“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto
podrás comer” (Génesis 2:16).
A diario, todos nos encontramos frente a dos árboles con frutos diferentes. Uno es el árbol de la promesa, con fruto que da vida; el =otro es el árbol de la duda, con fruto que trae muerte. Cuando Dios proporciona a alguien una promesa y la persona come de ese fruto, recibe vida. Pero enseguida que come de él, el enemigo ya le está ofreciendo la contrapartida, el otro fruto. Eso fue lo que pasó con la primera pareja. Cuando Eva iba a tomar del fruto de la promesa, Satanás le dijo: “Un momento, antes que tomes del fruto de ese árbol, ¿por qué no examinas este otro, que también tiene un muy buen fruto?”. Y la mujer entró en diálogo con la duda. Preste atención a esto: La duda es un gran predicador. Ella tiene muchos argumentos para convencerlo; y si usted le abre su mente y dialoga con la duda, seguro que lo va a persuadir, de hecho que lo va a conquistar.
La duda siempre habla a las personas en primera persona, de manera que usted cree que es usted mismo quien está teniendo esos pensamientos, y no se da cuenta que es el diablo quien le está poniendo todas esas ideas en su mente. La duda es muy oportuna, siempre abre su boca cuando Dios le quiere llevar a un nuevo desafío, cuando lo quiere hacer poseedor de una nueva conquista, cuando le quiere elevar a una nueva dimensión. Esto lo hemos experimentado con mi esposa, especialmente cuando Dios nos llamó para que nos mudáramos a la Florida. Claudia tomó la palabra de Dios y le creyó, pero inmediatamente el diablo puso sus astucias en acción. Estando en Miami, le empezó a hablar y le dijo: “¿Cómo vas a resignar tu ministerio? ¿Cómo puedes dejar a tu familia? ¿Cómo vas a abandonar todo lo que has conseguido en Colombia? Eso de venirse a una ciudad donde no hay iglesia, donde solo existe esterilidad ministerial es botarlo todo por la borda”. Pero Claudia le dijo: “No acepto nada de eso porque está escrito que la bendición de Dios es aquella que enriquece y no añade tristeza con ella”. Y al confesar esa palabra, el enemigo tuvo que huir derrotado.
Estaba yo en Brasil compartiendo con una parejita, de la cual sabía con anterioridad que era muy consagrada al Señor. Pero cuando me volví a encontrar en aquella ocasión con ellos, me di cuenta que sus corazones habían cambiado. Le pregunté a la mujer: “¿Qué pasó contigo? No eres la misma que conocí”. Y me respondió: “No pastor, está equivocado, yo estoy bien”. Pero el Señor me estaba mostrando algo, por lo que volví a insistir: “No, tú eres diferente”. Y en ese momento, Dios comenzó a revelarme todo lo que había pasado con ella. Me dijo: “Pastor, yo no sé”. A lo que contesté: “Yo sí sé. Te refrescaré la memoria. Hubo un momento en que tú te sentiste sola y el enemigo empezó a poner pensamientos negativos hacia tu esposo, hacia tu ministerio y hacia tu iglesia; y lo más terrible del caso fue que los aceptaste, consentiste esos pensamientos y empezaste a ver con malos ojos todo a tu alrededor”. Aquella mujer quedó pasmada porque todo eso era verdad. Continué: “Y por haber aceptado esos pensamientos, Satanás te sacó del designio de Dios, porque la duda invalida la promesa y su fruto es de muerte. En este momento tú no estás en el propósito de Dios, sino que te encuentras fuera de él. Y estar fuera de la voluntad de Dios es estar fuera del paraíso”. Aquella pareja lloró, pidió perdón y se arrepintió. Mas les advertí que debían entrar en un proceso de restablecimiento porque Dios tenía que restaurar sus vidas.
Muchas personas pierden las grandes bendiciones de Dios porque en un momento, a solas, abren sus mentes a los pensamientos que el enemigo quiere colocar en ellas. Creen en esos pensamientos, confiesan lo negativo e inmediatamente las puertas de las bendiciones se cierran y el enemigo entra a atacarles. Alguna gente está comiendo del fruto de lo que ellos aceptaron en sus propios pensamientos. Por eso, cada cual determina qué fruto va a comer. Es lo que usted debe decidir ahora mismo. Y yo le aliento a que acuerde comer del fruto de la promesa. Cuando elegimos creer a la Palabra de Dios, no aceptamos ninguna duda, no permitimos el ingreso al temor, porque tenemos la plena certeza de que el bien y la misericordia nos seguirán todos los días de nuestra vida, y que moraremos en la casa de Jehová por largos días.
Estaba yo en Brasil compartiendo con una parejita, de la cual sabía con anterioridad que era muy consagrada al Señor. Pero cuando me volví a encontrar en aquella ocasión con ellos, me di cuenta que sus corazones habían cambiado. Le pregunté a la mujer: “¿Qué pasó contigo? No eres la misma que conocí”. Y me respondió: “No pastor, está equivocado, yo estoy bien”. Pero el Señor me estaba mostrando algo, por lo que volví a insistir: “No, tú eres diferente”. Y en ese momento, Dios comenzó a revelarme todo lo que había pasado con ella. Me dijo: “Pastor, yo no sé”. A lo que contesté: “Yo sí sé. Te refrescaré la memoria. Hubo un momento en que tú te sentiste sola y el enemigo empezó a poner pensamientos negativos hacia tu esposo, hacia tu ministerio y hacia tu iglesia; y lo más terrible del caso fue que los aceptaste, consentiste esos pensamientos y empezaste a ver con malos ojos todo a tu alrededor”. Aquella mujer quedó pasmada porque todo eso era verdad. Continué: “Y por haber aceptado esos pensamientos, Satanás te sacó del designio de Dios, porque la duda invalida la promesa y su fruto es de muerte. En este momento tú no estás en el propósito de Dios, sino que te encuentras fuera de él. Y estar fuera de la voluntad de Dios es estar fuera del paraíso”. Aquella pareja lloró, pidió perdón y se arrepintió. Mas les advertí que debían entrar en un proceso de restablecimiento porque Dios tenía que restaurar sus vidas.
Muchas personas pierden las grandes bendiciones de Dios porque en un momento, a solas, abren sus mentes a los pensamientos que el enemigo quiere colocar en ellas. Creen en esos pensamientos, confiesan lo negativo e inmediatamente las puertas de las bendiciones se cierran y el enemigo entra a atacarles. Alguna gente está comiendo del fruto de lo que ellos aceptaron en sus propios pensamientos. Por eso, cada cual determina qué fruto va a comer. Es lo que usted debe decidir ahora mismo. Y yo le aliento a que acuerde comer del fruto de la promesa. Cuando elegimos creer a la Palabra de Dios, no aceptamos ninguna duda, no permitimos el ingreso al temor, porque tenemos la plena certeza de que el bien y la misericordia nos seguirán todos los días de nuestra vida, y que moraremos en la casa de Jehová por largos días.