sábado, 13 de febrero de 2010

Sobre las nubes: Proyecto Adoracion Continental 2010-Apostol Rony Chavez

“Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba”. Éxodo 40:34-35

La última experiencia de todo viajero es tomar y volar en el postrer avión que le conducirá de regreso a su tierra. Después de pocos momentos de partir de la pista, el avión que me llevará a una leve turbulencia en los aires. Movimientos bruscos acompañan el vuelo y bamboleos continuos bajan y suben la nave. Esto muchas veces crea incertidumbre en el viajero. A veces le imparte temor y dudas de si llegará o no la nave; se asoma temeroso por las ventanas para ver qué ocurre, Él sabe que no tiene capacidad propia para solucionar nada. En otros casos, grita, gime y teme por su vida.
Siente vacíos tremendos en su estómago y experimenta bruscamente en sus tímpanos los cambios de presión.
A pesar de todo mira la tierra, la pista y los valles. Mientras la nave levanta vuelo ve los árboles y las montañas. De pronto, cuando el avión coge su altura, todo, absolutamente todo se empieza a ver pequeño. Los automóviles y los grandes edificios lucen diminutos en las grandes alturas. Las altas montañas y los empinados montes nevados desaparecen a treinta mil pies de altura. Aleluya. Al subir bien alto, el viento sopla de nuevo, nos acercamos a las nubes. Esa brisa que hace vibrar el avión, nos indica que penetraremos las blancas y espumosas nubes del cielo.
De pronto, cuando aún se divisan diminutas las cosas de la tierra entramos dentro de esas espesas gotitas de agua evaporadas y condesadas. Súbitamente entramos a las nubes. Aleluya.
Al estar allí todo cambia. No se ve para nada la tierra. No se observan los campos, los bosques ni los árboles ni nada. Allá arriba, dentro de las nubes, todo es distinto. Una paz excelsa percibe el cansado y agitado viajero. La blancura de las nubes es sin igual. La Belleza y esplendor sobrecogen, hacen soñar. Dentro de las nubes y sobre ellas, la nave se desliza suave, tranquila casi imperceptiblemente. El viajero allí, dentro de las nubes y sobre ellas, puede soñar. En su mente forma figuras, hace dibujos con la espuma blanca que se ubica aquí o allá al soplo del viento. Aleluya.
¡Qué esplendor, qué maravilla!
Dentro de la nube no te acuerdas de nada, estás en el cielo. Ni siquiera observas la tierra has subido demasiado alto. Aleluya.Allí ves la mano poderosa de Dios. Allí observas Su mano creativa. El te impresiona, El te emociona. Allí literalmente le adoras dentro de la nube. ¡Qué paz, qué éxtasis, qué bello..!
El viaje en avión es como la vida misma del cristiano, puedes volar muy alto o simplemente nunca levantar vuelo. Muchos cristianos maduros prefieren volar. Ellos hacen esfuerzos, ayunan y oran. No quieren por nada quedarse aquí abajo en la tierra. Ellos quieren subir muy alto. No importa cuánto vire el avión, no importa cuán bruscamente la nave suba o baje. Ellos sólo quieren llegar hasta “la nube”, la nube de la gloria y presencia del Señor. Aleluya.
Hay otros cristianos que prefieren quedarse aquí abajo, con los pies en la tierra. Ellos no quieren volar, ni soñar, ni nada. Quieren seguir asidos a las cosas terrenales. Quieren seguir mirando montañas de alturas para ellos inalcanzables. Así, sin fe, sin valor, sin nada, probablemente jamás despeguen del suelo. Probablemente sigan mirando a lo alto, a los otros que determinados y valientes penetran las nubes. Aleluya.Este cuadro pintoresco me recuerda al Israel de antaño, el Israel de Moisés y del desierto. Ellos tenían una nube, la nube de la gloria y presencia de Jehová.Qué importante fue la nube de Dios para ese pueblo. Era la presencia manifiesta de Dios. Con ella tenían victorias, provisión y gozo. Aleluya. La nube les guardaba de los candentes rayos solares del desierto. Jehová mismo interponía Su Presencia para librarlos en su largo recorrido. El calor los calcinaría, los quemaría.Dios hacía sombra encima de ellos. Por la noche esa misma nube, que era la Presencia Divina, tomaba su manifestación por medio de una columna de fuego. Esta servía para guiarles en la noche y para protegerles del frío; en fin, hablar de la nube era hablar de Dios, de Su Presencia, Sus dones y provisión. La nube garantizaba alimento, voz divina, guía y protección del cielo. Aleluya. La nube de gloria garantizaba la presencia de ángeles, del Espíritu santo y de la unción prometida.
Hoy, desde luego, las cosas han cambiado. Dios se manifiesta de otras maneras. La lección antigua, a pesar de los años pasados sigue siendo buena para todos nosotros. Amén. Estar cerca de Dios, ante Su Presencia, es decir en Su nube, garantiza su gracia y Su amor. Estar en Su trono, ante El, es decir en Su nube, garantiza el maná celestial, la Palabra, Su voz profética y Su cobertura. Adentro de Su nube olvidamos lo terrenal, lo carnal y lo que rodea nuestras circunstancias. Dentro de la nube sólo somos siervos, sus adoradores y sus hijos. Aleluya. Dentro de la nube no se ve la tierra, sólo somos conscientes de El. Amén.
Allí no nos importa nada. Allí está El, con Su hermosura y Su belleza sin igual. Allí están las respuestas, Sus respuestas. Allí está la paz, el gozo y la protección. En la nube está El y en El está resuelto todo. Allí los problemas se van, las grandes montañas pierden su estatura y las grandes barreras humanas se derrumban.En la nube está El. Allí hay perdón, luz y misericordia. Allí está El, allí hay deleite, quietud y visión. Allí hay poder, dones y gloria.Allí hay virtud sanadora, restauración y potencia divina. Allí… en la nube.¡Qué gran secreto, qué descubrimiento!Oh Iglesia, por qué no tratamos de llegar hasta allí. Acabarían entonces nuestras penas, nuestras luchas y congojas. Olvidaríamos esta tierra con sus placeres y deseos. Olvidaríamos las circunstancias que nos rodean y perderíamos de vista a los demonios, gloria a Dios. Si pudiéramos llegar hasta allí y permaneciéramos ahí, en las nubes, todo cambiaría. Todo sería distinto y la victoria sería nuestra.
Oh Iglesia, si subiéramos hasta la nube seríamos otros, más santos, más puros, más buenos.
Oh Iglesia, si subiéramos hasta allí le conoceríamos más y le serviríamos mejor.
Oh Iglesia, si subiéramos hasta estar dentro de la nube tendríamos poder, paz y gozo del Espíritu Santo. Tendríamos valor, victoria y desde luego Su gloria. Amén.

¡Oh Espíritu Santo, llévanos hasta tu nube!