Usando casos bíblicos y de la vida real, la autora da algunas directrices para manejarnos en la crítica de tal forma que esta resulte de edificación.
“CÓMO DAR Y RECIBIR CRÍTICAS”
Por: Patricia de Palau.
¿Has recibido una crítica últimamente?
Cuando nuestros hijos eran chicos, una joven vivía con nosotros. Nos dio gusto abrir nuestro hogar para ella, pero un buen día un incidente familiar insignificante la perturbó mucho. Ella me vio hacer algo que en realidad uno de mis hijos debería haber hecho. Como resultado, descargó un montón de críticas contra mí y contra mis pequeños.
Inmediatamente reaccioné y saqué mis garras, buscando una justificación a cada una de las críticas. A decir verdad, no supe sobrellevar la situación, y me tomó un buen rato calmarme. Más tarde yo misma pensé: «sería tonto de mi parte seguir molesta y rehusar recibir la crítica de esta joven».
Es cierto que su actitud fue completamente equivocada y que lo que dijo e hizo fue un error. Pude haberle pedido explicaciones. Sin embargo, las razones que ella me dio fueron correctas y su evaluación de los hechos resultó parcialmente cierta.
No es fácil recibir correcciones. A mucha gente no le gusta y no quieren saber nada sobre ellas. Pero tenemos que aprender a recibir y a hacer una crítica. Si prestamos atención, la corrección nos anima a vivir vidas más consagradas y, al mismo tiempo, marca nuestras debilidades.
Quizás alguien no esté de acuerdo y pueda decir: «Tengo al Espíritu Santo dentro de mí. Y tengo la Palabra de Dios escrita que me ha sido dada para mi propia corrección. Si Dios quiere corregirme, Él me hablará a través de Su Palabra».
Eso es cierto. Pero también Dios ha dado otra forma de ser corregidos, y es por intermedio de otros cristianos interviniendo en nuestras vidas.
Si supiéramos aceptar una corrección, no sería necesario que otros intervinieran. Pero cuando ignoramos ese susurro apacible dentro de uno, que no es otro sino el Espíritu Santo a través de las Escrituras, Dios interviene usando a un hermano o hermana para darnos una disciplina con amor, una crítica constructiva, que nos dará ánimo para vivir una vida más consagrada.
En 2a. Samuel 12 vemos un ejemplo de cómo se puede dar una corrección en la forma correcta. David era el rey de Israel. Él amaba y adoraba a Dios, y lo seguía con todo su corazón. Pero David cometió adulterio con Betsabé y causó la muerte del esposo de ésta.
Dios intervino y mandó a Natán a enfrentarse a David (2 Sa. 12:1). Natán tenía la actitud correcta cuando habló con David. Él no fue con enojo ni ira. No fue al palacio y dijo: «Amigo, tú eres un adúltero, un tramposo, has fallado y eres un asesino». Pudo haberlo dicho y hubiera estado en lo cierto. Pero el Espíritu Santo guió a Natán a que le hablase como si fuera la historia de otra persona, y así preparar el corazón del rey.
Conforme Natán hablaba, David se ponía más furioso con el hombre de la historia, tanto así que lo interrumpió y le dijo que ese hombre merecía la pena de muerte. David no comprendió el significado de las acciones de ese hombre y, por lo tanto, no se dio cuenta que él había hecho lo mismo con Betsabé. Natán se aseguraba de que David entendería cuando le dijera: «Tú eres ese hombre» (2 Sa. 12:7).
Recuerde: David era el rey, Natán, un simple profeta. Era muy arriesgado corregir a un rey. Natán pudo haber perdido su cabeza. Seguir en sus propios asuntos hubiera sido más fácil para él, pero Natán obedeció a Dios.
Vivimos en una sociedad donde muchas veces dejamos caer algunas indirectas, las cuales más bien irritan a la otra persona, y esperamos que ésta comprenda nuestra intención y cambie. No vamos a verla y le decimos: «Tú eres ese hombre». Nos parece que el riesgo es demasiado grande, y podemos perder una amistad.
Sin embargo, no es tan traumático dar y recibir críticas, si las hacemos con el amor y el poder del Espíritu Santo. La corrección pasa casi desapercibida, pues la relación entre el que la recibe y el que la da está guiada por el Espíritu Santo. Debemos hablar la verdad con amor (Ef. 4:15), en tal forma que evite toda confrontación o resentimiento, con palabras que toquen corazones deseosos de aprender.
Me gusta comenzar con la frase: «¿Alguna vez has pensado que?» En un sentido, es casi como pedir permiso a la otra persona para abordar un tema.
Las amigas que más quiero y respeto son aquellas que me han corregido con amor. Mi mejor amiga me corrige, pero a la verdad no podría decirles cuándo fue la última vez que lo hizo, pues lo hace de tal forma que ni me doy cuenta. Gozamos de una mutua confianza, así que ella no tiene que ser dura para atraer mi atención.
Para emitir una crítica con amor es importante esperar que Dios suavice nuestros propios corazones hasta que lo hayamos pensado detenidamente, a fin de que no estemos hablando con resentimiento sino en el poder del Espíritu Santo.
Algunas de las razones por las cuales a menudo hacemos una crítica destructiva son porque dejamos pasar meses e, incluso, años antes de decir algo y, mientras tanto, el disgusto se hace cada vez más grande. Cuando estamos molestos es cuando damos rienda suelta a nuestra lengua y, entonces, la crítica se vuelve dura y de mal juicio.
Si decimos la verdad en un momento en que estamos alterados, será rechazada porque es dura, cruel y está dicha con resentimiento. La honestidad y la crueldad están separadas por una línea muy fina. Tenemos que ser sensibles en cómo decir las cosas y saber decirlas con amor. Nuestra meta es practicar una madurez cristiana, no probar que estamos en lo cierto. Debemos ofrecer nuestras críticas para ayudar al crecimiento espiritual de una persona.
La respuesta de David a Natán se encuentra en el Salmo 51:1-2: «Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia: Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado».
David respondió correctamente. No dio excusas ni se vengó enojado. No dijo: «Señor, no pude hacer otra cosa. Tú sabes mi debilidad por las mujeres». Lo único que hizo fue arrepentirse ante Dios.
David miró más allá del mensajero Natán y recibió el mensaje, porque él supo que venía de Dios. Esta reacción es difícil de imitar. Es muy fácil decir: «Él tampoco es perfecto. Quién es él para decirme eso. ¿Quién le ha nombrado mi jefe?»
Siempre habrá algo que aprender de las críticas. Mucha gente, cuando critica, accidentalmente habla la verdad. Aun en críticas negativas, las cuales son dichas con resentimiento, se encuentra algo de cierto.
Necesitamos ser maduros y preguntarnos a nosotros mismos: «¿está Dios diciéndome algo que quizás, de otra forma, no escucharía?» Debemos buscar el mensaje que está detrás del mensajero.
Aceptar sugerencias o correcciones es difícil. Existe algo como una reacción innata que nos hace estar a la defensiva cuando escuchamos comentarios sobre nuestra vida personal o nuestros hijos.
Antes de casarme fui maestra por un año. Un día llamé a una de las madres para tener una conversación extraoficial con ella. Era mi último recurso para tratar con un niño testarudo, agresivo, desobediente y de carácter muy fuerte. La mamá entró apresuradamente, se sentó y empezó a hablar: «Estoy muy contenta de que usted me haya llamado. Paco es tan sensible». En ese instante me dije a mí misma: «si algún día tengo un hijo voy a tener mucho cuidado en no cegarme a los hechos debido a mis sentimientos de madre. »
Por eso es tan importante aprender a escuchar la voz de Dios hablándonos a través de familiares y amigos, aunque a veces no quisiéramos aceptar esas críticas.
Muchas veces la gente dice cosas un poquito pasadas de tono, pero lo que pasa es que no comprenden la situación. No debemos resentirnos, porque al final de cuentas ellos se preocupan lo suficiente por nosotros como para tomarse la molestia de corregirnos. En la sociedad actual, a las personas no les preocupa el resto de la gente como para hacer algo por ellos, aunque sea una simple corrección. Mi esposo, el evangelista Luis Palau, dice que es muy difícil reprimir a alguien que queremos, o que nos importa (Pr. 27:5). Su punto de vista es: si alguien se preocupa lo suficiente por nosotros como para tomarse la molestia de corregirnos, necesitamos aceptar esa corrección humildemente. El Señor quiere que apliquemos esa corrección a nuestro corazón para nuestro bien.
Cuando mi esposo viajó por primera vez a los Estados Unidos, llevaba puesto un traje negro, nuevo, hecho a medida en América del Sur. Él compró ese traje porque sólo podía comprar uno, y no tenía la menor idea de cómo se vestían los californianos.
Sin embargo, el pastor que ayudó a Luis a superar los primeros obstáculos, y en cuya casa se hospedó, usó ese traje negro para corregir a Luis por su gran orgullo: «Estás tan confiado en ti mismo, que el orgullo te sale por los poros», le dijo. «Aun el traje con el que llegaste fue diseñado para hacer creer a la gente que eres un muchacho espiritual. Déjame decirte que Dios no usa gente orgullosa, y Él no te va a usar hasta que dejes tu orgullo de lado. Serás un don nadie y no irás a ningún sitio».
A Luis le chocó mucho y le avergonzó que el pastor hubiera mal interpretado el traje negro. Con el pasar del tiempo, me afirmó varias veces que no había habido ningún motivo en especial para comprar ese traje negro, así se usa en América del Sur. Pero eso no desacreditaba lo dicho. Y Luis sabía que el pastor estaba en lo correcto.
Algunas veces las críticas son injustas, fuera de sitio, y no tienen nada de cierto. Quizás son dichas en un momento de cólera, celos o ignorancia. No debemos dejar que la amargura eche raíces en nuestro corazón cuando esto pasa. En vez de eso, debemos seguir los pasos de nuestro Señor Jesús. 1 Pedro 2:21-23 dice: «Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente».
Algunas veces tenemos que ir a la cruz y decir: «Señor, dejo a tus pies esta crítica injusta que he recibido. No voy a guardar ningún rencor, porque sigo las pisadas de Aquel que no protestó cuando fue insultado y criticado».
Jesús conoce nuestras debilidades. Antes de ir al cielo, Él oró por nuestras flaquezas «para que todos sean uno; como tú oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste» (Jn. 17:21), porque Él sabía que tendríamos conflictos con otros creyentes, quizás críticas no merecidas, y que trataríamos de vengarnos con resentimiento y amargura.
Esas críticas destructivas son las que separan al mundo de creer en Jesús. Pero si tratamos de convertir una crítica negativa en una crítica constructiva vamos a mantener la unidad y crecer espiritualmente.
MI REFLEXIÓN PERSONAL ES:
“Una persona que mira las cosas objetivamente y con madurez asume sus responsabilidades, reconoce sus errores y sus faltas, capitaliza la experiencia tomando lo bueno, desechando lo malo, sigue caminando y disfruta de la vida, aprende, crece y cambia, no se desgarra las vestiduras, ni hace tormentas en vasos de agua”.
Si alguien ha sido terriblemente criticado fue nuestro Señor Yeshúa y ninguna crítica pudo hacer que se desviara por ningún momento de darnos SALVACIÓN Y VIDA ETERNA POR MEDIO DE SU SACRIFICIO DE AMOR PERFECTO.
"SI LA CRÍTICA NOS DUELE, QUIERE DECIR QUE TODAVÍA HAY UNA PARTE CARNAL EN NOSOTROS QUE NO HA SIDO CRUCIFICADA, QUE DEBE MORIRSE PARA QUE CADA DÍA SEAMOS UN POCO MÁS COMO NUESTRO AMADO YESHÚA".
Hace algunos años escuché decir a uno de mis profesores de la Licenciatura ¿Te preocupa la crítica? Si te preocupa mucho hay un solo lugar donde ya nadie tiene que preocuparse de eso, ¿Sabes como se llama?
"CEMENTERIO"