INTRODUCCIÓN
La importancia de este tema surge de la relevancia que adquiere en el ministerio de Jesucristo, como también en el desarrollo de la iglesia primitiva. Nuestro interés en la actualidad se basa en la convicción de que el desarrollo de la obra en todo el país pone de relieve la necesidad de un ministerio apostólico. El enfoque del presente estudio no es, en primer lugar, académico, teórico o polémico, aunque no podremos evitar completamente algunos de esos matices. Deseamos ser eminentemente prácticos y acercarnos al tema con humildad y con la mente y el corazón abiertos para aprender.
Hasta ahora, nuestras experiencias de renovación espiritual estuvieron relacionadas principalmente con el ministerio pastoral. Algunos de los temas que abarcamos son:
• el discipulado cristiano y la formación de vidas
• la formación y restauración de las familias
• las relaciones entre hermanos
• la unidad de la iglesia
• la pluralidad de pastores frente a la comunidad
• los grupos caseros dentro de la comunidad
• el cuerpo de verdades que integran el kerigma y la didaqué, y la enseñanza de estas verdades
También abordamos aspectos muy importantes del ministerio evangelístico, como por ejemplo:
• el señorío de Cristo
• el evangelio del reino / el gobierno de Dios
• el objetivo de la evangelización y de la redención
• la importancia del arrepentimiento, la confesión, el bautismo
• la sanidad integral
• la responsabilidad de todos de evangelizar y hacer discípulos
• la relación íntima entre la evangelización y la unidad de la iglesia
Pero han surgido preguntas y situaciones cuya solución no se halla en el ministerio estrictamente pastoral ni evangelístico, como por ejemplo:
1) Hay situaciones que no responden a una relación meramente de “coyunturas” (Antioquía no era una “coyuntura” de Jerusalén. Jerusalén no figura como una “iglesia madre”) . No hay una clara base bíblica para afirmar la autoridad de un pastor en una ciudad sobre un pastor en otra ciudad (aunque podría existir una relación estrecha entre ellos, por otras razones).
2) Hay congregaciones que se van desarrollando bien con un buen ministerio pastoral. Pero para crecer con una visión integral y amplia, para lograr coherencia y crecimiento parejo, se dan cuenta que haría falta otra clase de ministerio que abriría la congregación a una visión mayor y que la llevaría a la realización de esa visión sin perder lo positivo logrado con el ministerio pastoral.
3) En la evangelización clásica ha faltado una coordinación más efectiva con la visión integral de la iglesia. Como el ministerio evangelístico involucra la iglesia en la extensión del reino de Dios, creemos que hay una necesidad implícita de un enfoque mayor para orientarlo.
4) Cuando se observa en cierto hermano dones y gracia (junto con una buena medida de experiencia y madurez) para la formación de líderes, el establecimiento de nuevas congregaciones, la orientación de pastores y de comunidades en dificultades, etc., ¿es correcto seguir limitándolo a un ministerio netamente pastoral? ¿No sería más conveniente para todos reconocerlo por la gracia que tiene y animarlo para que se dedique más bien a esas tareas que contribuyen a la extensión?
5) Varias preguntas surgen con respecto a problemas en las congregaciones:
• Al surgir una dificultad en una congregación que excede la capacidad o la autoridad de los líderes locales para resolverla, ¿a quién o a quiénes deben los hermanos apelar para encontrar una solución?
• ¿Qué se puede hacer para salvar una congregación de una desgracia o de un desbande cuando el liderazgo local abandona su responsabilidad, o incurre en pecados que le desacreditan frente a la comunidad?
• Cuando varios pastores en una ciudad o en una comunidad no logran ponerse de acuerdo y hay amenaza o peligro de una división, ¿no hace falta un ministerio más que pastoral que pueda actuar con gracia para resolver la situación? ¿No es conveniente poder identificar esos ministerios antes de producirse una crisis?
• Hay situaciones empantanadas en confusión, indisposición, tradicionalismo y terquedad, que se extienden y afligen toda la comunidad cristiana y que no serán resueltas aparte de un ministerio sabio, con un mandato amplio y con claridad en cuanto a las metas y los métodos a usar para su plena realización. Claramente, en estas situaciones hace falta un ministerio más
amplio. 6) Al extenderse el testimonio de renovación y restauración espiritual a diferentes zonas del país, a veces se ha dado el caso de varios pastores en una misma zona que desean ver una renovación espiritual en sus congregaciones. ¿No se ganaría tiempo a la vez que se promovería el compañerismo entre ellos si algún ministerio de características translocales pudiera orientarles en forma conjunta?
7) En la práctica, muchos grupos cristianos se han dado cuenta de la necesidad de un ministerio que excede lo estrictamente pastoral, pero suelen dar a esa función otro nombre; por ejemplo: obispo, superintendente, misionero del distrito, etc. Uno de los problemas con este esquema es que, como estos títulos no son bíblicos —o se combinan con responsabilidades que no se relacionan bíblicamente— nos hallamos sin puntos de referencia en las Sagradas Escrituras para definir funciones y responsabilidades. Esto, a su vez, puede dar lugar a excesos inconvenientes o a definiciones arbitrarias. Además, esta práctica se presta a la creación de cargos que se perpetúan y que son ocupados a veces por hombres que, aunque no posean la
gracia ni tengan una relación vivencial con las iglesias y los pastores, desempeñan una función institucional (en esto se observa la diferencia entre organización y organismo).
8) Cuando se presenta la necesidad de reconocer nuevos pastores que se han levantado en una congregación, ¿cuáles serían los otros ministerios que estarían autorizados para acordarles el reconocimiento público?
No ignoramos los problemas y objeciones que se enfrentan al sugerir que recuperemos el ministerio apostólico, con la terminología bíblica indicada. Una objeción viene de aquellos que creen que esta función caducó con la desaparición de los primeros apóstoles de la iglesia primitiva. Esta idea se ha arraigado profundamente en la mentalidad de muchísimos creyentes, pese a la falta de evidencia bíblica o histórica al respecto.
Otra objeción parecida viene de los que alegan que un requisito imprescindible para el apostolado es que tiene que haber visto al Señor resucitado. Otros dicen que una vez puesto el fundamento histórico de la iglesia, o una vez terminados los libros canónicos del Nuevo Testamento, no hay más necesidad de apóstoles. Vale decir que hay una especie de mentalidad generalizada entre los cristianos en la que no encuentra cabida la idea de un apostolado actual. Pero un estudio de Efesios 4:11–16 parece indicar la necesidad de una continuación del ministerio apostólico (como también de los profetas, evangelistas y pastores/maestros) durante toda la edad de la iglesia. Además, 1 Corintios cap. 12 (esp. v. 28) indica ciertas características que son propias de la iglesia en todo tiempo (su unidad corporativa, su diversidad de dones y ministerios, etc.). Entre ellas figura el ministerio apostólico.
Es nuestra convicción que la restauración de la iglésia en nuestros tiempos abarca, también, la restauración de los ministerios apostólico y profético. Creemos que la ignorancia o la falta de dar mayor vigencia a estos ministerios, de seguir así, hará sumamente difícil, o aún imposible, la recuperación de aspectos muy importantes en la proyección y el ministerio de la iglesia en estos tiempos difíciles.
En el presente estudio, planteamos el tema bajo los siguientes rubros:
1. El ministerio apostólico de Jesús
II. Misión de los Doce en la iglesia primitiva y el ministerio de otros apóstoles.
III. Evaluación de la enseñanza bíblica pertinente
IV. La necesidad actual de la iglesia
V. Proyección hacia el desarrollo de la obra con un ministerio apostólico reconocido
VI. Algunas consideraciones y sugerencias
I. EL MINISTERIO APOSTÓLICO DE JESÚS
1) Jesús vino como el gran enviado (apóstol) del Padre para todo el mundo (ver Heb 3:1 y Jn 6:29,57; 8:42; 17:3,18; 20:21; etc.). Algunas de las características de su obra apostólica:
• Fue enviado del Padre con una misión específica: la redención de la raza.
• Formó a los líderes (apóstoles) del nuevo pueblo.
• Dio fundamento a la iglesia.
• Gobernó con sabiduría, dando seguridad, orden y estabilidad a sus seguidores.
• Comisionó a los apóstoles personalmente (Mt 10:1–5). No dejó el asunto a criterio de ellos; no eran simplemente voluntarios.
• Era muy importante su tiempo con Jesús y su familiaridad con su persona y sus hechos, como también el hecho de recibir sus enseñanzas (ver Mr 3:13–19; 28:18–20; Mr 16:14–16; Lc 24:45–49; Hch 1:8).
II. MISIÓN DE LOS DOCE EN LA IGLESIA PRIMITIVA Y EL MINISTERIO DE OTROS APÓSTOLES
1) Los Doce:
• Desde el principio gobernaron la nueva comunidad con plena autoridad (Hch 4:32–37; 5:1–16; 6:1–7).
• Fueron responsables por la doctrina y la formación de la comunidad cristiana (Hch 2:42; 5:28; etc.).
• Reconocieron su total dependencia del Cristo resucitado, a través del Espíritu Santo (Hch 1:8; 2:32–33; 4:8–12, 18–20).
• Usando las llaves del reino, asumieron la responsabilidad de abrir el acceso al reino, primero a los judíos y luego a los samaritanos y gentiles (Hch caps. 2, 8, 10).
2) Otros apóstoles:
• Aparte de los Doce (con Matías en lugar de Judas Iscariote, Hch 1:15–26), había otros apóstoles en la iglesia primitiva como, por ejemplo: Pablo (Hch 14:14; Rom 1:1; 11:13; 1 Cor 1:1); Bernabé (Hch 14:4,14); Jacobo el hermano del Señor (Gál 1:19); Silvano (¿Silas?) y Timoteo (1 Tes 1:1 con 2:6); Andrónico y Junias (Rom 16:7). Es posible que en algunos de estos casos, como también en otras instancias en que se usa la palabra griega apóstolos (ver Jn 13:16; 2 Cor. 8:23; Fil 2:25), el significado sería simplemente el de mensajero o enviado, con sentido técnicamente limitado.
• En el caso de Pablo y Bernabé (Hch 13 y 14), fueron comisionados por los ministros principales de Antioquía (bajo la guía del Espíritu Santo) para proclamar el evangelio del reino y establecer iglesias en otros países y pueblos.
• Junto con los ancianos, los apóstoles se reunieron en Jerusalén para resolver una cuestión sumamente importante que afectó la naturaleza de la iglesia en todas partes (Hch 15).
• Pablo es el gran ejemplo del ministerio apostólico, estableciendo iglesias, formando líderes, trabajando con un equipo variado de hombres dotados de diferentes maneras, estableciendo ancianos (pastores) en las nuevas comunidades, resolviendo problemas de conducta y moral en las iglesias y entre los líderes, determinando el cuerpo esencial de la doctrina cristiana, etc.
• Conviene tener presente que el libro de Hechos se ocupa, principalmente, de la extensión del evangelio entre los judíos y los gentiles y traza las líneas más significativas de esa extensión de Jerusalén hasta Roma. Destaca, por lo tanto, el ministerio apostólico de Pedro y de Pablo.
III. EVALUACIÓN DE LA ENSEÑANZA BÍBLICA
1) Definición: La palabra apóstolos en el griego clásico era, originalmente, un término usado en la navegación marítima para referirse a la comisión de una nave. La idea es la de enviar el barco con su carga a un puerto específico donde descargará lo que lleva en la bodega.
El significado esencial de la palabra en el Nuevo Testamento es: enviado, mensajero, emisario o embajador. Involucra dos ideas básicas: a) una comisión expresa, y b) un destino determinado. El énfasis de la palabra está en la autoridad comunicada por el que envía al que es enviado. Vale decir, su uso denota la autorización del enviado para cumplir una función particular o una tarea que, por lo general, se define con claridad. El mensajero viene a ser el apoderado de aquel que lo comisionó.
La palabra se usa en el Nuevo Testamento de dos maneras:
(a) en el sentido general de mensajero, y
(b) para referirse particularmente a la designación de un oficio definido: el del apostolado cristiano.
(Nota: Estos datos han sido resumidos del artículo sobre “APOSTLE” en el DICTIONARY OF NEW TESTAMENT THEOLOGY, Vol. 1, pags. 126–136, Colin Brown, Editor, Zondervan Publishing House, Grand Rapids, Mich.)
2) Clasificación: En un artículo publicado en la revista RESTORATION (Nov./Dic., 1981), Arthur Wallis menciona tres clases de apóstoles en el Nuevo Testamento, a saber:
• Jesucristo, el “apóstol… de nuestra profesión” (Heb 3:1) Él vino a la tierra como el apoderado del Padre para cumplir su gran misión de nuestra redención. Puso fundamento para la iglesia que jamás se cambiará. Formó y comisionó a otros apóstoles para orientar a su pueblo y para extender su reino por doquier.
• Los Doce (incluyendo a Matías en lugar de Judas Iscariote). Estos son únicos e irreemplazables. Históricamente, ponen el fundamento de la iglesia. Como los “doce apóstoles del Cordero”, forman los doce cimientos de la nueva sociedad (Apoc 21:14). Su característica principal era que habían estado con Cristo “todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía” durante su ministerio terrenal (Hch 1:21). Este hecho les dio autoridad como “testigos presenciales”, una función de gran importancia al principio, cuando todavía no estaba formado el Nuevo Testamento.
• La tercera clase de apóstoles está referida en Efesios 4:11, junto con profetas, evangelistas y pastores/maestros, que son dones que Cristo dio a la iglesia después de su resurrección y ascensión, y “hasta que todos lleguemos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” Este grupo incluye todos los que, a través de la vida de la iglesia en todo tiempo y en todo lugar, reciben la gracia y la comisión carismática del Cristo resucitado para guiar a su pueblo con ministerio apostólico.
3) Aspectos principales: En resumen, podemos presentar como aspectos principales del ministerio apostólico los siguientes elementos:
• Están relacionados específicamente con la edificación de la iglesia, y principalmente con su fundamento (ver Efes 2:20; 1 Cor 3:9–13, Efes 4:11–16) Son peritos constructores del edificio espiritual de la iglesia, entendiendo los diferentes detalles que integran el cuadro completo; capacitados para supervisar la edificación y evaluar el trabajo realizado por todos a ese fin. Han recibido una comisión celestial, una mayordomía, para velar por los intereses del Señor, a fin de que todo se haga como él quiere.
• Son responsables por el nombramiento de los ancianos y del reconocimiento de otros ministerios que surgen en el seno de la iglesia (Hch 14:23; Tito 1:5; 1 Tim. 4:14; 2 Tim. 1:6; Hch 16:1–3). En esto concurren con los ancianos (el presbiterio) de la localidad cuando hubiera.
• Velan por la buena marcha de las comunidades que están bajo su responsabilidad (Rom 1:11; 2 Cor 10:14; 11:1–5; etc.) . A veces, intervienen en un caso de disciplina por mala conducta en la iglesia (1 Cor 5; 2 Cor 2).
• Determinan el contenido doctrinal de la enseñanza en las iglesias (Hch 2:42; 2 Tim 2:2; Tito 1:9; Hch 20:26–32). En este sentido, hubo apóstoles “pioneros” que establecieron el contenido doctrinal para la iglesia de todos los tiempos. El ministerio apostólico posterior vela por la “fe una vez dada a los santos” (Judas 3; 2 Ped. 1:12–15; 3:1–2).
• Abren nuevas fronteras para la predicación del evangelio y la extensión del reino de Dios (Rom 15:17–20; 2 Cor 10:14–16; Hch 13 y 14; etc.). En este trabajo suelen involucrar a las iglesias (Rom 15:24; Hch 14:26–28; 16:1–3).
• Forman equipos de hombres con ministerios variados como para efectuar mejor su ministerio apostólico (Hch 16:1–3; 20:4; Tito 1:5). Esto tiende a la formación de nuevos apóstoles y de otros ministerios.
• Proveen un sentido de relación y de unidad entre todas las iglesias, por sus contactos con muchos y por su trabajo de coordinación (Hch 15; 1 Cor 16:1–12; 2 Cor. 9:1–3).
• La relación entre los apóstoles de mutua sujeción y de consenso es de gran importancia, a fin de que la obra se realice en unidad (ver Gál 2:1–10; Hch 15).
• Ser apóstol para algunos no necesariamente significaba tener el ministerio apostólico para con otros (1 Cor 4:15; Gál 2:7–8; 2 Cor. 10:14–16). El ministerio apostólico es una función relativa a comunidades específicas. Las relaciones varían según los diferentes casos. Es concebible que uno tenga un verdadero apostolado en ciertos lugares, pero en otras comunidades sea reconocido simplemente como maestro o como profeta, etc. Fuera del área de su responsabilidad específica no puede alegar una autoridad apostólica.
IV. LA NECESIDAD ACTUAL DE LA IGLESIA
Una de las dificultades que surgen cuando consideramos el cuadro bíblico del ministerio apostólico en relación con nuestro contexto actual es la disparidad que existe entre el contexto nuestro y el del primer siglo cristiano. Nuestro continente se caracteriza por sociedades pseudo–cristianas, en términos generales, no netamente paganas como en aquel entonces. En realidad, vivimos un sincretismo religioso con marcados matices cristianos, pero con un contenido notablemente materialista y pagano.
En medio de este cuadro social, hay iglesias y congregaciones cristianas —tanto evangélicas como católicas— que, en su mayoría, representan una especie de islas sociales, donde el lenguaje y la ideología están en marcado contraste con la sociedad que les rodea y en la cual hacen poco impacto. Sin embargo, prácticamente todos los latinoamericanos se consideran ya cristianos, o porque fueron bautizados de niños en la iglesia de sus padres o porque frecuentan la misa o el culto alguna que otra vez.
En este sentido, nuestra sociedad no se asemeja a la mayoría de las sociedades del primer siglo cristiano. En aquel entonces, abundaban situaciones sociales muy diferentes. Por ejemplo:
• la esclavitud caracterizaba el estilo de vida de un gran porcentaje de los seres humanos;
• los templos paganos con prácticas degradantes e inmorales eran frecuentados por muchísima gente;
• naciones enteras vivían bajo el dominio de otros imperios, a los cuales pagaban tributos;
• la única religión basada en una revelación divina —la de los judíos— estaba mayormente neutralizada y limitada a esa raza;
• pocas personas sabían leer y escribir;
• no había ideas o filosofías grandes y nobles que inspiraran a las grandes masas de personas;
• las clases sociales estaban relativamente fijas con muy poca movilidad entre una clase y otra; etc.
Obviamente, el ministerio apostólico, en un contexto con esas características, se movía de una manera distinta de la que lo caracterizaría en nuestro contexto actual. Si el propósito principal del ministerio apostólico es fundamentar la iglesia en el contexto social, penetrar la sociedad con el mensaje de Cristo, presentar a los hombres una alternativa viable por la vivencia de una comunidad que practica las enseñanzas de Cristo, entonces es vital interpretar el enfoque de ese ministerio en términos prácticos y entendibles para los que viven esa realidad social. No se puede aislar la tarea apostólica de su contexto mundano.
Pienso que parte del problema de los métodos evangelísticos infructuosos e inadaptados a nuestro contexto es la falta de una visión integral apostólica. La tarea evangelística tiene que estar incorporada e integrada a la visión apostólica. Bíblicamente, la primera función —tanto en orden prioritario como cronológico— es la función apostólica. Cristo, como apóstol, evangelizaba, sanaba, enseñaba y hacía discípulos. De éstos él elegía algunos para formarlos como apóstoles. Ellos a su vez, como apóstoles, introducían la palabra de Cristo y el reino de Dios en su contexto —primero entre los judíos y luego entre los gentiles— y luego enseñaban a los discípulos y formaban las comunidades cristianas.
La obra se realizó con gracia y unción. Ellos, con libertad y autoridad, establecían el fundamento de la iglesia, fijaban los lineamientos generales y doctrinales de las comunídades y hacían frente a las variantes que se presentaban. Era una tarea magna. Sin su realización, difícilmente el conjunto de los discípulos cristianos podría haber enfrentado a su sociedad con denuedo o mantenido coherencia entre sus filas.
Hoy, en cambio, en nuestra sociedad enfrentamos un contexto cristiano en decadencia. Hay profundas diferencias y divisiones entre los cristianos, tanto de forma como de fondo. Muchos cuestionan seriamente la acción y participación de los distintos ministerios. Esto es el cuadro general aunque, afortunadamente, hay notables excepciones. Pero son excepciones, precisamente, porque son pocas y muy distantes entre sí.
En esta situación, el ministerio profético cobra gran vigencia, ya que su énfasis es el llamado a volver a los principios divinos. Pone la plomada a la situación actual y revela su verdadero estado frente a la revelación de Dios. Se pronuncia en contra de los sustitutos humanos inútiles.
Despierta inquietudes. Nuclea a las fuerzas vivas en favor de una renovación. Aclara la visión; despeja el horizonte espiritual; enfoca con claridad la meta divina.
Pero sin un ministerio apostólico que traduzca todo esto en realidad, que corrija errores, que ponga fundamento y forme comunidades, no se logrará una penetración significativa en el contexto social. Después del despertar, hay que poner manos a la obra. Después de la visión, tiene que procederse a la realización. Una vez nucleada la gente, hay que formarla en una comunidad coherente, pujante, atractiva. Y todo esto hay que efectuar con un propósito singular, con claridad y con una metodología efectiva.
Otro elemento de enorme importancia, que proviene del ministerio apostólico, es la unidad y la universalidad de su visión. Es esta visión la que unifica su trabajo y une a las comunidades cristianas. En su conjunto, los apóstoles están haciendo una misma obra, aunque sus actividades en diferentes momentos o en distintos lugares pueden variar grandemente. Sin una visión apostólica, las iglesias tienden a distanciarse entre sí y a dedicarse a variados énfasis, según la gracia particular de sus pastores y demás ministros en la comunidad. La visión amplia y singular del apóstol asegura que las distintas iglesias se mantengan en estrecha relación hermanable y les ayuda a considerar sus trabajos particulares como complementarios en lugar de sentirse en competencia las unas con las otras.
Enfocando ahora nuestra situación, podemos decir que hace varios años hemos experimentado un despertar espiritual que, obviamente, ha sido el producto de una visión y de un ministerio profético que ha adquirido gran relevancia en nuestro medio. Esto nos ha dado mayor discernimiento espiritual y agudizado nuestra visión y nuestro aprecio del propósito eterno de Dios en la formación de un pueblo para su gloria aquí en la tierra. Nuestro entendimiento hoy, con respecto al objetivo divino, es mucho más claro que antes. Hemos recibido luz del cielo y discernimos mejor hacia dónde vamos.
Pero es necesario que tengamos la conciencia de que la visión sola no es suficiente. Si nos quedamos así, podríamos frustrar el propósito de Dios. Hace falta un ministerio apostólico para realizar la visión, para coordinar las actividades y las relaciones entre las iglesias, para dar forma coherente al pueblo de Dios, para descubrir —y en algunos lugares, establecer— el fundamento verdadero y realizar todo esto dentro del contexto actual en que todos vivimos.
En síntésis, la carga que queremos comunicar a nuestros hermanos y colegas en el ministerio es, en primer lugar, la necesidad de una clara conciencia con respecto a la imprescindibilidad del ministerio apostólico hoy entre nosotros y, en segundo lugar, la exhortación de que oremos unidos al Señor de la iglesia a fin de que él levante entre nosotros este ministerio vital. Sentimos que esta es una de las mayores necesidades de la iglesia en esta hora.
V. PROYECCIÓN HACIA EL DESARROLLO DE LA OBRA CON UN MINISTERIO APOSTÓLICO RECONOCIDO
Con una experiencia tan parcial y limitada como la nuestra, toda proyección de la obra bajo una orientación apostólica tiene que ser, necesariamente, tentativa. Pero, como las obras nacen primero con ideas, nos atrevemos a lanzar, en el temor de Dios, algunas ideas para la consideración de nuestros colegas. No nos intimida la conciencia de que, sobre la marcha, tendremos que hacer ajustes y correcciones en lo proyectado.
Tendremos en cuenta, para nuestras proyecciones, dos carriles que determinarán por dónde hemos de avanzar, aunque sea con alguna aprehensión. En primer lugar, procuraremos no extralimitamos con respecto a lo que está revelado en las Sagradas Escrituras. En segundo lugar, buscaremos soluciones válidas y prácticas para las situaciones presentadas en la introducción de este estudio. Es decir, trataremos de no entrometemos en cuestiones teóricas o hipotéticas. De esta manera, entendemos que será más fácil descubrir cualquier error y corregirnos al avanzar.
Pensamos que una manera práctica de enfocar este tema es a través de una serie de preguntas, como las que siguen:
• ¿Cuáles serían las características del ministerio apostólico en la actualidad y en nuestro contexto?
• ¿Cuál es el marco o ámbito para la actuación de este ministerio? ¿Hasta dónde llegaría?
• ¿Cuáles son sus avales?
• ¿Cuál es su relación con otros ministerios apostólicos? ¿Cuál es su relación con los pastores de las iglesias?
• ¿Qué de equipos apostólicos?
• ¿Qué responsabilidad tenemos de animar o de orientar a los hombres que vemos surgir con perfil apostólico en cierne?
1) Características del ministerio apostólico
Nuestro marco de referencia aquí es lo que se presenta arriba en el presente estudio bajo III, inciso 3). De allí podemos enfatizar ciertos aspectos especialmente vigentes en nuestra situación. Hace falta algunos “peritos constructores del edificio espiritual de la iglesia”: hombres que entiendan cómo debe ser el edificio final; hombres dotados por Cristo para supervisar la edificación desde los cimientos hasta la terminación; hombres experimentados y diestros en la formación de vidas, de familias y de obreros, bajo la guía del Espíritu Santo; hombres que mantengan una estrecha relación con el Señor y que, por lo tanto, tengan discernimiento y sensibilidad espiritual.
Estos siervos de Dios podrán, entonces, ayudar a otros colegas a encontrar su ubicación en el servicio y en la edificación, a fin de que todo el trabajo se oriente hacia una obra final que agrade a Dios. Sabrán cuándo es conveniente dedicar más tiempo y ministerio a ciertas personas o a determinadas situaciones. Podrán aconsejar a los pastores y otros ministros con respecto a las dificultades que enfrentan, teniendo en cuenta el marco mayor de la obra.
Velarán por el ministerio de enseñanza, con el fin de que sea consecuente, práctico y suficientemente amplio para la formación de discípulos y de comunidades cristianas. Apuntarán al crecimiento, la salud y la santificación de estas comunidades.
Orientarán el trabajo evangelístico de los que están bajo su responsabilidad, a fin de que tenga las metas, el contenido y la consecuencia que se espera. La obra de extensión y el testimonio evangelístico será mucho más eficaz si se encuadra en un esquema integral de la iglesia.
Este ministerio trasciende la localidad, pero no es de constante movimiento. No es una cuestión de simples visitas o de conferencias públicas. Avanza con metas específicas y actúa con fe y ejecución de la obra hasta lograrlas. Se dedica, especialmente, a formar y orientar a los líderes locales. Su propósito no es quedar definitivamente en el lugar donde realiza su ministerio; una vez cumplido, eleva su vista a otros sitios.
Su meta final es establecer la iglesia en su contexto social de manera que lo penetre como sal, luz y levadura. Su visión no es sectaria, sino amplia e integral. Trabaja con afán para lograr y conservar la unidad de la iglesia. Procura un trabajo armónico entre los pastores y demás ministerios.
2) El marco y la visión del ministerio apostólico
El alcance del ministerio apostólico está determinado por varios factores. Uno es la gracia que ha recibido de Dios y que determina su visión. Hay hombres que están continuamente mirando más allá de donde están, proyectándose en su visión a mayores logros y conquistas. Nunca podrán conformarse con una situación cómoda, pero estática. Otro factor determinante es la experiencia y la formación del hombre que cumpla esta función. Una larga experiencia, amplia y variada, obviamente, tendrá un alcance mayor.
Otro elemento que completa el cuadro del alcance es el grado de crecimiento y percepción de la iglesia en el contexto donde se desarrolla el ministerio apostólico. Evidentemente, el alcance y la función de un ministerio apostólico en un marco cristiano donde la iglesia ha crecido por mucho tiempo y alcanzado un grado mayor de extensión, será diferente de lo que le tocará en un área nueva, pagana o de muy poca penetración del evangelio.
Pero, en términos generales, podemos señalar algunos aspectos de su alcance. Aunque todo ministerio apostólico apunta a la formación de la comunidad cristiana en términos prácticos, no puede limitarse a la formación o al éxito de una sola congregación. Necesariamente, su vocación lo llevará a formar primero una, luego otra, después otras más y seguirá así en lo sucesivo. A la vez, formará líderes locales dentro de cada comunidad, sobre los cuales él ejercerá cierta ascendencia espiritual. No se conformará nunca con establecer un gobierno limitativo. Sobre todo, es un hombre productivo: siempre está reproduciéndose. Es una de las razones por las cuales su ministerio es tan vital para la iglesia en general.
La pasión por la extensión del reino de Dios es su comida, es el aire que respira, es la meta de sus oraciones. Al alcanzar la primera meta, se fija en la próxima. Siempre está mirando más allá de las fronteras actuales. Anhela ver el gobierno de Cristo establecido en toda la tierra y en los corazones de todos los hombres.
Sin embargo, por más que se extienda, nunca rompe sus relaciones con las iglesias de donde procede, ni con las que ha establecido. Comprende la necesidad vital de esa relación. Es la que respalda su ministerio. Es un hombre bajo autoridad. La independencia le es anatema. Es un brazo del cuerpo; sin él no puede funcionar debidamente.
Es un hombre de visión celestial; es un hombre de relaciones claras y firmes. Además, es un hombre amplio y respetuoso de sus colegas y de otros ministerios apostólicos. No puede reducir la iglesia a una extensión de su personalidad o a un cuadro sectario. Verá a los diferentes ministerios como complementarios, no como competitivos. Apuntará a ampliar la visión de todos los cristianos, aun cuando tendrá que combatir algún elemento que atente contra la naturaleza de la iglesia.
No le interesa entrometerse en la obra de otro donde el fundamento ya ha sido puesto.
Procurará establecerlo en nuevos lugares o dedicará sus energías a restaurarlo cuando ha sido destruido.
Desafiará y ayudará a las iglesias a extender su visión hacia nuevas fronteras. Las moverá a la oración, la acción y el sacrificio. Las ayudará a determinar prioridades relacionadas con el propósito eterno de Dios, a dejar sus pequeñeces para ocuparse de los grandes intereses del Señor.
3) Los avales del ministerio apostólico
Los avales de este ministerio constituyen valores y respaldos que, necesariamente, hay que considerar siempre en conjunto. Es esta combinación de factores que da crédito al ministerio. Podemos enumerar varios.
Sobre todo, avala el ministerio la conciencia propia de una vocación divina: un llamado y una unción y gracia para cumplir con esta carga. Pablo manifiesta esta clara conciencia en varias de sus epístolas: “Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado…” (Rom 1:1); “llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios” (1 Cor 1:1); “Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre)…” (Gál 1:1); etc. De allí viene la idea de apoderado, como mencionamos antes.
Pero no es solo un hombre de orientación vertical. Procede de una comunidad; es enviado y respaldado por aquellos que han sido receptores y fruto de su ministerio (ver Hch 13:1–3; 8:14). Quizá esto, más que nada, explica por qué vuelve, cada tanto, a su punto de partida para relatar sus actividades y el resultado de su ministerio apostólico (Hch 14:26–28; 18:22–23; 8:25; 11:1–11, 14). Es su manera de rendir cuentas de su ministerio.
Pablo muestra que otro aval que le autoriza a orientar y corregir a una comunidad cristiana es la conciencia de haberla engendrado espiritualmente (1 Cor 4:15–16; 2 Cor 3:1–3; 10:13–16; 12:11–12; Rom 15:17–21; Fil 1:3–8; 1 Tes cap. 2). Esto da al apóstol cierta ascendencia o paternidad espiritual que usa para edificar la iglesia y formar los líderes. También le da pie para exhortar o para llamar la atención a los hermanos.
Otro factor importante es la pluralidad de los apóstoles. Cristo no ordenó a uno solo, sino a doce a la vez. Los apóstoles pueden tener distintas zonas de influencia particular, donde ejercen su ministerio, pero se relacionan entre sí. Así, Pablo fue reconocido y avalado por Pedro y otros apóstoles en Jerusalén (Gál 2:1–l0); Pablo corrigió a Pedro en Antioquía por su conducta
indebida (Gál 2:11–14); los apóstoles se reunieron con los ancianos en Jerusalén para considerar una cuestión que afectaba la vida de la iglesia en todas partes (Hch cap. 15). Su convicción con respecto a la unidad de la iglesia, junto con su vocación como “peritos constructores” de la iglesia, les lleva a mantener un agudo sentido de equipo, aun cuando no existe una coordinación detallada entre sí.
4) Su relación con otros ministerios apostólicos
Es de esperar, por la naturaleza del ministerio, que un apóstol ejerza mucha iniciativa y dominio propio. Su agudo sentido de vocación hace que genere visión, energía e inspiración que arrastren y motiven a otros. Sin embargo, para “no correr en vano” y para no volverse sectario, precisa cotejar su ministerio y su visión con otros que tengan la misma vocación. Obviamente, los apóstoles no van a superponerse, pero sí se necesitan mutuamente para mantener una visión integral de la iglesia. Cada uno tiene su énfasis y sus puntos fuertes; de la misma manera, precisan ser balanceados por el enfoque y la acción de los demás. Necesitan, entonces, una especie de “foro” apostólico, de encuentro ocasional y/o de relación estable permanente, a fin de asegurarse cierto nivel de coordinación en sus trabajos respectivos.
Como todo discípulo cristiano, cada apóstol debe vivir bajo autoridad y bajo el consejo “pastoral” de algún hermano maduro, confiable y de carácter firme. Ningún siervo de Dios debe desarrollarse a solas. Eso aumentaría sus tentaciones, le haría más vulnerable frente a sus debilidades, mermaría su zona de influencia y acrecentaría los peligros de desvío moral o espiritual. Probablemente, encontrará esta clase de consejo y orientación personal en su propio “padre espiritual”, en algún otro apóstol o en el pastor bajo quien desarrolló su ministerio. Pero debe ser una relación definida y declarada, estable, franca, estrecha y funcional.
Con los pastores de las iglesias
En el sentido estrictamente bíblico, los pastores (o ancianos) de las congregaciones locales funcionan bajo autoridad apostólica. Como hemos visto en el estudio bíblico al principio de esta presentación, los apóstoles fundaron las iglesias, establecieron ancianos sobre ellas, las adoctrinaron, corrigieron sus errores, las exhortaron, intervinieron cuando hubo problemas, etc.
En verdad, sería imposible imaginar el desarrollo de la vida de las iglesias, según el cuadro bíblico, sin una clara supervisión apostólica. Pero en la situación actual predominante en las congregaciones, la mayoría de los pastores no está acomtumbrada a semejante supervisión. A muchos les parece una idea extraña e indeseable. En tales casos, no tenemos interés en introducir un elemento conflictivo o polémico, aunque sí es nuestra intención llamarles a la reflexión y consideración de todo lo presentado aquí.
Reconocemos que la actuación de un ministerio apostólico dependerá del nivel de su relación con los pastores. La autoridad apostólica es adquirida y no impuesta. A medida que se le reconoce como tal, con seguridad su participación en una comunidad se verá acrecentada. Su gracia se manifestará en su capacidad de ubicarse debidamente en cada situación. En todo caso, el resultado de su ministerio lo acreditará.
Cuando existe una relación de confianza —o porque la misma congregación comenzó bajo un ministerio apostólico, o porque se le ha reconocido posteriormente— obviamente, los pastores en estos casos aceptarán la amplitud de su visión, su capacidad en la formación de nuevos líderes, su destreza en discernir elementos extraños o tendientes a un desvío en el desarrollo de la obra y su instinto para coordinar y concretar los distintos alcances y lineamientos mayores de la obra. Sería propio, también, que manifestaran su respaldo al ministerio apostólico en otros sitios. En cambio, no habría necesidad de involucrarlo en los pormenores de la marcha cotidiana de las comunidades. En el plano local, los pastores tienen plena autoridad para gobernar, enseñar y edificar la iglesia, bajo la orientación, los principios y la doctrina señalados por los apóstoles.
Es conveniente tener presente que todas las comunidades cristianas, en su conjunto, conforman la iglesia. Por lo tanto, no sería correcto que alguna comunidad restara valor a la necesidad de una relación dinámica y fluída con otras comunidades. Precisamente, en este plano vemos la conveniencia de reconocidos ministerios apostólicos que faciliten y promuevan estos contactos y entendimientos fraternales.
Nuestra situación actual no nos permite ser más precisos sobre este punto. Por eso, nos hemos limitado a presentar las consideraciones y los principios señalados.
5) Equipos apostólicos
Ya hemos observado que ningún apóstol es una autoridad independiente. Todos están bajo la autoridad de Cristo y relacionados y coordinados entre sí. Al menos, este es el cuadro presentado en las Escrituras Sagradas.
Pero no sólo vemos allí la relación entre los apóstoles. Estos constructores del edificio de Dios también se ven acompañados por otros colegas con variados ministerios. En 1 Cor 12:28, Pablo señala tres ministerios básicos en la iglesia: “a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros…” Sería de esperar que los ministerios profético y didáctico tuvieran una estrecha relación con el desarrollo del ministerio apostólico.
La experiencia de la iglesia primitiva en la extensión del reino de Dios revela que los apóstoles fueron siempre acompañados por otros hombres que posibilitaron un ministerio más extenso y variado (ver Hch 15:36–41; 16:1–3; 20:4–6; Efes 6:21–22; Fil 2:19; 2 Tim. 4:21; Tito 1:5; etc.). En todo caso, se nota que Dios unió estos hombres al apóstol para cumplir una misión específica, y sobre ellos el apóstol ejerce una autoridad amplia para coordinar sus actividades hasta que se cumple la misión. Algunos parecen haber mantenido una relación estable con el apóstol durante mucho tiempo; otros tuvieron una participación más breve.
Bíblicamente, se puede distinguir dos distintas clases de equipos:
a) el de dos apóstoles (Pedro y Juan, Pablo y Bernabé). Probablemente, este estilo remonta a las primeras instrucciones que Cristo dio a sus discípulos al salir de dos en dos a los pueblos vecinos. La razón básica sería de complementación en el ministerio.
b) el de un apóstol con varios colaboradores. Esta relación se ve especialmente en el ministerio de Pablo, y su propósito mayor sería para poder abarcar un área mayor o para poder intensificar el ministerio en forma variada en cierta zona. Posiblemente, en una primera etapa de desarrollo de la obra, se vería más la primera clase mencionada. Con el crecimiento de la obra y con una mayor experiencia en el ministerio apostólico, podría verse más la segunda clase.
El apóstol, con su visión y madurez, con su vocación y sabiduría, proporciona proyección, orientación y estabilidad a todo el equipo. El conjunto goza de las muchas ventajas de la pluralidad y mutualidad, dentro de una estructura donde la autoridad apostólica está bien definida.
El efecto de estos equipos apostólicos en las áreas donde funcionen será el de un avance significativo del reino de Dios. Habrá muchas personas que responderán al evangelio del reino; surgirán nuevos ministerios y líderes; ancianos serán reconocidos y las comunidades se multiplicarán. Habrá una penetración eficaz en la sociedad por el testimonio apostólico.
6) Surgimiento de ministerios apostólicos
Con un ministerio apostólico reconocido y funcionando sobre una extensa área, sería natural esperar que surjan dentro de las comunidades otros hombres con un perfil apostólico en cierne.
Probablemente, se les reconocería por el fruto de su ministerio en la formación de nuevas comunidades o por su capacidad en la formación de nuevos líderes. Podrían ser pastores cuya visión y vocación les lleva a dedicar una buena parte de sus energías en áreas más allá del perímetro de su trabajo local, en donde ven frutos alentadores. Podrían ser evangelistas que no se limitan a predicar el evangelio solamente, sino a perfeccionar y formar a los nuevos discípulos en grupos coherentes con sus propios líderes. O podrían ser profetas o maestros que trabajan dentro de un equipo apostólico donde su ministerio está en pleno desarrollo y que comienzan a perfilarse con un ministerio apostólico propio.
En todo caso, los que ejercen un ministerio apostólico reconocido estarán atentos a toda evidencia de otro ministerio apostólico en formación. Procurarán alentar y orientarlo, conscientes de que están en presencia de una operación de la gracia del Cristo resucitado, quien está asegurando así la extensión de su reino en la tierra. Reconocerán su responsabilidad para con estos varones y buscarán la mejor manera de facilitar su desarrollo sin arrebatarlos. Si observan errores o debilidades que les restarían valor o efectividad, procurarán advertírselos.
Las congregaciones que contemplan la validez de esta clase de ministerio también observarán el desarrollo promisorio de hermanos o de líderes que comienzan a manifestar esta vocación. Les facilitarán oportunidades de llevar cada vez más responsabilidad, de acuerdo con su capacidad, sus dones y su madurez. Procurarán que tengan experiencias de diferentes clases dentro de la actividad normal de la iglesia, a fin de que desarrollen destreza en la formación de discípulos; que aprendan el ejercicio de la fe; que acrecienten su capacidad de llevar carga; que promuevan su vida de oración y que, eventualmente, participen en el gobierno de la comunidad. No se apresurarán en promoverlos, para que no se malogren, pero tampoco los detendrán en su crecimiento normal. Todos necesitan “espacio” para crecer, como también precisan carriles que indiquen las normas y principios para su desarrollo.
Quizá conviene agregar una nota aclaratoria. Sería erróneo pensar que un gran porcentaje de los pastores llegará a ser apóstoles. El ministerio apostólico, evidentemente, no es un “grado superior de pastor”. El ministerio esencial para la edificación de la iglesia es el ministerio pastoral. ¡Mejor ser buen pastor antes que mal apóstol!
VI. ALGUNAS CONSIDERACIONES Y SUGERENCIAS
Antes de sugerir algunos pasos que podríamos dar, considero conveniente hacer un breve repaso de nuestras experiencias hasta aquí. En los últimos quince o veinte años hemos observado una maravillosa obra del Espíritu Santo conduciendo a muchas congregaciones en el país a un despertar y renovación espiritual. También hemos tenido muchas oportunidades para dar testimonio de nuestras experiencias en otros países limítrofes y en América Latina en general. La mayor parte de este ministerio se ha caracterizado por su enfoque profético y didáctico.
Las comunidades renovadas o nuevas que han surgido se han orientado a un ministerio evangelístico. Esto se ha desarrollado en base a una movilización de los creyentes renovados que proclaman el evangelio del reino de Dios y se dedican a hacer discípulos de los que responden.
Muchas familias, de esa manera, han encontrado a Cristo y se han transformado, a su vez, en luz y sal entre sus amigos, parientes, vecinos, colegas, etc.
Gradualmente, surgieron comunidades cristianas con una estructura funcional distinta de la que conocimos anteriormente (como evangélicos o católicos). En éstas la mayor parte del ministerio pastoral y didáctico se efectúa a través de una multiplicidad de grupos caseros, cada uno con su propio líder. Estos líderes desarrollan sus tareas bajo la dirección y responsabilidad de un colegio pastoral (presbiterio), funcionando en conjunto frente a la comunidad. Además, han surgido nuevos pastores de entre los líderes de los grupos caseros.
Con el pasar de los años, han surgido entre los pastores algunos ministerios de características translocales, que han tenido cierta relevancia y peso entre estas comunidades. Estos han funcionado como ministerio itinerante en muchas partes del país, como también en el exterior.
En ciertas instancias, otras congregaciones y otros pastores les han solicitado una participación o alguna intervención en las comunidades locales, que iba más allá de simple enseñanza o ministerio inspiracional.
Estos ministerios translocales están apareciendo en diferentes partes del país (y fuera de él, por supuesto). En algunos casos, se perfilan con un notable acento profético; en otros, con un destacado énfasis didáctico. Asimismo, hay algunos que comienzan a mostrar evidencias de un ministerio apostólico, al destacarse las características señaladas como propias de esa función. Todos reconocemos que el panorama presentado no es completamente claro y que pudiera ser cuestionado. Pero con seguridad estaremos de acuerdo que nos conviene estar atentos a esta manifestación de la gracia de Dios entre nosotros.
Convencidos de la vigencia bíblica de este ministerio, deberíamos proceder a examinar nuestra situación en la actualidad, para considerar los pasos que podemos dar a fin de que se desarrolle el ministerio apostólico entre nosotros. Con esa disposición, me permito sugerir algunos pasos iniciales que pudiéramos dar.
1) No deberíamos preocuparnos mucho en este momento por la cuestión de títulos. Nos interesa, preeminentemente, la funcionalidad. Quizá no sea conveniente, todavía, llamar a nadie apóstol; podría ser más aceptable usar el término impersonal: ministerio apostólico. Nos llevará tiempo para acostumbrarnos a estos términos y a vencer la reticencia natural de muchos (especialmente entre los evangélicos). Sin embargo, una vez que la idea llega a ser aceptada, no pasará mucho tiempo hasta que los términos bíblicos se usarán con libertad.
2) Ya que el tema que estamos tratando representa un paso un poco novedoso, reconozcamos que un período transitorio de esclarecimiento es inevitable. Sin duda, tendremos que hacer ajustes y correcciones en algunas de nuestras apreciaciones. No temamos avanzar, ni vacilemos en hacer los ajustes necesarios.
3) Debemos fomentar el diálogo entre los diferentes hermanos que están funcionando en un ministerio translocal, especialmente entre aquellos que están dando supervisión u orientación a varias comunidades y bajo cuyo ministerio se han formado nuevos líderes. Para promover esta clase de encuentro, con el fin de conversar, orar, estudiar y dilucidar sus ministerios, tendrá que haber algunas normas mínimas para determinar la participación, pero conviene tener amplitud de criterio al principio.
4) Estos hombres deben tener una disposición pronta y humilde para un eventual esclarecimiento en cuanto a las diferentes clases de ministerio, su relación mutua y su funcionalidad. Que sean honestos y sinceros en buscar la ubicación propia de cada uno, y que tengan paciencia hasta que haya claridad y consenso.
5) Creemos que es probable una eventual formación de diferentes equipos apostólicos. Sería prematuro ahora lanzarse a digitar estos equipos, porque estamos apenas en el principio, procurando ganar algunas experiencias iniciales valiosas. Pero, si mantenemos la amplitud y la paciencia necesarias, bien puede definirse gradualmente entre nosotros la composición de algunos equipos con una variedad de ministerios.
6) Estos ministerios deberán actuar humildemente y sin pretensiones, avanzando según el desarrollo de la conciencia generalizada entre los pastores y las comunidades cristianas, la necesidad particular de diferentes áreas y el reconocimiento espontáneo acordado a los ministerios apostólicos.
7) Sugerimos la apertura de un diálogo y un estudio sincero a fondo entre todos los pastores sobre el tema. Lo que hemos presentado en este estudio puede servir como punto de partida, pero de ninguna manera es exhaustivo.