! Y VEREIS LOS CIELOS ABIERTOS !
Génesis 28
Génesis 28
Tras empezar a dormirse, Jacob soñó algo muy especial: «Y tuvo un sueño: vio una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo. Ángeles de Dios subían y descendían por ella» (v. 12). En su sueño, los cielos estaban abiertos. Observó una relación entre el cielo y la tierra, una escalera por la cual descendían y ascendían ángeles.
Esta visión tiene un profundo significado profético, porque nuestro Señor ya se refirió a ella en Juan 1. Cuando Natanael le reconoció como el Hijo de Dios omnipresente y omnisciente, el legítimo Rey de Israel, Él le contó que vería cosas mayores que éstas. Estas glorias tenían que ver con el pueblo de Israel. Pero había cosas todavía más excelentes. Jesús le prometió: «Desde ahora veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (Juan 1:4851).
La gloria de Cristo como Hijo del Hombre supera Su majestad como Rey de Israel, ya que será como Hijo del Hombre que dominará sobre todas las obras de la mano de Dios y ejercerá poder universal. De este modo fue coronado con gloria y honor a la diestra de la majestad en las alturas. Natanael le llamó el Hijo de Dios, el Rey de Israel. Como el Mesías de Israel, Él poseía estas cualidades, porque era Aquel que por decreto divino fue hecho rey sobre el monte santo de Sión (Sal. 2:6ss). El salmo 2 habla de los consejos inalterables de Dios concernientes a este asunto. Aunque Su propio pueblo y las naciones rechazaron al Mesías, el decreto de Dios permanecerá, y Su rey ungido reinará finalmente sobre Sión. Desde allí se extenderá su reino hasta los confines de la tierra.
La gloria de Cristo como Hijo del Hombre remite a cosas mayores que Sus derechos mesiánicos en la tierra, porque poseyendo tal nombramiento, Dios le ha ensalzado a Su diestra en el cielo y le ha designado sobre todas las obras de las manos de Dios. Como Hijo del Hombre, es heredero de la creación entera, de todo cuanto Dios quiso dar al hombre. Éste es el carácter que se le atribuye en el salmo 8, donde se nos habla del designio de Dios para con el hombre -un designio que, a consecuencia del fracaso del primer hombre,tiene que cumplirse en Cristo en el cielo.
Ángeles de Dios ascendiendo y descendiendo sobre el Hijo del Hombre
Todo ello será visible para todos en el reino venidero, del cual Cristo será el centro glorioso. Los ángeles, esos poderosos siervos de Dios, rendirán entonces homenaje al Hijo del Hombre y llevarán a cabo Sus mandamientos. Ellos servirán al Hombre y al Señor del cielo, a quien se le ha conferido toda autoridad tanto en el cielo como en la tierra.
Del mismo modo, los ángeles le sirvieron en Su humillación, ya que el Señor dijo que «en adelante» (V.M.) iba a ser el objeto del ministerio de los ángeles (Juan 1:51). Los ángeles le vieron (1 Tim. 3:16).
Cuando padeció la tentación en el desierto, unos ángeles le ministraron (Marcos 1:13). Un ángel del cielo se le apareció en Getsemaní y le fortaleció (Lucas 22:43). Unos ángeles ministraban en el sitio donde habían depositado su cuerpo (Lucas 24:4 y ss).
Cuando el Hijo del Hombre venga en Su gloria, vendrán entonces todos los santos ángeles con Él (Mat. 25:31). Él será el objeto visible de su ministerio. Ascenderán para llevar a cabo sus órdenes y descenderán sobre Él para recibir nuevas, ya que entonces se dará públicamente al Hijo del Hombre toda la autoridad (véase Dan. 7:13,14; Juan 5:27; Apoc. 1:13; 14:14).
Cristo reinará como Hijo del Hombre, tendrá dominio sobre todas las obras de Abba Padre.
El reino milenial será el reino de nuestro Dios y de Su Cristo (Efe. 5:5; Apoc. 11:15). El Rey ungido de Dios deberá reinar hasta que todos sus enemigos se hayan postrado a Sus pies. Luego vendrá el fin, cuando Él entregará el reino a Dios el Padre para que Dios sea todo en todos (1 Cor. 15:2428).
Cuando Cristo reine, la Iglesia reinará con Él. Nosotros somos Su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. También somos la esposa de este Hombre glorificado, una ayuda idonea para Él durante Su reinado sobre todas las cosas.Los ángeles serán los ministros voluntarios del Hijo del Hombre, que procurarán que se haga la voluntad de Dios en la tierra y en el cielo.
La oración del Señor se cumplirá (Mat. 6:10), y los cielos y la tierra armonizarán juntos. El Primogénito sobre la creación tomará públicamente el lugar al cual tiene derecho, y los ángeles le adorarán (Col. 1:15,16; Heb. 1:6).
De hecho, la escalera que vio Jacob, así como los ángeles que subían y bajaban, indican el tiempo de la restauración de todas las cosas, cuando todo será dispuesto conforme a la orden divina (Hech. 3:1921).
Aun así, el significado de esta escalera no está reservado para el futuro, cuando todas las cosas serán sometidas ante todos al Hijo del Hombre. Para la fe, el cielo ya permanece ahora abierto y manifiesta que existe una unión patente entre éste y la tierra. Con nuestros ojos de la fe podemos penetrar ahora dentro de unos cielos abiertos y ver allí a Jesús, coronado de gloria y de honra (Heb. 2:9; 3:1).
Veo los cielos abiertos
En el tiempo actual, cuando el Hijo del Hombre está glorificado a la diestra de Dios, ésta es nuestra posición como creyentes: atisbamos dentro del cielo y allí vemos, por el poder del Espíritu, a un Hombre glorificado.
El libro de los Hechos nos ofrece un maravilloso ejemplo de esta verdad. Esteban, el mártir, seguidor fiel del Cristo rechazado en la tierra, miró lleno del Espíritu Santo al cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios. Dijo entonces: «Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios» (Hech. 7:56). El Espíritu iluminó sus ojos para que mirase dentro del cielo.
Cuando Jesús recibió la glorificación, descendió el Espíritu Santo del cielo. Asimismo dirige nuestra mirada hacia arriba para que miremos que Jesús ha ocupado Su lugar a la diestra de Dios. Por el Espíritu, contemplamos la gloria de Cristo. Tenemos así una unión con nuestro Maestro, a quien el cielo debe recibir hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas. El Espíritu le glorifica, porque toma de lo que es Suyo y nos lo revela a nosotros (Juan 16:1315).Esto produce una verdadera unión con el cielo. El Espíritu Santo nos une con nuestra Cabeza allá arriba y nos enseña las cosas profundas de Dios; nos lleva a un lugar donde tenemos libre acceso a Dios.
Tenemos acceso al Padre por el Espíritu. Tenemos confianza para entrar en el lugar santísimo, para decir con Jacob «no es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo» (Gén. 28:17).
Jesús, como antecesor nuestro, ha entrado en el santuario celestial. Poseemos la esperanza firme y segura de que pronto le seguiremos con cuerpos gloriosos (Heb. 6:1820).
Mientras, le seguimos por fe, porque tenemos la confianza de entrar en el lugar santísimo con la sangre de Jesús. Damos honra y servicio a nuestro Dios como compañía de sacerdotes e hijos en su divina presencia, hasta que Él realmente nos lleve a la gloria (Heb. 10:1922).
Aclaremos el significado profético de la escalera que Jacob vio apoyada en la tierra. Nos muestra al Hijo del Hombre como el Objeto de satisfacción de Dios y del ministerio de los ángeles en la tierra. No hay que olvidar que los cielos se abrieron para Él en Su caminar terrenal al poco de ser bautizado. Los ángeles también le ministraron en la tierra. El motivo por el que ahora vemos, por fe, al Señor en el cielo, es que fue rechazado por los terrestres. Fue elevado de la tierra.
No obstante, se acerca el tiempo cuando el Hijo del Hombre aparecerá en gloria en esta misma tierra que le rechazó. Todavía espera a la diestra de Dios, pero a Su regreso los hombres y los ángeles por igual le colmarán de honores ante todo el mundo. Luego los cielos satisfarán la tierra, sujeta todavía a su futilidad (Os. 2:21).
Más tarde, toda la creación será aliviada del yugo de la corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios bajo el bendito gobierno del Hijo del Hombre (Rom 8:21).