Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis”.
San Juan 13:13-17
En los inicios de mi Ministerio tuve la dicha y privilegio de ser formado en un ambiente pentecostal. Mis primeros mentores fueron los Reverendos Enrique Guerra, mi Supervisor General en la Iglesia de Dios del Evangelio Completo y Aniceto Molina uno de los Consejeros Nacionales y pastor de gran experiencia. Ellos me enseñaron bien, en las diversas oportunidades que el Señor me permitió estar cerca de ellos, ya fuera acompañándoles en una gira en una Convención Nacional, en una cruzada o en un seminario. La doctrina fundamental de esta Misión nos enseña la importancia del “lavamiento de pies de los santos”. La práctica bíblica de lavarse los pies entre ministros y líderes del Señor me fue inculcada profundamente. Personalmente, vi suceder cosas maravillosas en diversas ceremonias de éstas en las que Dios me permitió estar presente.
El “Lavamiento de pies” tiene su fundamento escritural en el Evangelio según San Juan capítulo 13 y en los pasajes bíblicos paralelos a éste en el Nuevo Testamento. Es el mismo Jesucristo Quién nos da una de las lecciones de autoridad y humildad más extraordinarias que podamos recibir. Es el mismo Rey de Reyes y Señor de Señores el que se humilla en medio de la Cena de la Pascua para ceñirse la toalla, hincarse y realizar el acto sublime y de humillación más glorioso jamás visto por sus discípulos. En medio de la Cena, Jesús se hinca, toma un lebrillo, recipiente y agua, y humildemente lava los pies polvorientos de Sus amados discípulos. El acto en sí, es un acto de servicio y humildad impresionante; mas viniendo de El, fue un acto sublime, magistral y divino. El lavamiento de los pies de Sus discípulos por Jesús es un acto incompresible para la mente de Pedro. Este seguidor de Cristo, se sorprende tanto que quiere impedir el hecho mismo. Pedro le pide a Jesús que sea él y sus compañeros mas bien quienes laven los pies de su Maestro. Mas Jesús le detiene, El nos da la lección más importante con respecto al ejercicio de la autoridad: quien quiera ser el mayor entre ustedes tendrá que ser el mayor servidor de todos. Aleluya.
El lavamiento de los pies de los discípulos por Jesús nos deja la grata enseñanza de que la autoridad se basa o depende de la vida de humildad que llevemos. En el mundo secular el mayor, el líder, normalmente es servido por todos. En Cristo Jesús, el mayor de todos debe estar siempre dispuesto a servir a los demás, aun acto de aparente humillación para él. Gloria sea dada a Jesús. En las diversas ceremonias de lavamiento de pies en que he participado siempre noté cosas muy bellas que ocurrieron:
- Reconciliación entre ministros y hermanos.
- Reconciliación entre ministros y hermanos.
- Manifestaciones de perdón muy conmovedoras.
- Restauración de relaciones con Dios y la Iglesia.
- Manifestaciones de amor muy sobrecogedoras.
- Impartición de poder y gracia divina.
- Sanidades físicas y milagros.
- Liberación de cautivos y arrepentimiento.
- Fortalecimiento y paz.
- Ministración personal del Espíritu Santo a los presentes.
- Ministración mutua entre líderes.
- Profecías.
- Visiones.
- Bautismos del Espíritu.
- Fortalecimiento de la amistad y la comunión entre los santos.
- Y más, muchísimo más.
En la década de los ochenta, tuve la honra de mantener una linda relación de amistad con el Apóstol y Dr. Otoniel Ríos de la Misión Elim de Guatemala. Este siervo de Dios, enseñaba con vehemencia sobre la importancia de la ceremonia de la Cena del Señor y el Lavamiento de pies. El Dr. Ríos afirmaba que el practicarlas constantemente traía a la Iglesia del Señor mucha sanidad, arrepentimiento, reconciliación y sobre todo mucha humillación, lo cuál era bueno para ejercer autoridad en amor y mansedumbre. El enfatizaba que estas prácticas eran parte de lo que el Apóstol Pablo llamó los rudimentos de la fe; fundamentos con los que la Iglesia Primitiva inició su caminar después de la muerte y resurrección del Señor Jesús. Para los primeros cristianos eran rudimentos, pero para nosotros hoy, son casi verdades olvidadas.
En la década de los ochenta, tuve la honra de mantener una linda relación de amistad con el Apóstol y Dr. Otoniel Ríos de la Misión Elim de Guatemala. Este siervo de Dios, enseñaba con vehemencia sobre la importancia de la ceremonia de la Cena del Señor y el Lavamiento de pies. El Dr. Ríos afirmaba que el practicarlas constantemente traía a la Iglesia del Señor mucha sanidad, arrepentimiento, reconciliación y sobre todo mucha humillación, lo cuál era bueno para ejercer autoridad en amor y mansedumbre. El enfatizaba que estas prácticas eran parte de lo que el Apóstol Pablo llamó los rudimentos de la fe; fundamentos con los que la Iglesia Primitiva inició su caminar después de la muerte y resurrección del Señor Jesús. Para los primeros cristianos eran rudimentos, pero para nosotros hoy, son casi verdades olvidadas.
¡Oh, cuánta necesidad tiene hoy el Cuerpo de Cristo de volver a los fundamentos de la Palabra!
En la década de los noventa conocí a otro buen amigo, Tommy Tenny sus libros tocaron profundamente mi corazón. El escribió sobre temas apasionantes: La Casa Favorita de Dios, Adasa (la Reina Esther), Los buscadores de Su Presencia y muchos más; todos impresionantemente buenos y provocadores a una mayor búsqueda del Señor. Mas uno de éstos me llegó hasta el fondo de mi ser como líder nacional, el tema que trataba me conmovió: La unidad de la Iglesia. A éste se sumó otro: El poder de la toalla.
Al leer sus páginas supe que era imperativo convocar a una reunión de ministros en mi país para ministrarnos mutuamente y provocarnos a ir juntos en pos de la reconciliación nacional y de la unidad del Cuerpo de Cristo. La reunión fue convocada y docenas de ministros claves asistieron para firmar un pacto de unidad y apoyo ministerial. En aquella ocasión dejaríamos a un lado la toalla y el agua; usaríamos un pañuelo personal para limpiar hincados y humillados el calzado de otro siervo de Dios. La ceremonia del lavamiento de pies, nos daba en aquella ocasión el principio del servicio a otro consiervo, la humillación ante él y ante Dios y sobre todo, nos brindaba la ocasión de amarnos, perdonarnos, apoyarnos y mostrarnos el respeto personal. Aquella reunión fue histórica y sanó muchas heridas abiertas; más sobre todo, puso las bases para clamar y esperar del Altísimo un poderoso avivamiento nacional. Aleluya. Iniciamos en Costa Rica de esta forma el Nuevo Milenio. Gloria a Dios. Los ministros que firmamos aquel pacto de unidad y nos humillamos los unos a los otros, hemos continuado firmes en ese pacto y muy buenos amigos los unos de los otros. Lamentablemente, quienes no atendieron aquel llamado, han evidenciado claramente poca compresión y respeto a la unidad en el Señor y a la integridad del Cuerpo de Cristo.
En los últimos meses han soplado algunos vientos contrarios en nuestras naciones contra la Iglesia del Señor y sus pastores. Desde diversas trincheras lanzan calumnias y dardos de fuego del maligno. Hay un Plan bien orquestado por satán para fraccionar al Cuerpo de Cristo y provocarle heridas de muerte a través de los mismos hermanos en la fe. Por diversos lugares se esgrimen argumentos difamantes y grandes mentiras contra ungidos ministros y ministerios; la intención del diablo es desacreditarlos y hacerlos desaparecer de la tierra. Satán les teme; ellos le han hecho mucho daño. La Iglesia debe despertar a esta realidad; el enemigo es sólo uno y se llama diablo, la serpiente antigua o Satanás. La lucha no es, bajo ningún punto de vista, una guerra entre hermanos. El apóstol Pablo escribió muy atinadamente en la carta a los Efesios, en el capítulo 6 y en el verso doce sobre esto: “Nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados”…
¡Cuánto necesita la Iglesia de Cristo en este Nuevo Milenio entender esta verdad!
Hoy, como nunca antes en la historia de la Iglesia del Señor, debemos humillarnos ante Dios, adorándole y pidiéndole perdón por nuestra soberbia, por nuestra altivez y por nuestra falta de unidad.
¡Iglesia; ministros de Jehová, debemos volver a lavar los pies de los santos, debemos volver a tomar la toalla y el lebrillo. Amén!
Recibe mi bendición apostólica.
Apóstol Dr. Rony Chaves