Bendiciones:
Hace tiempo que Dios viene tratando conmigo en este tema y encontre este articulo en nuestro FB hace un tiempo atras pero aclaro algo. El recurso a quien Dios uso para esto no estamos de acuerdo para nada con algunas de sus dogmas (salvo siempre salvo, calvinismo 5 puntos, cesacionismo, en contra del ministerio de la mujer y amilenialismo) pero esto es bueno verlo ya que esta bien redactado. Si usted desea saber quien es esta persona ponga el mismo tema en su Google y busquelo para que vea quien lo creo. Desde ahora aclaro que nosotros no somos los creadores de este estudio pero esta bien redactado y muy bien hecho.
Bendiciones del Padre.
Desde hace algunas décadas, muchos
cristianos profesantes han comenzado a poner en duda la suficiencia de
Cristo y de Su Palabra para la guía y dirección de la vida cristiana y
para enfrentar los problemas del alma, y consecuentemente han comenzado a
buscar soluciones en la psicología secular.
Como bien señala el Dr. MacArthur: “Los ‘psicólogos cristianos’ han
venido a ser los nuevos campeones de la consejería en la Iglesia. Ellos
son ahora proclamados como los verdaderos sanadores del corazón humano.
Pastores y laicos han sido llevados a sentir que están mal equipados
para aconsejar a menos que tengan un entrenamiento formal en técnicas
psicológicas” (J. MacArthur; Our Sufficiency in Christ; pg. 31).
Esto ha venido a ser tan generalmente
aceptado que muchos ni siquiera se han detenido a cuestionar si es
lícito este maridaje entre la psicología y la religión o si se trata de
un yugo desigual con los infieles.
Lo cierto es que tenemos muy buenas
razones para pensar que este matrimonio ha venido a ser uno de los más
grandes desastres que ha sufrido la Iglesia de Cristo de nuestra
generación, y una de las causas principales de la decadencia espiritual
de estos días.
A medida que la psicología ha ido
avanzando en la Iglesia, en esa misma medida ha ido disminuyendo la
predicación y la consejería bíblica; y a medida que la Biblia es
relegada a un segundo plano, y a veces en la práctica eliminada por
completo, en esa misma medida se ha ido debilitando la piedad de la
Iglesia.
El Dr. Ed
Payne, luego de haber analizado el contenido de cierta obra “cristiana”
de psicología dice: “Tal psicología, presentada por cristianos, es una
plaga en la iglesia moderna, porque tergiversa la relación del cristiano
con Dios, retarda su santificación y debilita seriamente la Iglesia.
Ninguna otra área del conocimiento parece tener un dominio tan absoluto
sobre la Iglesia (como la psicología)” (Psico-Herejía; Martin y Deidre
Bobgan; pg. 79-80; el paréntesis es mío).
Y el Dr. Vernon McGee, muy conocido por
su programa “A través de la Biblia”, escribió hace unos años un artículo
titulado “Psico-Religión – el nuevo flautista de Hamelín”, en el que
dice lo siguiente: “Si la tendencia presente continúa, la enseñanza
bíblica será eliminada totalmente de las estaciones de radio cristianas,
así como de la TV y del púlpito. Esta no es una manifestación infundada
hecha en un momento de preocupación emocional. La enseñanza bíblica
está recibiendo baja prioridad en las emisiones radiales, en tanto que
la llamada sicología cristiana es puesta al frente como solución bíblica
a los problemas de la vida” (op. cit.; pg. 80).
Es hora de que nos detengamos a pensar
seriamente en este asunto. ¿Es la Palabra de Dios suficiente para tratar
con los problemas del alma, o necesitamos también la ayuda de la
psicología secular? Ese es el tema que quisiera tratar en esta ocasión.
Ahora, estoy consciente de que este es
un tema polémico que puede levantar una serie de interrogantes, por lo
que me adelanto a hacer una aclaración. Mi punto aquí no es que la
psicología no tenga ninguna clase de utilidad, sino que su utilidad es
limitada. La palabra “psicología” significa estudio del alma. Pero lo
que la psicología estudia realmente es la conducta humana, no el alma. Y
sus observaciones limitadas a ese campo pueden ser útiles: en el área
vocacional, para detectar problemas de aprendizaje y ayudar a las
personas a superarlos, en el área industrial, en la educación.
Pero nuestro foco de atención aquí es el
uso de la psicología para tratar con problemas tales como la ansiedad,
el temor, la ira, la depresión, la amargura, el descontento, los
problemas matrimoniales, los hábitos pecaminosos; para lidiar con estas
dificultades la psicología no tiene ninguna solución que ofrecer que no
podamos encontrarla en la Palabra de Dios.
Presuponer que necesitamos la psicología
para tratar con los problemas del alma es falso, y esto por dos
razones: en primer lugar, porque se fundamenta en algunos conceptos
erróneos acerca de la psicología; y en segundo lugar, porque limita el
alcance y eficacia de la Palabra de Dios.
¿Cuáles
presuposiciones erróneas asumen aquellos que se han volcado hacia la
psicología para tratar con los problemas del alma humana?
En primer lugar, presuponen que la
psicoterapia (el aconsejamiento psicológico con sus teorías y técnicas)
es una ciencia objetiva, cuando es en realidad una especie de religión
que posee sus credos y sus dogmas, y en los cuales sus adherentes
ejercen fe.
Cada día más y más personas, aun en el campo secular, están poniendo en
duda, no sólo la capacidad de la psicología para ayudar a las personas,
sino también su supuesto ropaje científico. Por ejemplo, el premio Nobel
Richard Eynman, dice lo siguiente acerca del status científico de la
psicoterapia: “El psicoanálisis no es una ciencia… tal vez se parezca
más al curanderismo” (op. cit.; pg. 34).
Y el psiquiatra Thomas Szasz, profesor
de psiquiatría en la Universidad Estatal de NY, dice: “No es sólo una
religión que pretende ser ciencia, sino en realidad una religión falsa
que busca destruir a la verdadera religión” (Ibid; pg. 35)..
La psicología y el cristianismo son dos
religiones en pugna. Los problemas con los que lucha la psicología son
esencialmente religiosos. Carl Jung, uno de los padres de la psicología
moderna, veía la “neurosis” como una crisis de orden espiritual, no como
un problema médico.
Lean con cuidado este trozo de una de
sus obras, y presten atención a ciertas palabras claves que aparecen
allí: ¿Qué deben hacer los terapeutas, pregunta Jung, cuando los
problemas del paciente surgen de “no tener amor sino sólo sexualidad;
ninguna fe, porque teme andar en oscuridad; sin esperanza porque está
desilusionado del mundo y la vida, y sin entendimiento porque ha
fracasado en la lectura del significado de su propia existencia?”
El problema que encaran los terapeutas,
desde este punto de vista, es el de dar a los pacientes amor, fe,
esperanza y entendimiento. ¿No son estos problemas netamente religiosos?
¿Cómo podrá un hombre sin Dios proveer tales cosas a un individuo? Como
ven, estamos ante una religión rival que intenta desacreditar el
cristianismo.
Esto viene a ser más evidente cuando
rastreamos las raíces de las teorías y métodos psicológicos. Al tratar
de desentrañar el origen de la psicología nos topamos con tres nombres
principales: Sigmund Freud, Carl Jung, y Carl Rogers.
El primero decía que las creencias
religiosas son una mera ilusión, y que la religión misma no es otra cosa
que “la neurosis de obsesión de la humanidad”. De hecho, Freud atribuía
a la religión el origen de los problemas mentales del hombre. Siempre
fue un crítico acérrimo de las creencias religiosas.
Carl Jung, en cambio, afirmaba que todas
las religiones son positivas, pero imaginarias. En otras palabras, son
mitos que hacen bien; todas contienen algo de verdad sobre la psiquis
humana y pueden ayudar hasta cierto punto.
Jung veía la psicoterapia como una
religión alterna. “Las religiones – decía él – son sistemas de sanidad
para las enfermedades psíquicas… Es por eso que los pacientes imponen al
psicoterapeuta el rol de sacerdotes, y esperan y demandan de él que los
libere de sus aflicciones. En consecuencia, los psicoterapeutas nos
ocupamos de problemas que, estrictamente hablando, pertenecen al
teólogo” (Ibid; pg. 26; el subrayado es mío).
Jung admite que los psicoterapeutas
están invadiendo un terreno que antes era manejado por otros. Ahora
bien, no debemos pensar que Jung veía el cristianismo con buenos ojos.
No. Jung no sólo repudió el cristianismo, sino que exploró otras
experiencias religiosas, incluyendo prácticas ocultistas y la
nigromancia, es decir, la comunicación con los muertos a través de un
médium.
Lo mismo le ocurrió a Carl Rogers.
Estudió en un seminario teológico, pero renunció al cristianismo y se
volcó hacia la psicología secular, terminando también en la práctica del
ocultismo y la nigromancia.
Y ahora nos preguntamos, estos hombres
que repudiaron de ese modo el cristianismo bíblico, ¿realmente tendrán
algo que decir a la Iglesia de Cristo acerca de cómo deben vivir los
cristianos y cómo deben los hombres tratar con los problemas del alma
que Dios creó?
Alguien puede decir: “Bueno, eso
depende. Si sus postulados son científicos, entonces no habría ningún
problema en servirse de ellos. Un científico impío puede llegar a
conclusiones científicas objetivas y verdaderas”. Eso es verdad, pero no
en este caso.
Recuerden que aquí estamos hablando de
los problemas del alma, y de las soluciones que debemos dar a estos
problemas. Los psicólogos no pueden estudiar el alma en una forma
científica; ellos se limitan al estudio del comportamiento humano, y en
base a esos estudios tratan de determinar por qué la gente se comporta
cómo lo hace, y cuáles soluciones pueden dar a sus conflictos.
Pero muchos de ellos ni siquiera creen
en la existencia del alma, y una gran mayoría niega la existencia del
Dios que la creó. ¿Cómo pueden llegar a conclusiones acertadas en ese
terreno? Una cosa es establecer un patrón estadístico de comportamiento,
y otra muy distinta pretender explicar el por qué de esos
comportamientos, y muchos menos cambiarlos.
Cuando la psicología penetra en ese
terreno lo que afirma es pura opinión, pura teoría, pero nada más. Puede
ser que en algunos casos, sus opiniones sean de cierta utilidad, pero
solo en aquellos caso en que, por la gracia común de Dios, estas
opiniones coinciden con las de Dios reveladas en Su Palabra. Pero tales
aciertos no deben confundirnos: la presuposición de que las teorías y
métodos psicológicos son científicos no es más que un mito. La
psicología es una especie de religión, y los que aceptan sus postulados
lo aceptan por fe.
El famoso historiador Paul Johnson, en
su obra Tiempos Modernos, dice lo siguiente: “Después de 80 años de
experiencia, se ha demostrado que en general sus métodos terapéuticos
(refiriéndose a Freud) son costosos fracasos, más apropiados para mimar a
los desgraciados que para curar a los enfermos. Ahora sabemos que
muchas ideas fundamentales del psicoanálisis carecen de base en la
biología” (pg. 18).
Y Karl Popper, considerado como el
filósofo de la ciencia más grande del siglo XX, dice lo siguiente sobre
las teorías psicológicas: “Aunque se hacen pasar como ciencias, tienen
de hecho más en común con los mitos primitivos que con la ciencia”
(Ibíd.; pg. 55-56).
La
segunda presuposición errónea que están asumiendo muchos consejeros
cristianos hoy día es que la mejor clase de consejería es aquella que
utiliza tanto la psicología como la Biblia. Los llamados “psicólogos
cristianos” piensan estar en una mejor posición para aconsejar que los
consejeros cristianos, que no son psicólogos, y que los psicólogos que
no son cristianos. Ellos creen tener lo mejor de los dos mundos.
El problema con esa simbiosis es que los postulados sobre los cuales se
basa la psicología secular se oponen tajantemente a los postulados
esenciales del evangelio. Si aprobamos uno de ellos automáticamente
desaprobamos el otro. Es por eso que a medida que la psicología ha
tomado cuerpo en la Iglesia, muchas enseñanzas falsas han comenzado a
infiltrarse también, como por ejemplo: Que la naturaleza humana es
básicamente buena, que las personas pueden encontrar respuesta para sus
problemas dentro de ellos mismos, que la clave para comprender y
corregir las actitudes y acciones de un individuo se encuentran en algún
lugar de su pasado, que otros son culpables de nuestros problemas, y
así podríamos citar muchas otras cosas más.
En muchos círculos cristianos aún el
vocabulario ha sufrido cambios trascendentales. Al pecado se le llama
“enfermedad”; el arrepentimiento ha sido sustituido por las terapias;
los pecados habituales son llamados adicciones, o conductas compulsivas,
de las cuales el individuo no parece ser responsable.
Quizás el ejemplo más palpable de esta
distorsión es el énfasis que vemos hoy día sobre la importancia de la
auto estima y el amor propio para la realización y felicidad del
individuo. Aunque este es un tema muy popular hoy día, en realidad tiene
un origen reciente. Hace apenas unos 50 años que surgió fuera de la
Iglesia, y desde hace unos 30 años para acá se ha introducido con fuerza
dentro de ella, adaptándola de tal modo que parece una doctrina
bíblica, basada en textos bíblicos.
Uno de los promotores de esta enseñanza
dice lo siguiente: “Nuestra habilidad de amar a Dios y de amar a nuestro
prójimo es limitada por nuestra habilidad de amarnos a nosotros mismos.
No podemos amar a Dios más de lo que amamos a nuestro prójimo y no
podemos amar a nuestro prójimo más de lo que nos amamos a nosotros
mismos”.
Y otro psicólogo cristiano escribió:
“Sin amor por nosotros mismos no puede haber amor por otros… Tu no
podrás amar a tu prójimo, no podrás amar a Dios, a menos que te ames
primero a ti mismo”.
Esto parece ser un eco de las palabras
del Señor Jesucristo al intérprete de la ley, cuando éste le preguntó:
“¿Cuál es el gran mandamiento en la ley?” Jesús le respondió: “Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es
semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40).
¿Está ordenando Cristo a los suyos en
este pasaje que se amen a sí mismos, como sugieren algunos psicólogos
cristianos? De ser así, no serían dos los mandamientos de los que
dependen toda la ley y los profetas, sino tres: Ámate a ti mismo, ama a
Dios y ama al prójimo. Y de estos tres, ¿cuál sería el más importante?
Obviamente, el amarte a ti mismo, porque de ese dependen supuestamente
los otros dos.
¿Pero es esa la enseñanza de ese texto?
¡Por supuesto que no! El mandamiento más importante de la ley no es que
nos amemos nosotros mismos, sino que amemos a Dios y a nuestro prójimo.
El Señor está presuponiendo más bien que nos amamos a nosotros mismos
(aún el que se suicida lo hace porque piensa que estará mejor muerto que
vivo), y ahora nos dice: “Con esa misma dedicación, con ese mismo
fervor, ama a tu prójimo”.
En la Escritura se habla del amor propio
como una obra de la carne, no como una virtud. En 2Tim. 3:1-5 Pablo
advierte a Timoteo “que en los postreros días vendrán tiempos
peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos”. Por eso el
llamado de Cristo a los hombres es a negarse a sí mismos y a tomar su
cruz. Cualquier mensaje que enseñe lo contrario no puede ser verdadero,
ni mucho menos provechoso. La desgracia de los seres humanos radica
precisamente en el hecho de estimarse demasiado a sí mismos y de mirar
continuamente dentro de sí mismos.
El hombre sin Cristo ha puesto el “yo”
en un lugar inapropiado, y por eso su vida es un caos. Cuando el
evangelio llega a nosotros, y nos mueve eficazmente a confiar en Cristo,
entonces las cosas caen en el lugar que les corresponde. Nuestro
interés primordial no debería ser agradar al “yo” y satisfacer sus
demandas, sino más bien vivir para la gloria de Dios.
Como podemos ver, la psicología estudia
los problemas del hombre desde una perspectiva completamente distinta a
la perspectiva bíblica, y por lo tanto no puede haber una relación
satisfactoria entre ambas; una de las dos tendrá que ceder ante la otra.
Y tenemos mucha razón para pensar que es la Iglesia la que está
claudicando ante el humanismo secular.
Concluyo este punto citando al Dr.
MacArthur otra vez: “La ‘psicología cristiana’ es un intento de
armonizar dos sistemas de pensamiento intrínsecamente contradictorios.
La psicología moderna y la Biblia no pueden mezclarse sin un serio
compromiso o un completo abandono del principio de la suficiencia de las
Escrituras” (Una Breve Mirada a la Consejería Bíblica; pg. 30).
La
tercera presuposición errónea que ha volcado a muchos a buscar ayuda en
la psicología es que existen problemas en el hombre que no son físicos,
y por lo tanto, no pueden ser tratados por un médico, ni tampoco son
espirituales, y por lo tanto, no puede tratarlos un pastor. Son
problemas netamente psicológicos o mentales.
Pero esto no es más que un mito. O nuestros problemas son orgánicos, y
en ese caso debemos buscar la ayuda de un médico, o tenemos un problema
espiritual, y entonces debemos ir a un pastor que trate con nosotros con
la Palabra de Dios (por la estrecha interacción del alma y el cuerpo en
algunos casos necesitará del trabajo conjunto del médico y el pastor).
Una persona puede tener un problema en
el cerebro que le esté ocasionando una conducta extraña o anormal, como
la arteriosclerosis, o el Alzheimer; pero tales personas no están
mentalmente enfermas. Su problema es biológico y, por lo tanto, debe
tratarlos un neurólogo no un psicólogo.
Las enfermedades mentales, si usamos ese
término literalmente y no en un sentido metafórico, en realidad no
existen, como veremos más ampliamente en otros artículos. El psiquiatra
investigador E. Fuller Torrey dice con respecto a esta terminología: “El
término en sí es disparatado, un error semántico. Las dos palabras no
pueden ir juntas” (cit. por Martin y Deidre Bobgan; pg. 179).
Y el psiquiatra Thomas Szasz, a quien
citamos anteriormente, dice: “Es costumbre definir la psiquiatría como
una especialidad médica que tiene que ver con el estudio, diagnóstico y
tratamiento de las enfermedades mentales. Esta es una definición sin
valor, y engañosa. La enfermedad mental es un mito” (Ibid; pg. 181-182).
Esto no es un asunto de semántica
meramente, sino un serio error que está causando no pocos inconvenientes
en la iglesia de Cristo de nuestra generación. La psicología ha
invadido un terreno que no le corresponde, y muchos pastores mansamente
han claudicado ante ella.
Cito aquí a Martin y Deidre Bobgan en su
obra “Psico – Herejía; la Seducción Sicológica de la Cristiandad”: “La
mayor tragedia que produce el nombre erróneo de la enfermedad mental, es
que las personas que están experimentando problemas de la vida buscan
ayuda fuera de la iglesia. Y cuando piden esa ayuda a un líder de la
iglesia, por lo general son (remitidas) a profesionales que se
especializan en ‘enfermedad mental’ y ‘salud mental’. Se ha hecho tan
fácil enviar a una persona con problemas matrimoniales o de familia a un
profesional de la salud mental, como enviar a una persona con una
pierna quebrada a un médico”.
Y luego continúan diciendo: “Los
problemas de la vida son problemas espirituales, que requieren
soluciones espirituales, no problemas psicológicos que requieren
soluciones psicológicas. A la iglesia se le ha embaucado para que crea
que los problemas de la vida son problemas del cerebro, que requieren
soluciones científicas, más que problemas de la mente que requieren
soluciones bíblicas… Mientras llamemos ‘enfermedad mental’ a los
problemas de la vida, seguiremos sustituyendo la responsabilidad por la
terapia” (pg. 185-186).
Nosotros tenemos en la Biblia un manual
completo de todo lo que nuestras almas necesitan para una vida
bienaventurada que glorifique a Dios. Los médicos deben tratar con los
problemas del cuerpo, los cristianos debemos tratar con Cristo y Su
Palabra los problemas del alma humana. Decir lo contrario es resucitar
la vieja herejía que Pablo combatió en Colosas, que aunque ahora use
terminología científica, sigue siendo igualmente errónea y dañina; los
falsos maestros de Colosas querían convencer a estos hermanos de que era
bueno tener a Cristo y Su Palabra, pero no suficiente; de ahí la
advertencia de Pablo en el capítulo 2 de la carta con las que ahora
concluyo:
“Mirad que nadie os engañe por medio de
filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres,
conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él
habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis
completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Col.
2:8-10).