viernes, 4 de julio de 2008

Transformando tu tragedia en victoria

Isaías 64.8
Tú, oh Señor, eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y tú eres nuestro alfarero, todos nosotros somos obra de tus manos.
Puedo hacer cualquiera cosa a través de él, quien me da fuerza. Filipenses 4.13 Me alegraré y me gozaré en tu amor, porque tú viste mi aflicción y conociste la angustia de mi alma.No me has entregado a mi enemigo sino que has puestomis pies en un lugar espacioso. Salmos 31.7-8Y el Dios de toda gracia, que te llamó a su gloria eternaen Cristo, después de haber sufrido por un poco de tiempo, te restaurará y te hará fuerte, firme y constante. 1 Pedro 5.10 Qué te parece si tenemos una charla sobre trajes fúnebres? ¿Te suena divertido? ¿Te parece un tema alegre? Difícil. Haz una lista de asuntos desagradables, y el del traje fúnebre se ubicará más o menos entre un auditoraje del Servicio de Rentas Internas y un trabajo dental de larga duración. A nadie le gusta hablar de trajes fúnebres. Nadie trata este tema. ¿Has tratado alguna vez de amenizar la charla durante la cena con la pregunta: «¿Qué ropa te gustaría usar cuando estés en el ataúd?»? ¿Has visto alguna vez una tienda especializada en vestimentas fúnebres? (Si hubiere alguna, tengo una frase publicitaria para sugerirle: ¡Ropa como para morirse!) La mayoría de nosotros no hablamos del tema. El apóstol Juan, sin embargo, fue una excepción. Pregúntale, y te dirá cómo llegó a ver la vestimenta fúnebre como un símbolo de triunfo. Pero no siempre la vio de esa manera. Ellos acostumbraban ver un recordatorio tangible de la muerte de su mejor amigo, Jesús, como un símbolo de tragedia. Pero el primer domingo de resurrección Dios tomó la ropa de la muerte y la hizo un símbolo de vida. ¿Podría Él hacer lo mismo contigo? Todos enfrentamos la tragedia. Es más, todos hemos recibido los símbolos de la tragedia. Los tuyos podrían ser un telegrama del departamento de la guerra, un brazalete de identificación del hospital, una cicatriz o una citación a los tribunales. No nos gustan estos símbolos, ni tampoco los queremos. Como restos de autos en un cementerio de vehículos, afligen nuestros corazones con recuerdos de días malos. ¿Podría Dios usar estas cosas para algo bueno? ¿Hasta dónde podemos ir con versículos como: «En todas las cosas Dios obra para el bien de los que le aman» ( Romanos 8.28 )? ¿Incluirá ese «todas las cosas» tumores y exámenes y adversidades y el fin? Juan podría responder, sí. Juan te podría decir que Dios puede tornar cualquiera tragedia en triunfo si esperas y velas. Para probar este punto, él podría hablarte de un viernes en particular. Después, José de Arimatea preguntó a Pilato si podría hacerse cargo del cuerpo de Jesús. (José era un seguidor secreto de Jesús debido a que tenía miedo de algunos de los líderes). Pilato se lo permitió, así es que José vino y se llevó el cuerpo de Jesús. Nicodemo, quien había ido a Jesús de noche, estaba con José. Llevó unos treinta y cuatro kilos de mirra y áloe. Estos dos hombres tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con las especias y tela de lino, que es la forma en que entierran a los muertos ( Juan 19.38–40 ) Temerosos mientras Jesús estaba vivo pero valientes en su muerte, José y Nicodemo se dispusieron a servirle. Y lo sepultaron. Ascendieron al cerro llevando la ropa fúnebre.Pilato los había autorizado. José de Arimatea había donado una tumba. Nicodemo había comprado las especias y la tela. Juan dice que Nicodemo llevó unos treinta y cuatro kilos de mirra y áloe. No deja de llamar la atención la cantidad, pues tantas especias para ungir un cuerpo correspondía a lo que se hacía solo con los reyes. Juan comenta también sobre la tela porque para él era un cuadro de la tragedia del viernes. Aunque no había ropa fúnebre, aunque no había tumba, aunque no había médico forense, había esperanza. Pero la llegada de la carroza fúnebre marcó la pérdida de cualquiera esperanza. Y para estos apóstoles, la ropa fúnebre simbolizaba tragedia. ¿Podía haber para Juan mayor tragedia que un Jesús muerto? Tres años antes, Juan había dado las espaldas a su carrera y apostado todo al carpintero de Nazaret. Al principio de la semana, había disfrutado de un imponente desfile cuando Jesús y los discípulos entraron a Jerusalén. ¡Pero cuán rápido había cambiado todo! La gente que el domingo lo había llamado rey, el viernes pedía su muerte y la de sus seguidores. Estos lienzos eran un recordatorio tangible que su amigo y su futuro estaban envueltos en tela y sellados detrás de una roca. Ese viernes, Juan no sabía lo que tú y yo sabemos ahora. Él no sabía que la tragedia del viernes sería el triunfo del domingo. Posteriormente, Juan habría de confesar que él «no había logrado entender de las Escrituras que Jesús debía resucitar de entre los muertos» ( Juan 20.9 ). Por eso es que lo que hizo el sábado es tan importante. No sabemos nada sobre ese día, no tenemos un versículo para leer ni conocimiento alguno para compartir. Todo lo que sabemos es esto: Cuando llegó el domingo, Juan todavía estaba presente. Cuando María Magdalena vino buscándole, lo encontró a él. Jesús estaba muerto. El cuerpo del Maestro estaba sin vida. El amigo y el futuro de Juan estaban sepultados. Pero Juan no se había ido. ¿Por qué? ¿Estaba esperando la resurrección? No. Hasta donde sabía, aquellos labios se habían silenciado para siempre, y aquellas manos se habían quedado quietas para siempre. Juan no esperaba que el domingo hubiera una sorpresa. Entonces, ¿por qué estaba allí? Seguramente pensaste que él se había ido. ¿Quién iba a decir que los hombres que crucificaron a Jesús no vendrían por él? La muchedumbre estaba feliz viendo la crucifixión; los líderes religiosos habrían querido más. ¿Por qué Juan no salió de la ciudad? Quizás la respuesta sea pragmática; quizás estaba cuidando a la madre de Jesús. O quizás no tenía adónde ir. Es posible que no haya tenido ni dinero, ni ánimo ni un lugar… o todo eso junto. O a lo mejor se quedó porque amaba a Jesús. Para otros, Jesús era un hacedor de milagros. Para otros, Jesús era un maestro de la enseñanza. Para otros, Jesús fue la esperanza de Israel. Pero para Juan, él fue todo esto y más. Para Juan, Jesús era un amigo. A los amigos no se los abandona, ni siquiera cuando hayan muerto. Por eso Juan permaneció cerca de Jesús. Él acostumbraba estar cerca de Jesús. Estuvo cerca de él en el aposento alto. En el Jardín de Getsemaní. A los pies de la cruz en la crucifixión y en el entierro se mantuvo cerca de la tumba. ¿Entendió él a Jesús? No. ¿Le agradó lo que Jesús hizo? No. ¿Pero abandonó a Jesús? No. ¿Y tú? ¿Qué haces tú cuando estás en la posición de Juan? ¿Cómo reaccionas cuando en tu vida es sábado? ¿Qué haces cuando estás en algún punto entre la tragedia de ayer y la victoria de mañana? ¿Te apartas de Dios, o te quedas cerca de Él? Juan decidió quedarse. Y porque se quedó el sábado, estaba allí el domingo para ver el milagro. María dijo: «Han sacado al Señor de la tumba y no sabemos dónde lo han puesto». Entonces Pedro y el otro seguidor salieron hacia la tumba. Ambos iban corriendo, pero el otro seguidor corría más rápido que Pedro por lo cual llegó a la tumba primero. Se inclinó y miró adentro y vio los lienzos solos, pero no entró. En seguida llegó Simón Pedro y entró en la tumba y vio los lienzos. También vio el sudario que habían puesto en la cabeza de Jesús, el cual estaba doblado y se encontraba en un lugar diferente a aquel donde estaban los lienzos. Entonces el otro seguidor, el que había llegado a la tumba primero, también entró. Y vio y creyó ( Juan 20.2–8 ). Muy temprano el domingo por la mañana, Pedro y Juan recibieron la noticia: «¡El cuerpo de Jesús ha desaparecido!» Había apremio en el anuncio de María y en su opinión. Creía que los enemigos de Jesús se habían llevado el cuerpo. De inmediato, los dos discípulos corrieron al sepulcro, adelantándose Juan a Pedro, por lo cual llegó primero. Lo que vio fue tan impresionante que se quedó como petrificado a la entrada de la tumba. ¿Qué vio? «Los lienzos». Vio «el sudario que habían puesto alrededor de la cabeza de Jesús… doblado y dejado cuidadosamente en un lugar aparte de donde estaban los lienzos». Vio «los lienzos». El original griego ofrece una interesante ayuda en cuanto a esto. Juan emplea un término que quiere decir «enrollados» 1 , «doblados». Los lienzos que envolvieron el cuerpo no habían sido desenrollados ni desechados. ¡Estaban intactos! Nadie los había tocado. Seguían allí, enrollados y doblados. ¿Cómo pudo ocurrir esto? Si sus amigos habían sacado el cuerpo de allí, ¿no se habrían llevado también la tela que lo envolvía? ¿Y si hubiesen sido los enemigos, no habrían hecho lo mismo? Si no, si por alguna razón amigos o enemigos hubieran desenvuelto el cuerpo, ¿habrían sido tan meticulosos como para dejar la tela desechada en forma tan ordenada? Por supuesto que no.Pero si ni amigos ni enemigos se llevaron el cuerpo, ¿quién lo hizo? Esta era la pregunta de Juan y esta pregunta le llevó a hacer un descubrimiento. «Vio y creyó» ( Juan 20.8 ).A través de las telas de muerte, Juan vio el poder de la vida. ¿Sería posible que Dios usara algo tan triste como es el entierro de alguien para cambiar una vida? Pero Dios acostumbra hacer cosas así: En sus manos, jarrones de vino vacíos en una boda llegaron a ser símbolos de poder. La moneda de una viuda llegó a ser símbolo de generosidad. Un rústico establo de Belén es su símbolo de devoción. Y un instrumento de muerte es un símbolo de su amor. ¿Debería sorprendernos que Dios haya tomado las envolturas de muerte para hacer de ellas el cuadro de vida?Lo que nos lleva de nuevo a la pregunta. ¿Haría Dios algo similar en tu vida? ¿Podría él tomar lo que hoy es una tragedia y transformarlo en un símbolo de victoria? Él lo hizo por mi amigo Rafael Rosales. Rafael es un pastor en El Salvador. Las guerrillas salvadoreñas vieron en él a un enemigo de su movimiento y trataron de matarlo. Abandonado para que muriera dentro de un vehículo en llamas, Rafael logró salir del automóvil… y del país. Pero no pudo escapar a los recuerdos. Las cicatrices no lo abandonarían. Cada mirada en el espejo le recordaba de la crueldad de sus torturadores. Quizás nunca habría podido recuperarse si el Señor no le hubiera hablado a su corazón. «Me hicieron lo mismo a mí», oyó que le decía su Salvador. Y a medida que Dios fue ministrándolo, empezó a ver sus cicatrices en una forma diferente. En lugar de traerles a la memoria su dolor, se transformaron en un cuadro del sacrificio de su Salvador. Con el tiempo, pudo perdonar a sus atacantes. Durante la semana en que escribo esto, se encuentra visitando su país, buscando un lugar donde comenzar una iglesia. ¿Podría tal cambio ocurrirte a ti? Sin duda que sí. Solamente necesitas hacer lo que Juan hizo. No irte. Permanecer allí. Recuerda la segunda parte del pasaje. «Dios obra para bien de aquellos que lo aman » ( Romanos 8.28 ). Así se sintió Juan respecto de Jesús. Lo amaba. No lo entendía o no siempre estuvo de acuerdo con Él, pero lo amaba. Y porque lo amaba, permaneció cerca. La Biblia dice que «en todo Dios obra para el bien de los que le aman». Antes de concluir este capítulo, haz este ejercicio sencillo. Quita la palabra todo y reemplázala con el símbolo de tu tragedia. Para el apóstol Juan el versículo diría: «En ropa de sepultura Dios obra para el bien de los que le aman». Para Rafael, podría ser: «En mis cicatrices Dios obra para el bien de los que le aman». ¿Cómo diría Romanos 8.28 en tu vida? En el hospital Dios obra para el bien de los que le aman.En el proceso de divorcio Dios obra para el bien de los que le aman.En la cárcel Dios obra para el bien de los que le aman.Si Dios puede cambiar la vida de Juan a través de una tragedia, ¿podría usar una tragedia para cambiar la tuya? Con todo lo difícil que puede ser creer, tú podrías estar a solo un sábado de una resurrección. Solo a horas de esa preciosa oración de un corazón cambiado: «Dios, ¿hiciste esto por mí?»