Mateo 23:27-33
“¡Ay de vosotros, escribas y fari-
seos, hipócritas! Porque sois semejan-
tes a sepulcros blanqueados, que por
fuera, a la verdad, se muestran hermo-
sos, mas por dentro están llenos de
huesos de muertos y de toda inmundi-
cia.
Así también vosotros por fuera, a la
verdad, os mostráis justos a los hom-
bres, pero por dentro estáis llenos de
hipocresía e iniquidad.
¡Ay de vosotros, escribas y fari-
seos, hipócritas! porque edificáis los
sepulcros de los profetas, y adornáis los
monumentos de los justos.
Y decís: Si hubiésemos vivido en
los días de nuestros padres, no hubié-
ramos sido sus cómplices en la sangre
de los profetas.
Así que dais testimonio contra voso-
tros mismos, de que sois hijos de
aquellos que mataron a los profetas.
¡Vosotros también llenad la medida
de vuestros padres!
¡Serpientes, generación de víboras!
¿Cómo escaparéis de la condenación
del infierno?”
seos, hipócritas! Porque sois semejan-
tes a sepulcros blanqueados, que por
fuera, a la verdad, se muestran hermo-
sos, mas por dentro están llenos de
huesos de muertos y de toda inmundi-
cia.
Así también vosotros por fuera, a la
verdad, os mostráis justos a los hom-
bres, pero por dentro estáis llenos de
hipocresía e iniquidad.
¡Ay de vosotros, escribas y fari-
seos, hipócritas! porque edificáis los
sepulcros de los profetas, y adornáis los
monumentos de los justos.
Y decís: Si hubiésemos vivido en
los días de nuestros padres, no hubié-
ramos sido sus cómplices en la sangre
de los profetas.
Así que dais testimonio contra voso-
tros mismos, de que sois hijos de
aquellos que mataron a los profetas.
¡Vosotros también llenad la medida
de vuestros padres!
¡Serpientes, generación de víboras!
¿Cómo escaparéis de la condenación
del infierno?”
En cada momento de mi viaje a California tuve que adorar a Dios. Hubo en cada instante y en cada milla que recorrí algo tan especial y sublime que me llevaba continuamente a adorarle a El.
Después de viajar tantas y tantas veces, de recorrer pueblo tras pueblo y ciudad tras ciudad, nunca antes sentí lo que saturó notablemente este viaje.
Era como si en cada lugar, monte, piedra, río o ciudad el toque de Dios estaba presente. Tenía la sensación continuamente que El lo había preparado todo de antemano. Percibía claramente la voz y enseñanza fresca y práctica del Espíritu Santo.
Profusamente la bendición del Señor estaba sobre mí y podía percibir como nunca Su mano creativa en todo lo que encontraba a mi paso. Cada montaña, cada árbol y cada flor parecían tener una belleza sin igual y una invitación escondida para adorar al Señor.
Era como si la misma naturaleza hablara y expresara un deseo de siglos guardado en sus entrañas. Las palabras de exaltación escritas en el Salmo 19 cobraban vida para mí. Era como si las estrellas de los cielos contaran de la gloria de Dios y el firmamento anunciara la obra de Sus manos. Aleluya.
Todo lo creado tenía lenguaje en esos días: podía sentirlo y palparlo con facilidad. Había un mover real de adoración en todo el ambiente donde me movía. Largos momentos pasé mirando su creación y meditando en el infinito poder de Su Santísima Palabra.
Aleluya.
Mientras esto ocurría, fui sensibilizado también del gran vacío de algunos templos cristianos. Me asombré muchísimo de la frialdad y de la religiosidad en que han caído iglesias y ministros americanos que en otro tiempo fueron bastiones para tener grandes avivamientos en sus ciudades.
El Espíritu Santo también me habló con suavidad y dulzura de los peligros en que todos estamos si caemos en el conformismo religioso y en las garras del legalismo inquisidor.
Me mostró uno tras otro los errores de nuestro liderazgo. Me dijo que hemos creído en el éxito como lo creen los hombres sin Cristo. Medimos éxito en función de fama, popularidad y números engañosos. Hemos caído en el engaño del diablo de conformarnos con templos, buenos salarios y unos cuantos feligreses mundanos que llenan las bancas del santuario.
Me mostró con claridad cómo nos hemos olvidado como Iglesia de adorarle como El demanda, de servirle como El merece y de pregonarlo como el Espíritu Santo nos lo dice.
Cuántas reflexiones hermano puedes hacer de la mano con Dios. Cuánta enseñanza nos puede dar el bendito Espíritu Santo.
Fue por eso que un día de tantos, sentado en el muro de un puente californiano, viendo la nieve derretirse ante el sol primaveral y al ver correr las aguas cristalinas de un riachuelo ante un maravilloso paisaje, yo oré la oración de petición al Padre.
Casi a voz en cuello le rogué a mi Dios que no me deje nunca ser como uno de ellos.
No Señor, exclamé gimiendo, no quiero ser como ellos. No quiero ser como los que permanecen impávidos y como muertos ante la Presencia divina. No quiero ser como los tibios que viven como si no existieses. No quiero ser como esos que se olvidan de ti Señor, que no te alaban, no te honran y que no te adoran. No quiero templos como los que tienen ellos. Bellos sí, pero vacíos de Dios y cerrados al Espíritu Santo. No quiero una grey como la que tienen ellos. Muy pulcra, muy limpia, pero sin cántico nuevo para ti, ni adoración, ni alabanza, ni nada.
Oh no Señor, no quiero ser como ellos. No quiero dudar de tu gracia, no quiero olvidar tu omnipotencia y mucho menos quiero dejar de adorarte.
¡Oh Espíritu Santo, por lo más quieras, no me dejes ser como ellos, Amén!