, es plateado brillante, es el León de Judá, tu Defensor y Redentor Jesús. Manifesté a tu espíritu Su Poder y Cobertura a través de la plata, el símbolo de la Redención y del precio pagado por tu victoria. Es el León de Judá Quién se activa a favor de mi pueblo en cada batalla cuando me adoran con pasión. El, el León de Judá, caminará contigo y con tus herederos apostólicos hasta el final del destino señalado por mi Espíritu, la Gloria Shekinah.
Hijo mío, sigue adelante, no te detengas, vencerás cada obstáculo que satanás ponga en el camino, la cima es tuya, el Norte es tu Destino. Definitivamente lo alcanzarás, sigue el camino, adoración es la clave.
Recuerda lo que dice mi Palabra:
“Grande es Jehová, y digno de ser en gran manera alabadoEn la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo. Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra,Es el monte de Sion, a los lados del norte,La ciudad del gran Rey. En sus palacios Dios es conocido por refugio”.
Salmo 48:1-3