viernes, 1 de agosto de 2008

La ilegalidad del legalismo (Tiempos de Victoria)

Vamos a suponer, por un momento, que usted es el diablo. Perdóneme, pero si he de enseñarle algo, va a tener que aceptar ese rol en esta dramatización escrita. Entonces usted es el diablo; y desde su decepcionante “desacuerdo” con Dios el Padre, usted se ha dedicado a hacer todo lo posible para que su Reino caiga. Cuando Jesús apareció en escena, usted sabía que si existencia estaba amenazada. Si Jesús ofreciera un sacrificio de una vez y para siempre por todos los pecados de las personas y ganara su mente y sus corazones, su derrota sería inminente.
Al final del ministerio de Jesús, parecía que usted llevaba las de ganar. El Hijo de Dios había muerto en una cruz, y parecía que el plan divino de los siglos había sido desarticulado. Pero al tercer día su plan de destrucción quedó totalmente anulado: Jesús se levantó de la tumba, venciendo a la muerte y al infierno. Para hacer peor la situación, las armas de la victoria estaban ahora en las manos de sus enemigos, las mismas personas que usted deseaba destruir. Pregunto: ¿Qué haría usted?
Aunque sabía que estaba vencido, Satanás no quiso retirarse sin dar pelea. La guerra estaba perdida, pero todavía había batallas que se podían ganar. Entonces cambió su plan de ataque: trataría de llevarse al pozo con él a la mayor cantidad posible de personas, y neutralizaría a sus enemigos, cegando al pueblo de Dios ante la derrota que él, el diablo, había sufrido. También haría cualquier cosa que pudiera para evitar que el pueblo de Dios utilizara sus armas. Muy bien: hasta el día de HOY, (Y no interesa cuál es el hoy para usted; digo: HOY), Satanás continúa haciendo todo lo que puede para dejar sin poder al cristiano.
Uno de esos factores que le otorgan alto éxito, es el que tiene que ver con la Hechicería, de la cual ya hemos hablado en otras enseñanzas, aclarando que Hechicería no es solamente lo que tiene que ver con el ocultismo sino también, y preponderantemente, se observa dentro de nuestras congregaciones bajo el barniz de la Manipulación, la Intimidación y la Dominación. Por lo tanto, en este trabajo nos queda para el examen, tres de los fundamentos más sutiles de la hechicería para este tiempo: Legalismo, culpa y condenación.
El legalismo está tan extendido entre los cristianos que pocos llegan a darse cuenta hasta qué punto lo está. Además, los resultados del legalismo, que son la culpa y la condenación, residen en un lugar muy difícil de identificar. Pero cuando el creyente es liberado de las garras del legalismo, abundan la gracia y el poder.
(Gálatas 3: 1)= ¡Oh Gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó? (La traducción correcta que figura en otras traducciones, es “¿Quién os hechizó?”) para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo ya fue presentado claramente entre vosotros como crucificado?
(2) Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?
(3) ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?
(4) ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? Si es que realmente fue en vano.
(5) Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?
Lo que hace tan increíble este pasaje es el hecho de que el apóstol Pablo está escribiendo sobre el efecto de la Hechicería en creyentes nacidos de nuevo y llenos del Espíritu, personas que habían gustado, visto y experimentado el milagroso poder de Dios. ¡Los creyentes de Galacia recibieron el don del Espíritu Santo y habían sido testigos de milagros… ¡Pero Pablo, ahora, dice que estaban Hechizados!
¿Sabía usted que una congregación puede estar integrada por personas buenas, llenas del Espíritu Santo, y aún así, ignorar el mover de Dios en medio suyo? Pueden escuchar una palabra ungida proveniente del corazón de Dios, y permanecer incapaces de responder…casi como si alguien los hubiera Hechizado. Muchas congregaciones actuales tienen una cosa en común con esa iglesia de Galacia: están fascinadas, Hechizadas.
Hechizo es el poder de desencaminar a una persona por medio de encantamientos y maleficios. La palabra griega significa literalmente “Encantar o hacer descarriar con la mirada”. El Hechizo, (La Hechicería) no permite ver lo que está a plena vista.
Los cuentos de hadas medievales están llenos de historias de pociones para el amor que pueden hacer que una hermosa princesa se enamore de un príncipe n demasiado agraciado. La perspectiva de la princesa sobre la apariencia vulgar del príncipe es oscurecida, distorsionada. En la actualidad, los periódicos y las revistas están llenos de avisos que exaltan los poderes de los afrodisíacos que hacen que dos personas se enamoren aún cuando normalmente no lo hubieran hecho. Los afrodisíacos y las pociones para el amor son simplemente medios de Hechizar a alguien: no permiten ver lo que de otra manera se distingue a simple vista. Jesús había sido crucificado delante de los mismos ojos de algunos de los Gálatas, pero ellos no podían obedecer. Ese Hechizo no les permitía ver la cruz.
Una vez más: si usted fuera Satanás, ¿Por qué querría cubrir lo sucedió en el Calvario? Porque la cruz es el lugar en que Jesús derrotó a Satanás. El único medio con que Satanás cuenta para quitarle poder a su enemiga, la iglesia, es encontrar alguna manera de ocultar u oscurecer la victoria que el creyente ya ha ganado. El creyente significa una amenaza para Satanás. Sin embargo, aquí hay un dilema: si el diablo lanzara un ataque directo sobre el creyente, sería identificado y rápidamente vencido. Pero si puede encontrar una forma de encantar al creyente con una herramienta de su propia creencia, puede tener la oportunidad de lograr el éxito. Pero para lograrlo, debe evitar que el creyente observe el poder de la cruz.
Si el poder de la cruz reside en lo que Jesús hizo por nosotros sin importar cualquier cosa que el creyente pudiera hacer para ser bueno, entonces Satanás puede ocultar la cruz agregando obras a las creencias del cristiano. La gracia obra “A todo o nada”. Dado que existe sencillamente basada en lo que no puede ser ganado, ya no es más gracia. Cuando el creyente pierde de vista la cruz, inevitablemente se vuelve a las obras de la ley. Entonces, una vez que ha sido Hechizado por la influencia del enemigo, el creyente puede volver a estar bajo la ley en dos maneras: carnalidad y legalismo.
Cuando pongo mi confianza en cualquier método o persona aparte de Dios, estoy usando la carne, la carnalidad, y eso me coloca bajo maldición. Muchos creyentes tratan de convencer con argumentos a los no creyentes para que se entreguen a Cristo. Nadie ha entrado en el reino de Dios por ser convencido con argumentos. Sólo el Espíritu de Dios puede atraer a las personas. Pero confiando en su capacidad para el debate o su carisma, algunos ministros creen que no necesitan la ayuda del Espíritu Santo.
Cuando confío en la carnalidad, ¿Qué sucede? Mi corazón se aparta del Señor, y confío en todo y en todos, excepto en Dios. Y es muy posible que mientras estoy en el templo, cantando aleluyas, levantando mis manos y alabando a Dios, hablando en lenguas...una maldición esté pesando sobre mí. ¿Cuál es el resultado de estar carnalidad? No puedo ver la cruz de Jesucristo. Pierdo de vista lo que Jesús logró en la cruz, y por eso no puedo administrar la victoria de Cristo.
El legalismo es una variedad de la carnalidad. En lugar de confiar en la carne, el legalismo confía en las reglas y las normas. El legalismo es una de las mayores piedras de tropiezo que encuentran los nuevos cristianos, y puede encontrarse en todas las congregaciones. Puede llegar a ser el problema más grande que tenemos como iglesia en el mundo occidental.
En la época de Pablo, el debate en Galacia se centraba en el tema de la circuncisión. Algunos cristianos judíos creían que los nuevos creyentes de origen gentil no sólo debían colocar su confianza en Cristo, sino también tomar el yugo de la ley judía. Cuando los hombres se entregaban a Cristo, los ministros Gálatas insistían en que también debían circuncidarse. Pablo respondió a los Gálatas recordándoles que regresar a la ley pone a la iglesia bajo una maldición de la cual ella ya ha sido redimida.
(Gálatas 3: 10)= Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.
Dado que la circuncisión era parte de la ley mosaica, los creyentes Gálatas estaban volviendo a colocarse bajo maldición.
La tendencia entre los cristianos de todas las épocas ha sido combinar la gracia y las obras. La gracia y las obras se mezclan tan bien como el agua y el aceite. O vivimos por fe en la gracia de Jesucristo, o vivimos por las obras de la ley. Pablo escribe en Gálatas 3:11: Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: el justo por la fe vivirá. Es notorio, entonces, que hay dos formas en que podemos vivir: por la ley o por la fe, pero de ninguna manera podemos vivir por ambas al mismo tiempo.
Cuando el creyente vuelve a la ley, debe cumplir cada jota y cada tilde. Si los creyentes Gálatas aceptaban la circuncisión pero fallaban en algún otro punto de la ley, eran culpables de toda la ley y no mejores que un no creyente. Dado que toda persona nace con una naturaleza pecaminosa y no puede guardar perfectamente la ley, está condenada antes de empezar.
Hay sólo una manera de lograr la justicia ante Dios: la fe. Es una justicia que viene por fe.
La justicia simplemente significa que una persona ha sido ubicada en la relación correcta con Dios. Cuando una persona es hecha justa, tiene el derecho de entrar en una relación con Dios, de tener comunión con Él, de adorarlo y de pasar la eternidad con Él.
Jesús abolió la ley como medio de lograr la justicia. Pero no abolió la ley; Él la cumplió. La ley era perfecta, sin falla, y revelaba la naturaleza, el carácter y la santidad de Dios. Pero la ley ya no podía operar como medio para lograr la justicia ante Dios. Jesús mismo, en el relato que brinda Mateo en 5:17 de su evangelio, dijo: No penséis que he venido par abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar sino para cumplir. Esto indica que la ley permanece para siempre, pero no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia. Los judaizantes venían a los judíos nacidos de nuevo; tratando de arrastrarlos nuevamente bajo las leyes del sábado: leyes sobre comidas, leyes sobre hacer o no hacer cosas, sobre vestir o no vestir determinadas ropas, (¿Le resulta conocido?) Poniéndolos bajo toda clase de reglas y normas, trayéndolos nuevamente bajo la maldición de la cual Jesús los había redimido.
Si pudiéramos ser llevados a una relación correcta con Dios por medio del cumplimiento de reglas y normas, entonces la muerte de Jesús habría sido en vano. No lo necesitaríamos.
La mayoría de las personas creen que tienen que guardar una cierta cantidad de normas para mantenerse justos delante de Dios, pero lo que nos hace justos no dependen de reglas tales como no beber alcohol o no fumar. Por favor, no me malentienda. No estoy en absoluto a favor de beber alcohol ni de fumar. Lo importante es esto: hay sólo una forma de ser hecho justo delante de Dios, y es la justicia que viene por confiar en lo que Dios ha logrado por medio de Cristo en la cruz. Beber vino con las comidas no lo hará a usted más o menos justo. Abstenerse del vino no lo hará más o menos justo. En Colosenses 2:16, Pablo dice: Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o día de reposo.
Muchas iglesias bien intencionadas imponen prácticas legalistas a sus miembros. Una denominación insiste en encontrarse para adorar solamente los sábados; otra se rehúsa a considerar que un día que no sea el domingo pueda ser apropiado para adorar. Pablo no sólo instó a los Gálatas a no dejar que nadie los juzgara por comida o bebida sino tampoco por sus días de reposo. Si alguien quiere guardar el sábado, hágalo, pero no imponga su convicción a los demás. Y mucho menos los obligue si es que tiene la jerarquía suficiente para hacerlo.
Las congregaciones que tienen las reglas más estrictas muchas veces son las que tienen mayores dificultades para tratar con los pecados que encuentran en las personas. Cuando una iglesia responde al pecado imponiendo más leyes, por temor, esa iglesia simplemente se está buscando más maldición.
Cuanto más pecado ven, más ley imponen. Cuanta más ley imponen, más reglas hay para quebrantar. Cuantas más reglas se quebrantan, más ley imponen. Se convierte en un círculo vicioso que produce una iglesia vencida, sin vida, impotente, Hechizada. La ley nunca logrará que una persona sea justa ante Dios.
¿Acaso abstenerse de comer carne los viernes puede hacer justa a una persona? ¿Puede acaso el hecho de que una mujer use su cabello en un rodete, o un vestido quince centímetros más largo, o no usar o, hacer que sea más justa ante Dios? No, en absoluto. Sólo la fe en Cristo abre las puertas a la justicia.
La mayoría de las congregaciones arrojan a un lado la ley de Moisés y la reemplazan por una nueva serie de normas. Hay una ley bautista, una ley pentecostal, una ley de las Asambleas de Dios, una ley católica, una ley luterana… sea cual sea la denominación, tendrá su propio conjunto de leyes. Una iglesia puede, incluso, ser “no denominacional”, “interdenominacional” o “transdenominacional”, y tener un conjunto de leyes tan obligatorias como las que Jesús abolió en el Calvario. ¡Una iglesia puede estar hundida en ceremonias y actividades religiosas, pero carecer totalmente de vida!
Las reglas denominacionales, las ceremonias religiosas y las actividades de la iglesia tienen un propósito en la vida de la congregación: dan forma a la vida de la iglesia, proveen una base común a partir de la cual edificar el cuerpo… pero no logran la justicia. Cuando son utilizadas como medida de justificación, han sido utilizadas para ocultar la cruz y se han convertido en un Hechizo.
El legalismo y la confianza en la carne son engañosos, porque parecen muy buenos y tienen aspecto de profunda religiosidad. Por eso tanto el legalismo como la confianza en la carne son Hechizos tan poderosos. Cada vez que trato de justificar mis acciones o creencias siguiendo las reglas, vuelvo a caer en la carne y me aparto de la justicia que he recibido por la fe.
Hay un grupo de iglesias que fue fundada por un hombre que en un momento fue un gran evangelista y tenía un gran ministerio de sanidad. Luego de que él murió, sus seguidores recogieron una enseñanza que denigraba el rol de la mujer. Aún hoy, las mujeres miembros de esa congregación, afrontan decenas de impedimentos y restricciones. Han quedado apenas cincuenta personas aferradas a sus creencias marginales de la Biblia. No tienen vida ni regeneración, parecería que nadie se salva, no hay gozo, la gente se enferma y se muere y nadie jamás ha sido sanado desde ese cambio. Sus reglas rígidas no sanan ni ayudan a nadie a tener vida abundante.
¿Qué es lo que anda mal con estas personas? No es que no amen a Dios. Ellos aman a Dios. Pero se han colocado bajo la ley. Tratan de ganar el amor de Dios por la forma en que visten, lo que no usan, como arreglan su cabello y otras reglas legalistas. Al separarse de la gracia, uno cae bajo la ley. En Romanos 6:14, Pablo dice: Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia. Esto nos deja una tremenda conclusión: ¡Cuando caemos bajo a ley, el pecado siempre tiene dominio sobre nosotros!
Vivir bajo la opresión del legalismo sólo produce ataduras y esclavitud. Los cristianos no pueden vivir bajo las ataduras y la esclavitud durante mucho tiempo sin sufrir sus efectos adversos sobre sus vidas.
Apocalipsis 12:10 nos dice que Satanás es el acusador de los hermanos, y está buscando algún área de nuestras vidas por la cual acusarnos al entrar delante de Dios, día y noche. Cuando vivimos bajo la ley y fallamos, le damos a Satanás todas las armas que necesita para derribarnos. Las herramientas más poderosas del enemigo, por sobre todas las demás, son la culpa y la condenación.
(Apocalipsis 12: 10)= Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.
La condenación es la acusación del enemigo que afirma, por ejemplo: “No sirves para nada. Nunca llegarás a conseguir nada”. La culpa es lo que sentimos si aceptamos y creemos esa afirmación: “Tienes razón, no sirvo para nada, nunca llegaré a lograr nada”. Toda voz de condenación proviene de Satanás. Y la mayoría de las veces, nos llega a través de nuestra propia congregación. ¡Hermano! ¿Qué está diciendo? Sé muy bien lo que estoy diciendo; y tengo la certeza que usted también.
La convicción es el resultado del Espíritu Santo que habla a nuestras vidas. La convicción ve lo que está mal, pero también nos dice qué hacer al respecto para que todo se arregle. La buena nueva de Jesucristo trae liberación de la condenación y la culpa, y muestra a las personas que Cristo ya ha hecho justo al creyente que está en él. A nadie se le ha asignado la tarea de poner a otra persona bajo condenación. Yo puedo hacer sentir culpable a una persona, y usted también. Es una segunda naturaleza para la mayoría de las personas. Pero cuando lo hacemos, nos convertimos en voceros del diablo.
Píenselo: el oficio de Satanás es acusar y condenar a los hermanos. Por eso, cuando comenzamos a cerrar las mandíbulas para condenar a alguien, nos hemos unido en suyo con Satanás. Acabamos de convertirnos en sus voceros o anunciantes de TV, sus embajadores personales, trayendo condenación a los que nos rodean. Y una cosa es tan segura como la muerte y los impuestos: ¡Recogeremos más condenación de la que hemos sembrado!
Satanás nos acusa delante del padre día y noche, pero la palabra de Dios, en Apocalipsis 12.11, nos dice que los justos Le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte. Para superar el impacto de las acusaciones de Satanás, debemos sumergirnos en la sangre de Cristo, el precioso Cordero de Dios. Debemos vencer las mentiras de Satanás por medio de la palabra de nuestro testimonio, crucificando voluntariamente nuestras vidas y deseos para resucitar a la nueva vida en Cristo y permanecer en su justicia.
En Colosenses 2: 13-16, Pablo habla de dos formas por medio de las cuales Dios proveyó para que fuéramos libres de la condenación. Primero, dijo que todos los hechos pecaminosos pasados pueden ser perdonados. ¿Por qué? Jesús ya ha pagado por ellos en la cruz. Segundo, por medio de la muerte de Jesús, Dios dio por terminada la ley de Moisés como medio de lograr la justicia ante Él. Si la ley pudiera continuar siendo utilizada como medida de justicia, cada ves que el hombre quisiera acercarse a Dios, Satanás estaría allí para acusar a la persona de algún estatuto o norma o código que ha quebrantado. Nadie pudo guardar perfectamente la ley. Esta se convirtió en una barrera, un obstáculo para que todos llegaran a Dios. Así que por medio de la muerte de Jesús, Dios clavó la ley, esa barrera, a la cruz. Ni siquiera Moisés, que dio la ley, estuvo a la altura de ella. Cuando perdió la paciencia, perdió su herencia de entrar a la Tierra Prometida.
Pablo escribe en Romanos 6:6… Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Cuando Jesús murió en la cruz, ese viejo hombre, esa vieja naturaleza carnal rebelde, fue crucificada con Cristo. Pero aunque Jesús clavó nuestra naturaleza rebelde a la cruz, su sacrificio en el calvario no servirá para nada a menos que conozcamos ese sacrificio y respondamos apropiadamente a su gracia. Un poco más adelante, en ese mismo capítulo, Pablo aconseja a los creyentes: Romanos 6:11: Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. En otras palabras, lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz es un hecho completo que está en el pasado. Pero tenemos que reconocerlo por fe para que tenga valor en nosotros.
La buena noticia para todo creyente, es esta: la ejecución de nuestro viejo hombre, nuestra naturaleza rebelde, se produjo hace dos mil años. El problema es que aún queremos ayudar a Dios haciendo algo para corregir nuestros errores. El viejo hombre sólo tiene un destino en Dios, y se llama ejecución. Lo único bueno que podemos hacer con el viejo hombre es asegurarnos de que esté muerto. No podemos reformarlo, ni hacerlo religioso, ni orar por él, ni cambiar su carácter. Lo único que se puede hacer con el viejo hombre, es matarlo. La solución que Dios nos da es la ejecución de nuestro viejo hombre. ¿No es hermoso? Dios desea que el nuevo hombre, Cristo, sea formado en nosotros.
Romanos 8:1 nos dice: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús… Mientras yo viva bajo condenación, no soy una amenaza para Satanás. Por eso él quiere mantenerme allí. Las únicas personas que pueden enfrentar adecuadamente a Satanás, son las que han escapado de la condenación por medio de la cruz. Jesús murió para rescatarnos de las ataduras, pero mientras estemos bajo una condenación, de cualquier clase que sea, no podremos vivir en la libertad de Romanos 8.
Durante siglos, la iglesia ha obrado así, viviendo en la derrota del viejo hombre. Pablo dice aquí que no hay ninguna condenación para los que están (Y esta es la única condición) en Cristo Jesús. Si estamos en Cristo, nuestros pecados son cubiertos por su sangre. Si estamos fuera de Cristo, estamos viviendo bajo condenación. Hemos sido sentenciados a muerte. Somos como prisioneros, esperando que se cumpla la sentencia de muerte. Oh, sí, comemos, bebemos, miramos la televisión, vivimos nuestra vida en la tierra, pero estamos esperando la sentencia de muerte. Todo aquel que cree en Jesús está en Cristo, donde no hay ninguna condenación.
En la cruz, Jesús obtuvo una victoria total, irreversible y eterna sobre Satanás. Nada en esta era ni en ninguna era por venir puede cambiar la victoria que Jesús obtuvo sobre Satanás. Ahora si nosotros elegimos adherir a la ilegalidad del legalismo, ese ya es un problema nuestro. A Dios jamás podrá interesarle que todos esos legalismos nosotros los cometamos en su nombre, Él no se dará por enterado y, lo que es peor, nos dejará en libertad pero a un costado para que recibamos lo que nos venga conforme a nuestras propias decisiones que nada tienen que ver con la escritura.