Una joven cristiana le pidió a su que papá la llevara a una fiesta mundana. El padre que también era cristiano, se negó. Pero ante la insistencia de su hija que la llevara, que no iba a bailar, sólo iba a ver, aquel hombre accedió. En el camino al centro de fiestas, el padre le dijo a su hija, que llevaba un hermoso vestido blanco: Pasémos antes a la mina donde trabajo. Necesito recoger algo. Pero papá replicó la muchacha, me voy a ensuciar mi vestido blanco. ¡Nó!, contestó su padre, sólo vas a ver, no toques nada. Entraron a la mina, y al salir, el vestido blanco, hermoso de aquella señorita, estaba sucio, manchado por el polvo del carbón en la mina. Papá, mi vestido está sucio lleno de carbón, pero si no toqué nada, exclamó angustiada la joven. Así, igual, le dijo el papá, en la fiesta del mundo te vás a ensuciar tu testimonio, tu vida cristiana, por el ambiente de pecado, aunque sólo estés viendo.
Eclesiastés 9:8 - En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza.