#Rompiendo con el #Estancamiento. No se porque razón estas estancado, pero te digo de parte de Dios que llego el tiempo de #Romper con esa malicia en el nombré de Jesús. https://m.facebook.com/Ministerio-Caminando-Con-Dios-CCD-251513245046330/
Posted by Ministerio Caminando Con Dios CCD on Wednesday, November 18, 2015
domingo, 29 de noviembre de 2015
Rompiendo con el #Estancamiento: Ministerio Caminando con Dios
sábado, 28 de noviembre de 2015
miércoles, 25 de noviembre de 2015
lunes, 23 de noviembre de 2015
La vida hogareña de Juan y Carlos Wesley
http://www.elcristianismoprimitivo.com/HogarWesley.htm
Como introducción a esta serie, hay que decir que
falta mucho en la vida familiar de los cristianos de hoy. El hogar debe
ser un refugio ante las tentaciones del mundo y los pecados. Debe ser
un lugar donde reine el amor de Dios; lleno de paz y gozo. Pero,
tristemente, no son así la mayoría de los hogares cristianos. Los
padres discuten entre sí, casi nunca se sientan juntos todos de la
familia para comer a la misma mesa, faltan miembros de la familia en
muchos de los cultos públicos de la iglesia y un tiempo diario de culto
familiar falta en muchos hogares.
Pero, Dios quiere cambiar todo esto. Y para animar a los padres en el
quehacer ante esta falta, se les da estas "Historias del Hogar" de
cristianos muy conocidos. Tengo que decir que tal vez no fueran buenas
todas las doctrinas y prácticas de las personas quienes se escriben. De
igual modo, las denominaciones mencionadas no fueran siempre rectas en
cuanto a sus doctrinas y prácticas. Sin embargo, podemos aprender de
los puntos correctos y desechar lo demás.
Juan y Carlos Wesley
¿Qué cristiano no conoce estos nombres?
Aunque la mayoría de los lectores de este libro no fueran metodistas,
pienso que una gran parte ha oído hablar de ellos. Durante un vuelo en
avión, hablaba con un metodista, y le dije: "Bueno, no soy metodista,
pero quiero amar y servir a Dios cómo Juan Wesley lo hizo; él es uno de
mis personajes ejemplares".
Durante las primeras décadas del siglo XVIII, Inglaterra estaba muy
abatida espiritualmente. De hecho, estaba en uno de sus estadios más
bajos. Pecado del tipo más feo abundaba en cada nivel de la sociedad, y
parecía que no había esperanza que la Iglesia pudiera despertar y parar
su deslizamiento hacia la iniquidad. Sin embargo, igual como Dios
proveyó a Ana en los días de Israel, así hubo una "señora elegida" en
Epworth, Inglaterra, llamada Susana Wesley, quien se preocupó por sus
hijos. Sin saberlo ella, Dios le guió a criar a un profeta y a un
salmista, los que juntos despertarían a la nación, y además, al mundo
entero.
Eso sucedió hace trescientos años y todavía sus voces claman en el
cristianismo del siglo XXI. ¿Qué predicador no ha usado un dicho o un
ejemplo de la vida de Juan Wesley? ¿Qué asamblea de cristianos no ha
cantado uno de los himnos de Carlos? El impacto de las vidas de estos
dos hombres es inmedible. Es claro que Dios en su previo conocimiento
iba guiando y velando sobre el entrenamiento de ellos. En este estudio
se quiere indagar sobre la vida hogareña de Samuel y Susana Wesley,
padres de Juan y Carlos.
Meditando sobre la herencia de estos dos hombres, mi corazón se afierra
a una de las promesas de Dios, tocante a nuestros hijos. Se encuentra
la misma en Isaías 59:21, y fue escrita en el contexto del adversario,
el que ataca la piedad. Es una promesa a los que dejaran atrás al
pecado.
El Espíritu mío que está sobre ti, y mis palabras que puse en tu boca,
no faltarán de tu boca, ni de la boca de tus hijos, ni de la boca de
los hijos de tus hijos, dijo Jehová, desde ahora y para siempre."
¡Qué hermoso modo de pelear contra los enemigos de nuestro Dios! Tres
generaciones de gente que no pondrían a un lado las verdades de Dios.
¡Qué nosotros también nos aferremos al poder de esta estrategia! Queda
claro que el diablo lo entiende, y que pelea con todas sus fuerzas para
detenerlo.
Estudiando las genealogías de las dos ascendencias, de Juan y Carlos,
encontramos un carácter noble en las dos. Ambos linajes tuvieron
personas que trabajaron en la obra de Dios, en la Inglaterra de
aquellos tiempos. Y cada generación siguiente fue impactada en esto.
Las controversias acerca de las prácticas de la "alta" iglesia, la
no-conformidad y el estado espantoso de la iglesia en general fueron
candentes. En el comedor tuvieron charlas extendidas acerca de los
mismos temas. El abuelo de Samuel, cuando murió estaba muy triste a
razón de las persecuciones que él y otras personas de su familia habían
sufrido. Un tío de Samuel, llamado Juan, fue cazado como un zorro, fue
echado a la cárcel varias veces y al fin murió de una enfermedad que
las mismas persecuciones le provocaron; a los 34 años de edad. Se dijo
que Juan el hijo de Samuel fue imagen de Juan, el tío de su padre, por
su fogoso celo y energía.
En el linaje del lado de la madre, encontramos el mismo caso. El padre
de Susana, el Sr. Annesley, fue muy conocido como predicador puritano.
Sirvió en varias iglesias anglicanas hasta que las controversias acerca
de la no-conformidad se levantaron. Luego, se retiró de la
iglesia-estado y se hizo puritano. Esto le costó mucho y tuvo que
luchar constantemente durante sus 30 años siguientes. Muchos
consideraron a este hombre igual al apóstol Pablo, y su forma de vida
muestra claramente que era un puritano de mucha influencia. Por todo
esto los padres de Juan y Carlos heredaron una gran carga acerca del
avivamiento. La misma carga fue heredada a los hijos. Y, una vez
entendido que Dios quería un avivamiento y una reforma en la iglesia,
Juan y Carlos se pusieron a la obra de todo corazón.
El padre de Juan y Carlos
Samuel Wesley fue predicador en el pueblecito de Epworth, en
la iglesia anglicana. Anteriormente había vivido en diferentes lugares;
pero, en Epworth fue dónde Juan y Carlos se criaron. Samuel fue un
hombre de disciplina y celo, regularmente estuvo bien firme en sus
propias opiniones. Esta situación le provocó persecuciones y problemas
que bien pudieron ser evitados, si se hubiere ocupado en la humildad.
Con todo, las persecuciones que sufrió la familia prepararon a los
hijos para las mismas, pues las sufrieron en el futuro. Y, el ejemplo
paciente de su padre en los sufrimientos fortaleció a los hijos también.
Un rasgo que él y su esposa tenían en común fue la tenacidad en cuanto
a no echar por tierra sus convicciones; y parece ser que los hijos
heredaron lo mismo. Los dos valoraron el orden en su forma de vida; y
así mismo fueron conocidos los hijos, por sus vidas ordenadas.
Estudiando el hogar de los Wesley, se nota que la tenacidad de los
padres a veces les causó problemas, pues cualquier pareja dogmática que
viva junta tendrá diferencias entre sí. Pero, a pesar de esto, no
desistiendo en nada, la madre se dio a la tarea de criar a sus hijos y
a manejar la casa de Samuel.
Samuel fue autor y pastor, y a consecuencia de las frecuentes visitas
que hacía, estuvo muy ocupado. Pues fue compasivo, se dio a conocer por
sus numerosas visitas a las cárceles. Pagó los costos de su educación
universitaria, viviendo felizmente en la pobreza a razón de esto.
También, fue poeta, escribió poesía y prosa en el transcurso de su
vida. Ninguna de sus obras perduró, pero algunos de sus hijos
recibieron el mismo don; y Carlos sobresalió en éste, escribiendo miles
de canciones. Sin duda el talento de Carlos fue inspirado al ver a su
papá trabajando hora tras hora en sus propias obras. Oh, ¡la sabiduría
de Dios, es inescrutable!
Parece ser que Samuel tuvo sueños y visiones que quería llevar a cabo,
pero no pudo realizarlos. Concibió el plan de mandar misioneros a
China, India y a todos los territorios británicos, ofreciendo que él y
su familia se irían para guiar la obra.
Quizás debe considerarse a Samuel como un profeta en cierto sentido. En
sus últimos días profetizó acerca del surgimiento de un avivamiento,
diciéndoles a sus hijos: —Ustedes lo verán, pero yo no.
Para concluir, debo añadir lo siguiente: Samuel no era un padre de
primera clase. Sin embargo, su hogar fue conocido por doquier como uno
de los más piadosos de su tiempo. Sin duda que él ayudó a tal
reputación.
La madre de Juan y Carlos
Susana se crió en un ambiente piadoso. Su papá, por ser muy
usado por Dios, les trajo muchas bendiciones a sus hijos. Según los
registros, el hogar Annesley tuvo 22 hijos. Los tiempos fueron serios,
y Susana maduró temprano, escuchando conversaciones sobre asuntos
espirituales. Fue una apasionada estudiante, y aprendió el griego,
latín y francés cuando aún era joven. Sus libros de estudio fueron la
Biblia, teología y los escritos de la iglesia primitiva. A razón de los
tempestuosos tiempos en que creció, luchaba en sí misma con profundos
asuntos espirituales, mientras que muchas de sus compañeras jugaban con
muñecas. Sin duda que Susana fue una muchacha distinguida" devota,
pensativa y llena de virtudes cristianas. Muchos historiadores la
llaman "la madre del metodismo" a razón de sus definidos métodos en
cuanto a la crianza de niños.
"La balanza" describe bien su carácter, una mezcla de benignidad,
disciplina, sobriedad y gozo. Consagró una hora cada mañana y tarde
para estar a solas con Dios, orando y meditando.
Como madre, le dio 18 hijos a su marido, Samuel. De esos, ocho murieron
infantes. Es difícil imaginarse la agonía de enterrar a ocho preciosos
pequeñitos.
Los métodos de Susana
Hay muchas biografías acerca del hogar de los Wesley. Estos,
en su mayoría, pintan la vida hogareña de Samuel y Susana como casi
perfecta. Pero, las biografías pueden ser incompletas, especialmente si
se refieren a una persona tan conocido como Juan Wesley. Aunque el
respeto humano tiene tendencias hacia esto, "la sabiduría es
justificada por sus hijos."(Mt. 11:19)
La prueba del hogar Wesley son los beneficios que el mundo recibió por
medio de Juan y Carlos. Resulta patente que hubo algo en su niñez que
les ayudó. Todos los registros demuestran que Susana era la figura
prominente en la crianza de los hijos en el hogar de los Wesley. Su
educación, dones de organizar y firme personalidad, junto con el hecho
que Samuel era un hombre muy ocupado en otras cosas, pusieron a Susana
al frente de las cosas hogareñas. Vemos una mujer que derramó su vida
en la crianza de sus hijos, con un firme propósito. Estudiemos cómo
este propósito se manifestó en métodos prácticos sobre la crianza de
niños.
* Una vida ordenada y programada.
Susana razonó sobre el provecho que tiene una vida disciplinada. Por
esto, poco tiempo después de nacer, cada hijo empezó un bien
sistematizado programa de crianza. Había un tiempo para dormir, un
tiempo para comer, un tiempo para despertar, etc. Se esforzaba para
desarrollar tales hábitos en la vida y memoria de cada hijo. Se aplicó
esto aun hasta para los tiempos de descanso de un bebecito. Ella dedicó
tal esfuerzo en esto que el bebé se dormía a la hora deseada: sin
llorar o pelear. Igualmente, se aplicó este principio al tiempo para
alimentar al bebé.
Tales disciplinas fueron empleadas para poder tener más orden hasta en
el tiempo ocupado en los quehaceres del hogar. Ella pensaba que era
necesario que cada hijo estuviera en su lugar. Todo fue puntual: las
oraciones, el desayuno, la escuela, tiempos de quietud, el descansar,
el culto familiar, etc.; todo según el reloj. Claro, había tiempos
cuando las providencias trastornaban todo, pero siempre volvió a su
familia al orden. La estabilidad y seguridad que este principio produce
en la vida y desarrollo de un niño son tremendas. Susana prosiguió
estas metas sin desviarse, porque vio la sabiduría escondida y los
efectos que aprovecharían de esto sus hijos.
* Guió los apetitos de los hijos.
Susana sabía que si un hijo no aprendía a controlar sus apetitos, los
mismos lo controlarían a él, posiblemente para el resto de su vida. A
razón de esto, hizo estrictas reglas en cuanto al comer. Asimismo,
entrenó a sus hijos a comer comidas que no les gustaban y a tomar
bebidas de sabor feo. El tomar medicina tenía dos razones— ayudar a la
salud del niño, y a enseñarles a soportar lo indeseable. No permitió
comer entre los tiempos establecidos para las comidas, pues consideraba
esto como mal hábito. Sí, comieron dulces, pero tales cosas como esas,
consideradas lujo, fueron vigiladas cuidadosamente.
* El hogar se mantuvo quieto.
Los hijos no deben controlar el ambiente de un hogar. Hay tantos
quehaceres que cumplir diariamente, y para el provecho de todos, el
hogar tiene que estar calmado y quieto. Susana creyó y puso en práctica
esto, entendiendo los beneficios que cada hijo ganaría si la misma
cualidad se llegara a poner en práctica en ellos. Hay un refrán que
dice; "Siempre hablando, nunca aprendiendo." A la edad de un año, los
hijos de los Wesley habían aprendido a llorar quietamente. Lo mismo fue
enseñado usando medidas positivas y negativas. Así, la casa no tuvo
mucha bulla de un niño llorón; algunas personas dieron testimonio que
era un hogar donde no se sabía si había niños en casa, a razón del
ambiente calmado. De igual modo, los niños fueron enseñados a estar
quietos durante las oraciones familiares, y así dar una señal de
bendición al final de éstas, en vez de estar hablando.
* Hay que conquistar la voluntad del niño.
Éstas eran las palabras de Susana y están colmadas de poderosa
sabiduría. Dijo ella también: "Me esfuerzo por capturar la voluntad de
un hijo desde su temprana edad y trato de cuidarla hasta que el niño la
entregue a Dios. Este es el único, fuerte y razonable cimiento de una
educación, sin la cual, ni precepto ni ejemplo tendrá efectos."
La voluntad del hombre es el centro de su vida religiosa. Si no la
rinde a sus padres, le será mucho más difícil rendirla a Dios, y, todo
entrenamiento en cuanto a la vida doméstica y a la vida espiritual será
frustrado. Entonces, este principio es de suma importancia; hay que
adquirirlo lo antes posible. Una relación amorosa, junto a la apropiada
aplicación de la vara y la persistencia, te dará los deseados
resultados en tu propio hogar.
Una escuela bien ordenada en el hogar
Así describió Susana su método sobre el educar a los hijos.
Durante veinte años invirtió seis horas diarias a esta tarea santa. En
sus últimos años, escribió a su hijo Juan sobre la intención de enseñar
en el hogar, en términos bien definidos: "Hay muy pocas personas que
dedicarían los mejores veinte años de su vida para salvar las almas de
sus hijos." Por medio de estas palabras y por la manera en que dirigió
la escuela, podemos saber que formuló más que una mera educación
académica.
Por medio de su influencia, cada hijo recibió una pasión de aprender y
de vivir en la justicia. El tiempo de la escuela empezó y terminó cada
día con cantos, y cada hijo aprendió a leer con la Biblia como único
libro de texto. A las cinco de la tarde, Susana dividió a la familia en
pares, un hijo que podía leer con otro que no podía. Luego, se leyó el
Salmo del día y un capítulo del Nuevo Testamento. Además, Susana
escribió tres libros para ocuparlos en su escuela: A Manual of Natural
Theory (Un manual de teoría natural), An Exposition of the Apostles'
Creed (Una explicación del credo apostólico) y An Exposition of the Ten
Commandments (Una explicación de los diez mandamientos).
Cada tarde escogió a uno de sus hijos e invirtió tiempo charlando con
él sobre temas espirituales. Hermanos: ESTO es el supremo secreto del
porqué del fruto de Juan y Carlos. ¡Qué ejemplo de una madre dedicada!
Se negó a sí misma de una vida social “normal” para invertirla en la
crianza de sus hijos. Diez de los 18 hijos sobrevivieron hasta ser
adultos, y todos ellos se entregaron al Señor. Y, al momento de sus
muertes, todos estaban “en el Señor”. Hay mucho que aprovechar en todo
esto.
Es verdad que Susana tenía unas empleadas para ayudarla en la casa,
pero recordemos que ellos vivieron antes de la invención de las
comodidades modernas.
Moldear un carácter piadoso
Edificar el carácter (la fuerza moral y ética), fue una de las
razones de la enseñanza en el hogar. Cada hijo necesita fe que produzca
obras prácticas. Observando este hogar, se hace patente que Susana
planeaba y llevaba a cabo muchas actividades que edificarían tal virtud
en la vida de sus hijos. ¿Cuáles fueron las herramientas que ocupaba
para realizar esto? Bueno, la respuesta es fácil. Pues vivían en un
pueblecito con cultivos alrededor, había muchos quehaceres. Cuidar los
animales, ordeñar las vacas, sembrar las huertas y otros trabajos
semejantes proveían buenas oportunidades para enseñar a los hijos sobre
el carácter. La constante pobreza del hogar igualmente proveyó muchas
ocasiones para entrenarles. En cuanto a la moralidad, a los niños se
les enseñó que la mentira es un vicio, y debemos cuidar nuestros
compromisos. Susana enseñó a sus hijos que no recibirían castigo con la
vara si confesaban sus errores a tiempo.
Se ha estudiado la vida ordenada del hogar anteriormente. Sin embargo,
vale la pena mirarla otra vez en cuanto al carácter. La repetición de
buenas acciones crea buenos hábitos. Así, tener tales acciones
programadas en buen orden, diariamente, es de tremenda ayuda. Según el
libro de Eclesiastés (capítulo 3), todo tiene su tiempo. En una vida
hogareña bien ordenada, hay tiempo para que cada hijo lea la Biblia,
limpie su cuarto, ordeñe la vaca, etc. Así, un niño crecerá cumpliendo
tales quehaceres, sin pensar que lo mismo es anormal. ¿Ves el valor de
esto?
Un ambiente de amor en el hogar
Todo lo escrito anteriormente puede parecer como algo grave y
difícil, si lo miramos como un solo evento. Pero hay que considerar al
lubricante que hace que toda esta maquinaría corra bien: el amor. Este
amor es el amor "ágape", el amor sacrificado, y en el hogar de los
Wesley el mismo prevaleció como el primer espíritu. Susana fue una
madre muy afectuosa. No era como un sargento del ejército, que demanda
la obediencia sin amor. Muchas personas de su tiempo testificaron que
su hogar era el más cariñoso de todos. De hecho, los niños de Susana,
al ver los sacrificios de ella, casi la hacían un ídolo. La disciplina
mezclada con el amor, creó un vínculo entre la madre y los hijos que
fue muy hermoso ver. El carácter benévolo y amable, mezclado con las
muchas horas que les invirtió, hizo que los corazones de los hijos
estuvieran llenos de honor y respeto para ella.
Susana permitió tiempos para que los hijos pudieran jugar, sonreír y
hacer bulla, como es normal para los niños. Y esto es de igual
importancia en los demás puntos de un hogar, porque no se puede tener
sólo la estricta disciplina, sin el amor. Tienen que fluir del uno al
otro, y volverse otra vez. Esto se llama "balance". De igual modo, no
se puede tener sólo amor, sin la disciplina. Los resultados de esto son
bien graves también.
El fruto de Susana Wesley
Según muchos historiadores, "Susana Wesley es la madre de la
iglesia metodista." Empezando la búsqueda de materiales para este
estudio, se encuentra una y otra vez tales palabras. Y, tengo que decir
que reaccioné un poco al leerlas, pensando que los biógrafos no decían
la verdad. Pero después de invertir muchas horas estudiando a esta
mujer extraordinaria, me he arrepentido. Hay abundante verdad en las
mismas palabras.
¿Por qué? Porque si se estudia el movimiento metodista, se aclara que
ella tuvo varias características que hicieron que el mismo movimiento
tuviera una fuerza potente en Inglaterra y Norteamérica. A continuación
se dan algunas de esas características:
* Una vida personal santificada
* Un vida personal con devocionales
* Un odio al pecado y a la injusticia
* Una vida ordenada
* Un avivamiento en las disciplina cristianas (la oración, el ayuno, etc.)
* Un vida personal con devocionales
* Un odio al pecado y a la injusticia
* Una vida ordenada
* Un avivamiento en las disciplina cristianas (la oración, el ayuno, etc.)
Bien se puede aumentar la lista con varios puntos más, pero estos
bastan para este objetivo, que es el mismo objetivo al que hacen
referencia los historiadores acerca de Susana. Observando la lista,
vemos el objetivo: los puntos anotados son los mismos, los que Susana
ocupaba en la enseñanza de sus hijos. Los primeros metodistas
recibieron este nombre de parte de sus críticos, al pensar que había
muchos métodos en la forma de vida de Juan, Carlos y sus compañeros.
Así fue como los llamaron metodistas, burlándose de ellos. Pero Juan y
Carlos simplemente pusieron en obra los principios que recibieron de su
mamá, acerca del hogar, y se las enseñaron a sus feligreses.
Juan sobresalió en la organización y administración de las sociedades
metodistas. ¿De dónde le provino esto? Aunque Carlos también predicaba,
él sobresalió escribiendo himnos. ¿De dónde le provino tal habilidad?
Entonces, leyendo todo esto, ¿qué piensas tú? ¿Fue Susana una madre que
pasó sus días enseñando a sus hijos algo que no valdría la pena? Por
supuesto, la respuesta es "no". Ella fue guiada por Dios a criar una
familia piadosa, en un tiempo de mucha impiedad. Dios la usó para que
formara dos vasijas escogidas, preparadas para el uso del Maestro. Ella
se entregó en las manos de Dios y sacrificó veinte años en el entrenar,
castigar, leer, orar y amar.
Los resultados todavía se muestran por todos lados, y en muchos lugares
la voz de ella y de sus hijos se escucha; aún hoy en día.
La Doctrina Wesleyana de la Perfección
“La reconstrucción wesleyana de
la ética cristiana de la vida,” asevera George Croft Cell, “es una
síntesis original y peculiar de la ética protestante de la gracia, con
la ética católica de la santidad.” En el pensamiento de Wesley se
combinan el énfasis característicamente religioso de la tradicional
doctrina protestante de justificación por la fe y el interés especial
del pensamiento y la piedad católicos, y resultan en el ideal de la
santidad y la perfección evangélica. Esta combinación sucede primero,
desde luego, en las páginas del Nuevo Testamento.1
Cell presenta argumentos muy
convincentes para demostrar que esa “nostalgia por la santidad,” el
anhelo de ser como Cristo que capturó la imaginación de Francisco de
Asís, constituye “el meollo de la cristiandad.” Fue precisamente este
“énfasis perdido de la cristiandad” lo que fue despertando menos y menos
interés en la primera etapa del protestantismo. Cell cita la
observación de Harnack, y está de acuerdo con ella, de que el
luteranismo, en su comprensión puramente religiosa del evangelio,
menospreció demasiado el problema moral, el Sed santos porque Yo soy santo. “Es
en este preciso punto,” continúa Cell, “donde Wesley se alza a la
altura de un picacho. Él restauró la menospreciada doctrina de la
santidad a su sitio merecido en la comprensión protestante del
cristianismo.”2
Por lo tanto, desde la
perspectiva de la cristiandad histórica, la doctrina wesleyana de la
perfección cristiana no es un provincialismo teológico. Al fundir la
justificación y la santificación, el pecado original y la perfección
cristiana, restauró el mensaje del Nuevo Testamento a su plenitud
original. Wesley “había vislumbrado la unidad básica de la verdad
cristiana de la que compartían tanto la tradición católica como la
protestante.”3
Así comprendió Wesley su mensaje. En su sermón titulado “La Vid de Dios”, él dice:
Frecuentemente se ha hecho la
observación de que muy pocos han desarrollado una idea clara en cuanto a
la justificación y la santificación. ¿Quién escribió más hábilmente
sobre la justificación por la fe solamente, que Martín Lutero ¿Y quién
era más ignorante de la doctrina de la santificación, o más confundido
en sus conceptos sobre ella... Por otro lado, cuántos escritores
católicos (como Francisco de Sales y Juan Castiniza, en particular) han
escrito categóricamente y con fundamento bíblico sobre la
justificación, y sin embargo ¡desconocían completamente la naturaleza
de la justificación! Tanto así que todo el cuerpo de sus teólogos en el
Concilio de Trento... completamente confundió la santificación y la
justificación. Pero plugo a Dios el darles a los metodistas un
conocimiento cabal y claro de ambas, y la amplia diferencia entre las
dos.
Sabemos, desde luego, que al
mismo tiempo que un hombre es justificado la santificación propiamente
principia, puesto que cuando es justificado es “nacido de nuevo”, o
“nacido del Espíritu”, lo cual, aunque no es (como algunos suponen) todo
el proceso de santificación, es sin duda alguna, la puerta a ella. De
esto también Dios ha querido darles a los metodistas una comprensión
cabal...
Éstos declaran, con igual celo y
diligencia, la doctrina de una justificación gratuita, cabal y
presente, y la igualmente importante doctrina de entera santificación
tanto de corazón como de vida; son tan tenaces en cuanto a la santidad
interior como cualquier místico, pero tan interesados en lo externo
como cualquier fariseo.4
El genio de la enseñanza
wesleyana, afirma el doctor Cell, es que ni confunde ni divorcia la
justificación de la santificación, sino que “les da igual importancia a
una y a otra"
A LA ENUNCIACIÓN WESLEYANA
La doctrina completamente desarrollada de Wesley es postulada en su libro Una clara explicación de la perfección cristiana, que
fue publicado por primera vez en 1766. Su cuarta edición, publicada en
1777, representa la declaración definitiva de su posición. La perfección cristiana (título
abreviado con que se conoce esa obra), incluye las declaraciones
completas de casi todo lo que Wesley escribió sobre el tema antes de la
publicación de ese libro. Aquí está la doctrina de la perfección tal
como él la proclamó y la defendió. Al leer La perfección cristiana uno
debe recordar que aquí Wesley está delineando el progreso de su propio
pensamiento, y que las declaraciones de las primeras secciones no
siempre representan su posición final. Es en la parte final del libro
donde descubrimos la comprensión madura de Wesley en cuanto a la
perfección cristiana.
El resumen de once puntos, que Wesley da y que aparece casi al fin del libro, es una presentación condensada de la doctrina:
1. Existe la perfección cristiana, porque es mencionada vez tras vez en las Escrituras.
2. No se recibe tan pronto como la justificación, porque los justificados deben seguir adelante a la perfección (He. 6:1).
3. Se recibe antes de la muerte, porque San Pablo habló de hombres quienes eran perfectos en esta vida (Fil. 3:15).
4. No es absoluta. La perfección absoluta pertenece, no a hombres, ni a ángeles, sino sólo a Dios.
5. No hace al hombre infalible; ninguno es infalible mientras permanezca en este mundo.
6. ¿Es sin pecado No vale la pena discutir sobre un término o palabra. Es “salvación del pecado”.
7. Es amor perfecto (1 Jn.
4:18). Esta es su esencia; sus frutos o propiedades inseparables son:
estar siempre gozosos, orar sin cesar, y dar gracias en todo (1 Ts.
5:16).
8. Ayuda al crecimiento.
El que goza de la perfección cristiana no se encuentra en un estado que
no pueda desarrollarse. Por el contrario, puede crecer en gracia más
rápidamente que antes.
9. Puede perderse. El que
goza de la perfección cristiana puede, sin embargo, errar, y también
perderla, de lo cual tenemos unos casos. Pero no estábamos
completamente convencidos de esto hasta cinco o seis años ha.
10. Es siempre precedida, y seguida por una obra gradual.
11. Algunos preguntan:
“¿Es en sí instantánea o no”... A menudo es difícil percibir el momento
en que un hombre muere, sin embargo hay un instante en que cesa la
vida. De la misma manera, si cesa el pecado, debe haber un último
momento de su existencia, y un primer momento de nuestra liberación del
pecado.5
Estos son los puntos
sobresalientes de la enseñanza wesleyana. Pero la doctrina tiene una
historia demasiado antigua y continua, como hemos visto, para ser
clasificada meramente como una doctrina wesleyana. Juan Wesley sería el
primero en repudiar tal cosa. Como Cell anota, Wesley encontró la
verdad de la perfección “en la urdimbre de la tela” de las Escrituras.
Su búsqueda inmediata fue estimulada por la lectura de cuatro libros: La imitación de Cristo, de Tomás de Kempis; Rules and Exercises of Holy Living and Dying por el obispo Jeremy Taylor; Christian Perfection, y A Serious Call to a Devout and Holy Life, de
William Law. Pero mucho tiempo antes de Wesley, y antes de que estos
escritores místicos despertaran su deseo de tener la santidad, los
padres griegos y latinos habían presentado la doctrina en largas
exposiciones, como hemos procurado demostrar en esta obra. Al formular
su doctrina de la perfección, Juan Wesley se nutrió en las corrientes
más ricas y profundas de la tradición cristiana. La conclusión que el
doctor Flew hace es enteramente justa:
La doctrina de la perfección
cristiana —entendida no como una declaración de que la meta final de la
vida cristiana pueda alcanzarse en esa vida, sino como una declaración
de que un destino sobrenatural, un logro relativo de la meta que no
excluye el crecimiento, es la voluntad de Dios para nosotros en esta
vida y que es asequible— yace no meramente sobre los caminos de la
teología cristiana, sino sobre el camino que conduce hacia arriba.7
Pero también es cierto que Juan
Wesley le dio a la doctrina un molde enteramente nuevo. La originalidad
de Wesley se ve principalmente en la forma en la que él situó la verdad
de la perfección en el centro mismo de la comprensión protestante de
la fe cristiana. También, libró la doctrina de cualquier noción de
mérito, y la presentó completamente como el don de la gracia de Dios.
El amor perfecto es asequible ahora mismo, por la fe.
El hecho de que Wesley vio esto
con tanta claridad lleva a Colin W. Williams a poner en tela de duda la
declaración, antes citada, de Cell de que la teología de Wesley “es una
síntesis... de la ética protestante de la gracia, con la ética católica de la santidad”.8
La ética católica le atribuye mérito a la santidad, pero Wesley
enteramente separó la doctrina, del nivel u orden de mérito, y la ubicó
en el orden de gracia. Su concepto de santificación es por la fe
solamente. Esto, afirma Gordon Rupp, es lo que le dio al evangelio
wesleyano su forma y su coherencia.9
Para Wesley, el mero centro de la perfección es el agape—el amor de Dios para el hombre. Su “foco ardiente” es la expiación. “El amor perdonador está en la raíz de todo ello.”10
Uno de los versículos que Wesley cita con más frecuencia es esa frase
de 1 Juan: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” El
amor a Dios no es el amor natural de eros, sino el amor del
hombre que responde al amor previo de Dios. La santificación, para
Wesley, como la justificación, es desde principio hasta el fin la obra
de Dios. La justificación es lo que Dios hace por nosotros
mediante Cristo; la santificación es lo que Él hace en nosotros mediante
el Espíritu Santo. “Todo... proviene de Dios, quien nos reconcilió
consigo mismo por Cristo” (2 Co. 5:18). Este teocentrismo definitivo y
saturador libra su doctrina de la perfección, de todas las tendencias
místicas y humanísticas que se encuentran en la mayoría de las
enunciaciones católicas de ella.
Lo que es más, Wesley ha vencido los aspectos objecionables de la doctrina agustiniana del pecado original. En su Perfección cristiana, Wesley
afirma: “Adán cayó, y su cuerpo incorruptible se volvió corruptible; y
desde entonces es un peso para el alma, y estorba sus operaciones.”11 Pero en esta frase está enteramente ausente la idea platónica de un cuerpo malo, así
como el énfasis agustiniano en la concupiscencia, con su identificación
concomitante de la naturaleza humana y la naturaleza pecaminosa. De
acuerdo a Wesley, el significado de la carne en Romanos 7 es “todo el
hombre tal como él es por naturaleza”,12 (o
sea, aparte de Cristo), e incluyendo ambas cosas: “un poder motivador
interior de inclinaciones malas, y apetitos del cuerpo.”13 La
esencia del pecado original no es la lujuria sino “el orgullo, por el
cual le robamos a Dios su derecho inalienable, y usurpamos
idolátricamente su gloria”.14 “Los pecados de la carne son los hijos, no los padres del orgullo; y el amor a sí mismo es la raíz, no la rama, de todo mal.”15
Esta interpretación hebraica del
pecado es la perspectiva controladora de Wesley en su tarea de
desarrollar su enseñanza de la santificación. Si la quintaesencia del pecado es una relación pervertida con Dios, la quintaesencia de la santidad es una relación correcta y restaurada por la gracia. De
modo que para Wesley, toda santidad o perfección está en Cristo, y
sólo en Cristo, puesto que sólo a través de Él somos restaurados al
compañerismo con Dios. El pecado que se ha extendido como una lepra por
toda el alma del hombre caído, es sanado por la gracia mediada por
Cristo.
Tenemos esta gracia, no sólo de
Cristo sino en Él, pues nuestra perfección no es como la de un árbol,
que florece por la savia que deriva de su propia raíz, sino... como la
de una rama la cual, al estar unida a la vid, tiene fruto, pero la que,
si es separada de ella, se seca y se marchita.16
La declaración más elocuente de la posición de Wesley la encontramos en la parte final de la Perfección Cristiana, y dice así:
El más santo de los hombres
necesita aún a Cristo como su profeta, como “la luz del mundo”. Porque
Él no les da luz sino de momento a momento; desde el instante en que Él
se retira de nosotros, todo es tinieblas. Necesitan aún a Cristo como
su Rey, pues Dios no les da un depósito de santidad. De no recibir una
provisión de santidad a cada instante, no quedaría otra cosa que
impureza. Necesitan aún a Cristo como su Sacerdote, para por medio de
Él presentar lo santo y consagrado de ellos a Dios. Aun la santidad
perfecta es sólo aceptable a Dios por medio de Jesucristo.17
Así que Williams interpreta
correctamente a Wesley al escribir: “La ‘santidad sin la cual nadie verá
al Señor’, de la que Wesley habla, no es una santidad juzgada por
normas morales objetivas, sino una santidad en términos de una relación
ininterrumpida con Cristo el Santo. El cristiano perfecto es santo, no
porque se ha elevado a cierta norma moral requerida, sino porque vive
en este estado de compañerismo ininterrumpido con Cristo.”18
Esta es una doctrina protestante
de la perfección. La fe es la perfección. Pero la perfección no es
meramente imputada, sino que también es impartida. Merced a la fe
santificadora el creyente experimenta el ser lleno con el amor de Dios
por el don del Espíritu Santo (véase Ro. 5:5), y por ese mismo acto su
corazón es purificado (Hch. 15:8-9). Wesley recalcó: “La entera
santificación no es ni más ni menos que el amor puro, el amor que
expulsa al pecado y que gobierna ambos, el corazón y la vida.” Y es lo
mismo que él predicó: “Es el amor excluyendo al pecado; es el amor
llenando al corazón, abarcando toda la capacidad del alma... puesto que
en tanto que el amor llene todo el corazón, ¿qué lugar hay allí para
el pecado”19 Su insistencia sobre esta verdad llevó a Wesley a separarse de Zinzendorf. La
fe perfeccionada en amor mediante la plenitud del Espíritu es la
esencia de la doctrina wesleyana de la perfección cristiana.
Wesley dijo que esta doctrina
“era el gran depósito que Dios había almacenado en el pueblo llamado
metodista”. Philip Schaff la llama “la doctrina final y culminante del
metodismo”. Y Frederic Platt la identifica como “la doctrina
preeminentemente distintiva del metodismo.”
En su libro titulado Understanding the Methodist Church, Nolan B. Harmon escribe:
La doctrina de la perfección
cristiana ha sido la contribución doctrinal específica que el metodismo
hizo a la iglesia universal. Juan Wesley la llamó: “La doctrina
peculiar que se nos ha encomendado.” En todo lo demás hemos sido, como
debemos ser, seguidores alegres y dinámicos en la corriente principal
de la creencia cristiana. Pero en esta doctrina nos erguimos solos y
declaramos una enseñanza que asciende sin temor, y que llega hasta el
mismo cetro de Dios.20
Empero otro autor metodista, John
L. Peters, reconoce lo siguiente: “Sin embargo, si queremos ser
cándidos, difícilmente podemos mantener que en la enseñanza y la
predicación de la iglesia (metodista) esta doctrina tiene hoy siquiera
un lugar parecido al lugar tan significativo que le dio Wesley.”21
Si bien hay multitudes de metodistas que atesoran la doctrina
wesleyana de la perfección cristiana, la proclamación de este mensaje
ha pasado casi enteramente a las denominaciones del movimiento
contemporáneo de la santidad. Este movimiento incluye a la Iglesia
Wesleyana, la Iglesia Metodista Libre, el Ejército de Salvación, la
Iglesia de Dios (Anderson, Indiana), y la Iglesia del Nazareno, además
de varios grupos más pequeños que incluyen algunas organizaciones de la
Sociedad de Amigos (los cuáqueros). Desde la década de 1860, la
Asociación Cristiana de Santidad ha sido la expresión
interdenominacional de la doctrina wesleyana. “Su propósito principal
siempre ha sido la propagación del mensaje de la perfección cristiana y
sus aplicaciones prácticas en los campos de las misiones, la educación y
las necesidades sociales.”22
B. HACIA UNA TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA
En las páginas finales de esta
obra deseo sugerir un bosquejo para una doctrina contemporánea de la
perfección cristiana. Teniendo presente el sendero que hemos tomado a
través de la historia del pensamiento cristiano, hay varias normas
finales que nos parecen justificadas:
1. En
primer lugar, una teología de perfección cristiana debe principiar con
una definición lúcida del pecado. El pecado no puede tener significado
alguno aparte del abuso de la libertad humana. J. S. Whale ha escrito:
La esencia del pecado es la
egocéntrica repudiación del hombre de su naturaleza distintiva. Su base
final es el orgullo que se rebela contra Dios y rechaza su propósito.
Su manifestación activa es el amor del hombre a sí mismo, que “cambia
la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre
corruptible”. La libertad del espíritu filial, la libertad del hombre
para Dios y en Dios, es pervertida al grado que termina siendo libertad de Dios. Imago Dei se interpreta como que quiere decir: “Seréis como Dios.”23
Si la teología wesleyana ha de
ser bíblica, debe repudiar la interpretación agustiniana del pecado
innato, como una concupiscencia que permanece. La depravación moral
puede sólo entenderse como una consecuencia del pecado más básico, y
previo, del orgullo (véase Ro. 1:18-25). El orgullo guía al hombre a
buscar satisfacción en la criatura en vez de buscarla en el Creador
glorioso. “Es en la obsesión indebida del hombre en lo finito donde los
apetitos sensuales de la más baja clase principian a elevarse y a
demandar dominarlo.”24
La gracia santificadora debe
sanar al hombre en el centro de su ser; debe crucificar su orgullo
ambicioso y presuntuoso. Cuando esto se logra, la sanadora gracia de
Dios se extiende a todos sus afectos y deseos, haciendo de él una
persona completa y sana.
2. En
segundo lugar, la doctrina de la perfección cristiana debe evitar el
error de hacer de la experiencia un asunto mágico y sin implicaciones
morales. Claro que una formulación clara del pecado del hombre ayudará
mucho a la solución de este error. Desde luego que la purificación que
el Espíritu santificador obra va más profundamente que nuestra
conciencia. Sin embargo, nosotros debemos siempre insistir en que la
perfección cristiana tiene su principio, en el lado humano, en una crisis moral, a la que Wesley llamó muerte al pecado, y que continúa en una relación mantenida de confianza obediente.
Wesley vio esto claramente cuando su pensamiento alcanzó madurez, y entonces nos advirtió:
¿No tiende a desviar a los hombres el hablar de un estado justificado
o santificado, al guiarlos casi naturalmente a confiar en lo que fue
hecho en un momento En vez de lo cual estamos agradando o desagradando a
Dios, de momento en momento, de acuerdo a nuestra actitud presente y
conducta exterior presentes.25
Aquí Wesley protege su posición
en contra de la acusación que algunos le han hecho, y es, de que él
tiende a hablar del pecado como si fuera algo, una cantidad, un objeto o
cosa, como un diente cariado que es necesario sacar. El pecado no es
una cantidad; es una cualidad. No es una sustancia; es una condición.
El pecado es como la oscuridad; sólo puede ser expulsada por la luz.
Wesley también habló del pecado en términos de enfermedad, y de Cristo
como el Médico divino. Así que la santidad es la salud espiritual
restaurada, pero si hemos de permanecer sanos tenemos que obedecer las
leyes de Dios, que rigen el bienestar moral y espiritual. Estos son los
términos dinámicos con los cuales debemos pensar en el pecado y la
santidad. La entera santificación no es un acto mágico que cambia la
sustancia de nuestras almas; es una crisis moral que nos restaura a una
existencia cristocéntrica.
La entrada a esta vida plena y
libre del pecado presupone lo que Wesley llama “el arrepentimiento de
los creyentes”, que representa su convicción de que el pecado ha quedado
en ellos después de la justificación. El creyente justificado, gracias
a la convicción fiel del Espíritu Santo, llega a estar dolorosamente
al tanto de su pecado innato, su egocentrismo y su doblada mente que le
plagan. E. Stanley Jones lo explica de la manera siguiente:
La crisis de la conversión trae
una liberación de los pecados crónicos, y señala la introducción de una
vida nueva. La conversión es una libertad gloriosa, pero no es una
libertad completa. Los pecados crónicos han desaparecido, pero las
raíces de la enfermedad todavía están allí. La nueva vida ha sido
introducida, pero no reina completamente. La vida vieja ha sido
derrotada, pero no se ha rendido.26
El cristiano que anhela la
santidad personal no puede estar satisfecho con esta condición de una
mente doble. Tiene hambre y sed de justicia. Necesita traer todo el
asunto a una crisis, mediante un rendimiento completo de sí mismo a
Dios (véase Ro. 6:19). Esta “muerte al pecado” lo lleva a un nivel más
profundo que el que alcanzó merced a su rendimiento inicial a Cristo en
busca del perdón y de la vida nueva. Su motivación, para este segundo
rendimiento, es una convicción profundizada de la naturaleza
saturadora de la autoidolatría. Es una admisión franca y contrita de la
pequeñez, la mezquindad, la lujuria, la ambición, el orgullo y el
egoísmo de uno, así como una muerte consciente, voluntaria al yo, en
amor de Dios. Al hacerlo cumplimos lo que Pablo pide al escribir:
“Presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y
vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Ro. 6:13).
Está muerte al pecado es ambas, gradual e instantánea, tal como Wesley explicó en la forma siguiente:
Un hombre puede estar agonizando
por mucho tiempo; sin embargo, no está muerto propiamente hablando,
hasta el instante en que el alma se separa del cuerpo; y en ese instante
pasa a la eternidad. De la misma manera uno puede estar agonizando por
algún tiempo en cuanto al pecado; sin embargo no está muerto al pecado
hasta que éste sea quitado de su alma, y en este instante pasa a vivir
la plena vida de amor. Y así como es diferente el cambio que se opera
cuando el pecado es quitado del alma. Este cambio trascendental y
sublime no puede ser comprendido hasta haberlo experimentado. No
obstante esta transformación incomparable, él continúa creciendo en
gracia, en amor, y en el conocimiento de Cristo, reflejando la imagen
de Dios, y continuará creciendo ahora y por la eternidad.27
3. Si bien el arrepentimiento del creyente, y su muerte al pecado deben preceder a su entera santificación, la condición
indispensable es la fe. “Pero, ¿cuál es la fe por la que somos
santificados, salvados del pecado y perfeccionados en amor” Meditemos
cuidadosamente en la respuesta de Wesley.
Es una evidencia y una convicción
divinas. En primer lugar, de que Dios lo ha prometido en las Santas
Escrituras. Hasta que no estemos enteramente persuadidos de esto, no hay
necesidad de pasar al siguiente escalón. Y uno pensaría que no se
necesita una frase más para satisfacer a un hombre razonable en cuanto a
esto, que la antigua promesa: “Circuncidará Jehová tu Dios tu corazón,
y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con
todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.” ¡Cuán
claramente expresa esto el ser perfeccionado en amor! ¡Cuán fuertemente
implica el ser salvado de todo pecado! Puesto que, en tanto que el
amor ocupe todo el corazón, ¿qué lugar queda allí para el pecado
Es la evidencia divina y la
convicción divina, en segundo lugar, de que lo que Él ha prometido,
tiene poder para cumplir... Si Dios habla, será hecho. Dios dijo: “¡Sea
la luz!” y fue la luz.
En tercer lugar, es una evidencia
divina y una convicción divina de que Él es capaz y está dispuesto a
hacerlo ahora. Y, ¿por qué no ¿No es acaso un momento para Él como mil
años Él no puede carecer de tiempo para lograr cualquier cosa que sea
su voluntad. Ni puede carecer, o esperar más dignidad o capacidad en
las personas a quienes Él se digna honrar. Por lo tanto nosotros
podemos decir audazmente, en cualquier momento o punto de tiempo: “¡Hoy
es el día de salvación!”
A esta confianza, de que Dios es
tanto capaz como que está dispuesto a santificarnos ahora mismo,
necesita añadirse algo más: una evidencia divina y una convicción divina
de que Él lo hace. En esa hora es hecho: Dios le dice al alma en su
sitio más íntimo: “¡Sea hecho contigo de acuerdo a tu fe!” Entonces el
alma es pura de cualquier mancha de pecado; es limpiada de “toda
injusticia”. El creyente entonces experimenta el profundo significado
de esas palabras: “Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos
comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de
todo pecado.”28
El amor perfecto siempre es un
don, para ser recibido en cualquier momento, por la fe sencilla. Dios
obrará en el creyente justificado su obra final de purificación. De modo
que entonces, estrictamente hablando, ésta no es algo que el hombre
logre, sino un regalo de Dios. ¡Crea, y posesiónese!
4. Por
ende, una doctrina bíblica de la perfección cristiana declara que la
entera santificación es la acción de Dios, quien, por el Espíritu Santo,
libra al alma del pecado e inaugura un nuevo dechado de devoción
interior.
Es el ministerio de Dios Espíritu
Santo “entrar en los recónditos del espíritu humano y obrar desde
adentro de la subjetividad del hombre”. Desde adentro de nuestro ser, el
Espíritu vitaliza, santifica y fortalece. La obra del Espíritu por la
cual somos sanados y completados sucede
…porque la gracia de Dios no sólo
es algo fuera de nosotros, manifestado en la muerte y pasión de
Jesucristo, sino que (también) es un poder obrando dentro de nosotros,
dirigiendo su impacto en la mismísima ciudadela de nuestra voluntad.
Esta gracia interior de Dios está obrando personalmente en nuestro
interior. Es Dios Espíritu Santo.29
Es muy atinada la observación del
doctor Cell sobre este particular: “La santidad es el tercer término
de la revelación triuna de Dios. Esta es la posición más alta
imaginable para la doctrina de la santidad en la fe cristiana y su
interpretación.” A continuación cita el siguiente comentario de Wesley:
El título Santo tal como se
aplica al Espíritu de Dios no sólo denota que Él es santo en su propia
naturaleza, sino también que nos hace santos; que Él es la gran fuente
de santidad para su iglesia. El Espíritu Santo es el principio de la
conversión y de la entera santificación de nuestros corazones y vidas.30
La razón, las Escrituras y la
experiencia nos dan la audacia para declarar, por lo tanto, que cuando
el creyente confiesa su pecado innato, entrega su corazón en amoroso
rendimiento, y confía en las promesas de Dios, el Espíritu Santo se
posesiona del templo interior de su alma, lo limpia, y llena todo su
ser con el amor de Dios.
P. Pero, ¿cómo es que uno llega a saber que está santificado, salvo de la corrupción innata
R. No se puede saber por
otro modo sino por el mismo por el cual sabemos que somos justificados.
“En esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos
ha dado” (1 Jn. 3:24). Lo sabemos por el testimonio y los frutos del
Espíritu. Primero, por su testimonio. Como, cuando fuimos justificados,
el Espíritu dio testimonio a nuestro espíritu de que nuestros pecados
eran perdonados, así cuando fuimos santificados Él dio testimonio de
que eran quitados.31
Esta es la plena certidumbre de fe. Lycurgus Starkey comenta: “El saber interiormente
que el templo ha sido limpiado por Dios, quien permanece en la
plenitud de su Espíritu como su consagración, eso es el significado y
el contenido de la plena certidumbre.”32
5. Un
aspecto final de una teología de la perfección es un reconocimiento
franco de su naturaleza relativa. Se trata de perfección evangélica. En
lugar de la ley mosaica Dios ha establecido otra ley a través de
Cristo, que es la ley de la fe. Tal como Wesley nos recuerda: “No es
todo aquel que hace, sino todo aquel que cree, el que recibe la justicia... o sea, el que es justificado, santificado y glorificado.”
P. ¿Es el amor el cumplimiento de esta ley
R. Indudablemente que sí.
Toda la ley, bajo la cual estamos, se cumple en el amor: Romanos
13:9-10. La fe que ahora obra animada por el amor es todo cuanto Dios
exige del hombre, pues Él ha reemplazado la perfección angelical por el
amor.
P. ¿Por qué es el amor el fin del mandamiento
R. Porque es el fin de
cada mandamiento de Dios. Pues es el centro al que se dirige todo y
cada parte de la institución cristiana. Su fundamento es la fe,
purificando el corazón; el fin es el amor, preservando una buena
conciencia.
P. ¿Qué amor es este
R. El amar al Señor
nuestro Dios con todo nuestro corazón, nuestra mente, alma y fuerza; y
el amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, como a nuestras
propias almas.33
W. E. Sangster cree que “amor perfecto” es el verdadero nombre para la doctrina de Wesley.34
Este nombre recalca la naturaleza positiva y social de la santidad.
Wesley mismo no quiso usar el término “perfección sin pecado”,[1]35 puesto que el más santo de los cristianos “quedan cortos de la ley del amor” tal como es expuesta en 1 Corintios.36 Debido a su ignorancia, los que han sido perfeccionados en amor son culpables de lo que Wesley llama “transgresiones involuntarias”37
de la ley de Dios. “Por lo tanto aun los más perfectos, por esta misma
razón, necesitan la sangre expiatoria, aun por sus transgresiones
externas, y pueden decir tanto para sus hermanos como para sí mismos:
‘Perdónanos nuestras deudas.’”38 Añade: “Nadie siente
su necesidad de Cristo tanto como ellos; nadie depende tan enteramente
en Él, pues Cristo no le da vida al alma aparte de Él, sino en Él y con
Él mismo.” Luego cita las palabras de Jesús: “Sin (o aparte de) mí nada
podéis hacer.”39
De modo que de esta manera Wesley
presenta dos conceptos limitadores. Primero, la perfección cristiana
no es absoluta sino relativa para nuestra comprensión de la voluntad de
Dios. Por lo tanto, el hombre enteramente santificado siente
profundamente sus imperfecciones y sus lapsos de la ley perfecta del
amor, y conserva un espíritu penitente y susceptible, que le salva del
fariseísmo. Nunca olvida que es justificado, no por las obras, sino por
la gracia, y por ende descansa completamente en el Señor. Segundo, sabe
que el amor perfecto que es el don de Dios a él a través del Espíritu,
es un impartimiento “de momento en momento” de Cristo a su alma. Tal
persona se apropia de la confesión de Pablo y declara: “Y yo sé que en
mí, o sea en mi carne (en mí mismo aparte de la presencia de Cristo
quien habita), no mora el bien” (Ro. 7:18). No hay lugar alguno para la
jactancia, excepto en la gracia de Cristo, quien derrama el agape de Dios en mi ser.
La base escritural de esta
posición de “perfección imperfecta” se encuentra en Filipenses 3:11-15 y
en Romanos 8:17-28. Aunque por la gracia de Dios nosotros hayamos sido
llevados a una edad adulta espiritual (el amor hecho perfecto),
todavía somos, usando la frase de E. Stanley Jones, “cristianos en
proceso”. Todavía no hemos alcanzado la meta de esa semejanza final a
Cristo para la cual Dios nos alcanzó por medio del evangelio; pero sí
tenemos esa exclusividad de propósito que le permite al Espíritu
llevarnos hacia esa meta con firmeza (véase He. 6:1).
Al estudiar Romanos recordamos
que nuestra existencia cristiana en el Espíritu es una existencia en el
“tiempo entre los tiempos”, o sea, en “este tiempo presente” entre el
Pentecostés y la Parousia. Por la gracia de Dios podemos vivir,
ya no “en la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de
Dios mora en” nosotros (Ro. 8:9). Pero todavía estamos en un cuerpo que
no ha sido redimido, y tenemos que sufrir las “flaquezas de la carne”,
que son los efectos raciales del pecado en nuestros cuerpos y mentes,
las cicatrices de nuestras prácticas pecaminosas del pasado, nuestros
prejuicios que estorban los propósitos de Dios, nuestras neurosis que
producen depresiones emotivas y que nos hacen actuar de vez en cuando en
forma que no va de acuerdo a nuestro carácter, nuestras idiosincrasias
emotivas, nuestras limitaciones humanas, nuestra tendencia a
preocuparnos, y mil faltas más de las que nuestro barro humano es
heredero. “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la
excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Co. 4:7).
Una doctrina cabalmente
desarrollada de la perfección cristiana necesita ubicar la verdad de la
santidad dentro del cuadro de “esta edad presente”, que es
caracterizada precisamente por “estas flaquezas de la carne”. Es por
esto que Pablo declara que hemos sido “en esperanza... salvados” (Ro.
8:25), la cual es la esperanza de ese golpe final de la gracia soberana
que traerá a su consumación esa gran tarea de santificación que
principió cuando nos convertimos. Esta es la esperanza de la
resurrección. Wesley habría estado de acuerdo con Karl Barth en su
declaración sobre ese versículo de Romanos: “Si el cristianismo no es
completamente una escatología inquieta, no queda en él relación alguna
con Cristo.”40 Nuestra teología es verdaderamente una “teología de esperanza”.
Hay personas que se burlan de tal
doctrina de “perfección imperfecta”. Pero el negar la posibilidad de
ser santificados por el Espíritu, y de conocer el amor perfecto de Dios,
sólo porque somos criaturas finitas sujetas a las limitaciones de una
existencia terrena, es perder algo que es parte vital del cristianismo
del Nuevo Testamento. Por lo tanto nosotros decidimos enarbolar la
paradoja wesleyana de la perfección cristiana. La verdad cabal no se
gana al eliminar la tensión entre los dos polos (“perfecto” y “todavía
no perfeccionado”), sino al apegamos a ambas verdades con igual énfasis.
Sólo entonces puede la vida cristiana desplegar su flor, que es el ser
como Cristo.
Devotamente creemos que Dios nos ha encomendado a
nosotros los que nos consideramos wesleyanos, “el gran depósito” de
esta enseñanza nuevotestamentaria de la santidad de corazón. Si cesamos
de “gemir” y de “buscar” esta perfección en Cristo, si dejamos de hacer
que éste sea el énfasis de la verdad de salvación que enseñamos y
predicamos, si no nos apropiamos, con un espíritu contrito y
susceptible de la bendición cabal del Pentecostés en nuestra vida
individual, y en la vida de la iglesia, perderemos nuestra primogenitura
como los seguidores de Juan Wesley. Lo más trágico de todo será que le
fallaremos a Dios, quien nos ha comisionado para “pregonar y extender
la santidad bíblica” a todos los confines de la tierra.
MATERIAL PARA BAJAR: TEOLOGIA DE JUAN WESLEY
Favor de bajarla por aqui:
La Teología de Wesley y sus fuentes
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
A.
Acerca de su teología.
En
la teología de Juan Wesley, a diferencia de otros teólogos contemporáneos,
predominan ampliamente los temas que tienen que ver con la condición humana y
la vida cristiana. La doctrina de Dios y la cristología ceden lugar a la
sotereología: la doctrina de la salvación por la gracia.
Bien
podemos decir, sin temor a equivocarnos que él desarrolla la doctrina de la
justificación y del corazón ardiente. Este énfasis teológico es el aporte de Wesley
a la teología evangélica.
Wesley
no desarrolla una teología sistemática, no porque no tuviera estudios
teológicos, sino más bien una teología práctica, que intente llegar más al
corazón del ser humano y no tan sólo a su mente. En otras palabras, desarrolla
una teología popular en el que Dios esté al alcance del pueblo.
La
necesidad de dar prioridad a este tipo de teología popular es por el estado de
emergencia en que se encuentra la persona humana.
Esta
urgencia está dada en que todas las personas nacen en pecado y están
espiritualmente muertas en este mundo y se van desplazando lentamente hacia una
muerte física.
De
ahí que Wesley deje de lado su interés por desarrollar un tipo de teología
especulativa y controversial para tratar directamente con el problema de cómo
una persona se convierte al cristianismo y de cómo permanece siendo cristiano,
hasta alcanzar su perfección.
Es
por eso que esta situación de las personas, hace que sólo trate aquellas verdades
que son necesarias para la salvación.
Para
Wesley, la religión no es un conjunto de creencias o maneras de adorar a Dios.
Es principalmente “la vida de Dios en el alma humana”. Es la “santidad de
corazón y vida”.
Al
revisar la teología de Wesley podemos ver que ella se manifiesta en los
siguientes hechos:
ü
Vivió como un
evangelista itinerante, dando a conocer el amor de Dios;
ü
Llamó a
multitudes al arrepentimiento y a la fe en Jesucristo;
ü
Reunió a los conversos en sociedades para su
edificación mutua;
ü
Su principal interés era diseminar la santidad
en toda la nación y en el mundo;
ü
El énfasis en la educación era unir la fe y el
conocimiento por mucho tiempo separados;
ü
Escribió sus sermones y otras obras para
ponerlas al alcance del pueblo.
ü
Salvó a una nación de una revolución
sangrienta, a partir de la proclamación del Evangelio.
B. Dos distinciones importantes.
Wesley en su trabajo teológico fue estableciendo dos
distinciones muy importantes:
Una
primera distinción es entre las doctrinas esenciales y las opiniones.
Veamos algunos aspectos:
§
Existen ciertas
doctrinas indispensables para la fe cristiana, ya que sin ellas no podría ser
el verdadero cristianismo.
§
Wesley a estas
verdades también las llama “fundamentos doctrinales o básicos”.
§
La doctrina de la Trinidad y la doctrina del
pecado original son dos ejemplos.
§
Existen otras
doctrinas de importancia secundaria que un creyente puede aceptar sin llegar a
destruir la raíz de su fe cristiana.
§
A estas doctrinas
secundarias, Wesley las llama “opiniones”.
§
Las opiniones de
una persona no eran condición para pertenecer a las sociedades.
§
Las opiniones de los metodistas sobre un
asunto u otro, no son la marca distintiva.
§
Wesley explicó a sus adversarios, al criticar
las opiniones de los metodistas, que en cuanto a las opiniones que no atacan
los fundamentos del cristianismo, pensamos y dejamos pensar.
La
segunda es entre doctrina verdadera y cómo la doctrina es verdadera.
§
Wesley señalaba
que Dios ha revelado muchos hechos que son verdaderos y éstos se encuentran
registrados en las Escrituras.
§
Sin embargo, Dios
no ha revelado el cómo éstos son así.
§
Por tal motivo, Wesley aconsejaba evitar
cualquier especulación al respecto, ya que el cristiano no está obligado a
creer cualquier teoría que trate de explicar el proceso.
§
Por último, para
Wesley esta información no era esencial para la salvación.
C.
El espíritu ecuménico de su teología.
Wesley
emplea la palabra "católico" para expresar su pensamiento ecuménico.
Ser ecuménico es la aceptación universal de todas las personas que son
verdaderas cristianas.
Su
actitud de tolerancia se ve reflejada en su libertad de respetar las opiniones
y en el pensar y dejar pensar.
En
su Sermón 39, Wesley explica que la diferencia de opiniones es el resultado
inevitable de la debilidad y limitada comprensión del ser humano, acerca del
amor de Dios.
Para
Wesley el espíritu ecuménico es un espíritu humilde que reconoce que nadie
puede estar seguro de que la totalidad de sus opiniones puedan ser verdaderas.
Las
palabras de Wesley: "Si tu corazón es como el mío, dame la mano y mi
hermano serás" revela que para realizar la tarea de proclamar el amor
de Dios y anunciar sus Buenas Nuevas, no debe haber ningún impedimento, basta
el amor y la tolerancia.
Esta actitud de tolerancia permite la unidad de la
Iglesia. Urgente necesidad ante un mundo que cada vez más se separa por
cuestiones de creencias religiosas, ideologías, costumbres y modas, hasta el
hecho de llegar a la guerra, a pesar de plantearse una convivencia común: vivir
en la aldea global.
D.
Las fuentes de su teología.
Según
Wesley, hay cuatro grandes fuentes de ayuda para comprender el conocimiento
cristiano: las Escrituras, la razón, la tradición y la experiencia. Hoy en día
se les conoce como el "cuadrilátero wesleyano".
a) Las Escrituras.-
Para
Wesley los principios fundamentales de su teología se encontraban en la
Escritura.
Ésta
era su única regla de fe.
Todos
sus sermones están llenos de citas bíblicas, no en forma artificial, como
textos de prueba, sino como la expresión natural de una mente cristiana por la
Palabra de Dios.
Pasó
mucho tiempo traduciendo el Nuevo Testamento del original griego para sus
lectores.
En
su sermón sobre “El testimonio de nuestro propio espíritu” (Obras de Wesley,
Tomo I, Sermón 12, pp. 229-230), Wesley pregunta: “¿Qué regla tienen los
hombres para discernir entre lo bueno y lo malo, para dirigir su conciencia?” y
responde diciendo:
“La
norma del cristiano respecto de lo bueno y lo malo es la Palabra de Dios, los
escritos del Antiguo y Nuevo Testamento; todo lo que los Profetas y 'los
varones santos de la antigüedad' escribieron, 'movidos del Espíritu Santo';
toda la Escritura que ha sido 'inspirada divinamente' por Dios, y la que
ciertamente 'es útil para enseñar' toda la voluntad de Dios; 'para redarguir'
los errores; y para 'instruir,' o educarnos, en 'justicia' (2ª Tim.
3:16)".
b)
La razón.-
En
muchos de los escritos de Wesley, la razón ocupa un lugar muy importante.
Por
ejemplo, en su obra “Un llamado ferviente a personas razonables y religiosas”
(Obras de Wesley, Tomo VI, Defensa del Metodismo, pp.20-25), Wesley dice:
”Deseamos
una religión fundada en la razón y de acuerdo a la razón; esto es, en armonía con
la naturaleza de Dios y la del hombre y sus relaciones mutuas. Exhortamos
encarecidamente a todos los que buscan una religión verdadera, a que hagan uso
de toda la razón que Dios les haya dado, investigando las cosas de Dios. Es
razonable amar a Dios, que nos lo dio todo. Es razonable amar al prójimo y
hacer el bien a todos los hombres. La religión que nosotros predicamos y
vivimos está de acuerdo con la más alta razón.”
En
otro momento afirma que este es un principio fundamental para todos los
metodistas, que renunciar a la razón significa renunciar a la religión, que la
religión y la razón van de mano en mano, y que toda religión irracional es
falsa.
Wesley
vivió en una época racionalista y no estaba de acuerdo con los místicos que
despreciaban a la razón, señalando más bien que el Señor y sus apóstoles
razonaban constantemente con sus enemigos.
Finalmente,
Wesley sostiene que la razón no puede engendrar la fe, ni la esperanza, ni el
amor de Dios o al prójimo; pero nadie debe despreciarla, porque rinde grandes
servicios en echar los fundamentos de la verdadera religión y en dirigirnos en
la práctica de la vida cristiana.
La razón humana es un regalo de Dios y no hay que
menospreciarla ya que ésta nos es útil para el descubrimiento y la
investigación de la verdad.
c)
La experiencia.-
Esta
tercera fuente de la teología de Juan Wesley es tal vez la más resaltante de su
pensamiento.
Él
encuentra en la experiencia la prueba y la confirmación del Evangelio y el
centro de la certidumbre cristiana.
Esto
no significa desmerecer la importancia insustituible de las Sagradas
Escrituras, ni el valor de la tradición eclesiástica. Para Wesley el
cristianismo según las Sagradas Escrituras es el cristianismo de la experiencia
personal.
Un
sermón ejemplar sobre este asunto es: “El cristianismo bíblico” (Obras de
Wesley, Tomo I, pp.73-97). Quien tenga estas experiencias no dudarán de la
verdad del Evangelio de Dios en Cristo, de la realidad del perdón de Dios y de
la renovación sobrenatural de su vida.
Wesley
a pesar de que muchas veces recurrió a los argumentos racionales, en última
instancia apela a la experiencia religiosa personal y la conciencia íntima y
constante de la presencia y obra de Dios.
Esta
apelación se convierte en una nueva manera de vivir la vida cristiana y se
echan las bases de la teología del movimiento metodista; por extensión, de la
teología evangélica actual.
Finalmente,
Wesley después de treinta años de su experiencia de conversión, escribió en su
segundo discurso sobre “el testimonio del espíritu”, “la experiencia es
suficiente para confirmar una doctrina que se basa en las Escrituras.” (Obras
de Wesley, Tomo I, p. 224).
d)
La tradición cristiana.-
Wesley
tenía una admiración muy particular por los padres cristianos, desde Clemente
de Roma hasta Cipriano, que corresponden a los tres primeros siglos de la
iglesia cristiana; y esto porque ellos dan testimonio de su experiencia
personal del evangelio.
Consideró
valioso el aporte de la Reforma del siglo XVI, ya que desde esa perspectiva la
Iglesia Anglicana elaboró el Libro de Oración Común, los Treinta y Nueve
Artículos de Fe, y las Homilías.
Wesley
encontró en dichos escritos su propia doctrina de la justificación por la fe y
es por eso que tuvo una actitud muy crítica contra los ministros de su tiempo
por haberse apartado de la sana doctrina.
Resumiendo
podemos afirmar que las fuentes de la teología de Juan Wesley son cuatro: las
Sagradas Escrituras, la razón, la experiencia religiosa, y la tradición
eclesiástica.
Pero
las fuentes principales son sólo dos: Las Sagradas Escrituras y la experiencia
religiosa del creyente.
Para
Wesley la razón ejerce cierta función crítica y reguladora en la reflexión, la
creación natural ofrece al ser humano cierto material para la reflexión
filosófica, y la tradición eclesiástica tiene hermosos tesoros que no deben
despreciarse; pero la fuente principal
son las Sagradas Escrituras, interpretadas y
confirmadas por la experiencia del creyente cristiano.
E.
Contenido de su teología.
Brevemente
damos a conocer las doctrinas fundamentales que Wesley sostuvo y defendió:
·
La Divinidad de
Cristo.
·
La Caída y
Corrupción del Hombre.
·
La Redención
Universal.
·
El Nuevo
Nacimiento.
·
El Testimonio del
Espíritu Santo.
·
Entera
Santificación o Perfección Cristiana.
·
La Resurrección
de los Muertos.
·
Juicio Final.
·
Recompensa y
Castigo Eterno.
En
resumen podríamos decir que todos estos temas de la teología de Wesley están
desarrollados desde la doctrina de la justificación y del corazón ardiente.
Núcleo teológico de todo su pensamiento y quehacer.
Por
otro lado, el avivamiento espiritual que produjo el Espíritu Santo en la vida
de Wesley y orientado por este pensamiento teológico, ha sido el más largo de
la historia y con mayor dimensión social (santidad personal y santidad social).
BIBLIOGRAFÍA
El
Libro de la Disciplina Metodista, IMU, 2000, USA.
El
Wesley del pueblo, W. Mc. Donald, CUPSA, 1985, México.
“Estas
Doctrinas Enseño”, Guía de Estudio para las Obras de Wesley, Celsa Garrastegui
y William Jones, Wesley Heritage Foundation Inc., 2002, USA.
Genio
y Espíritu del Metodismo Wesleyano, Gonzálo-Baez Camargo, CUP, 1962, México.
John
Wesley: Santidad de Corazón y Vida, Charles Irigoyen y Ruth Daugtherty, IMU,
1995, USA.
Juan
Wesley Evangelista, Francis Gerald Ensley, CUP, 1993, México.
Juan
Wesley: herencia y promesa, Justo L. Gonzáles, Publicaciones Puertorriqueñas
Inc., 1998, Puerto Rico.
Juan
Wesley: su vida y su obra, Mateo Leliévre, CLIE, 1988, España.
La teología de Juan Wesley y la nuestra, B. Foster
Stockwell, La Aurora, 1962, Argentina.
Obras de Wesley, 14 tomos, Wesley Heritage
Foundation Inc., 1998, USA.
Principios del Movimiento Metodista,
Carlos T. Gattinoni, Edic. Servir, 1982, Argentina.
Artículo publicado con autorización del autor.
Rev. Jorge Bravo
Licenciado
en
Teología en el Instituto Universitario ISEDET, Buenos Aires-Argentina.
Ex-Obispo de la Iglesia Metodista del Perú. Capellán del Colegio América
del
Callao.
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